Susana Giménez se pasea por Munich de la mano de su novio vestida por transparencia blanca, pareo, anteojos gigantes; él va de short floreado. El famoso en el Mundial es decontracté y temperamental; se mueve sin pretenciosidad, donde el pancho, el chori, el pareo, la avalancha dejan, para él/ella, de ser una grasada. “Nadie probó una tapa con Susana en Alemania”, dice el editor Adrián De Paulo. “Si la mostraran cuando se quedó en lolas, tal vez habría un efecto como el de Gente en el verano: fue un boom. De a ratos Susana es princesa, y de a ratos hay que sacudirla.” Alemania desata pasiones que se creían olvidadas: el rejunte habilita a dejar fluir lo más extremo de cada década. “Julio Ramos estuvo con su amigo Ronnie Frost, de Volkswagen. Tula y su bombo fueron los primeros en llegar al partido de Argentina y no paró de agitar durante toda la noche”, se lee en una de las revistas. En ese universo que mezcla negocios y multitudes, Susana declara en Semana: “Me pone muy contenta cómo representamos a nuestro país”. A un grupo parecido que incluía a la travesti y el actor de moda, Intrusos los había definido como la embajada del papelón. Esta camada es más diferenciada: no serían tan fácilmente rotulables por el mismo mote. Cada cual tiene su marketing propio: “Marley no se perdió la oportunidad de charlar con algún famoso... Juan Alberto Badía se permitió un pequeño exceso y brindó con cerveza”, describe la revista Pronto.