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Martes, 19 de julio de 2016

CULTURA › OPINIóN

Las imposturas del “falso Mahler”

 Por Diego Fischerman

El cuarteto de cuerdas y el pianista, vestidos de riguroso frac, entran en el escenario del teatro de provincias. El programa incluye algunas de las canciones de las comedias musicales que Angel Mahler, el pianista, compuso junto a Pepe Cibrián (h) y sencillos arreglos de músicas de películas. Las notas del programa presentan al músico como “compositor y director de orquesta” y aseguran, igual que su currículum publicado en Internet, que “estudió piano con Evi Swillinger y orquestación con Manolo Juárez”. Todo es una impostura, desde el nombre falso del protagonista hasta lo que toca el cuarteto, pasando por el apellido de su supuesta profesora de piano –que se escribe con “z”–, y la mención a Juárez, que reveló en una entrevista con este diario publicada el 7 de noviembre de 2014, que lo echó de sus clases y alguna vez pensó en hacerle juicio por la fraudulenta utilización de su nombre.

Nacido como Angel Pititto, el autor de Drácula había dicho, también en Página/12, que la elección de su célebre nuevo apellido se debió a que “alguien me dijo que había un compositor con ese nombre y me gustó cómo sonaba”. No es director de orquesta: apenas marca los pulsos en sus propias piezas y en los pobrísimos arreglos de éxitos ajenos que pasea por teatros de la Argentina. La escritura de las cuerdas remeda las pistas con sintetizadores, sin contrapunto ni asomo de movimiento contrario en las voces. En sus obras, los acompañamientos del piano en arpegios, con un invariable crescendo al final, acompañan melodías cantables, que provienen en partes iguales de los estilos de Andrew Lloyd Webber junto al letrista Tim Rice y, claro, del inagotable Giacomo Puccini. Como en su nombre y en su curriculum espurio, lo que importa es la apariencia, que recurre al aura de prestigio de la llamada música clásica. Más allá de numerosos litigios por parte de músicos que trabajaron con él, por incumplimiento de obligaciones contractuales, el compositor auto bautizado como Mahler no goza de prestigio alguno en el medio artístico porteño. Se reconoce, sí, el éxito popular de sus comedias musicales, donde fue determinante el carisma del tenor Juan Rodó como su protagonista.

En el campo de la gestión cultural, en cambio, carece de antecedentes. Ha producido sus propios espectáculos y un disco de la Memphis. No se conocen sus opiniones sobre danza contemporánea, sobre óperas y conciertos ni sobre el teatro actual o el clásico. Nunca ha expresado públicamente sus ideas acerca del papel de los teatros públicos en la cultura de una ciudad o de la defensa del patrimonio cultural ni ha participado en debate alguno acerca de tendencias estéticas o políticas de financiamiento a emprendimientos en la materia. No es público habitual ni del teatro independiente de Buenos Aires, ni del Teatro Colón ni, en rigor, de ninguno de los organismos que, en el caso de prosperar su desatinado nombramiento, habrán de estar bajo su égida.

Buenos Aires, además de su peso como foco cultural en Latinoamérica, cuenta con una poderosa estructura oficial destinada a la defensa del patrimonio y el cuidado de la vitalidad actual de esas tradiciones. El Ministro de Cultura tiene en su órbita ni más ni menos que el Teatro Colón, el Complejo Teatral de Buenos Aires (San Martín, Alvear, De la Ribera, Regio y Sarmiento), la Sala 25 de Mayo, los Centros Culturales San Martín y Recoleta, la Usina del Arte, las orquestas Filarmónica de Buenos Aires, Estable del Teatro Colón, Académica y de Tango de Buenos Aires, la Banda Municipal, los Coros Estable y de Niños del Colón, el Ballet Estable de ese teatro y la compañía de Danza Contemporánea del San Martín, la compañía de títeres de ese mismo teatro, los festivales de tango, de cine independiente, de jazz y el FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires), el ciclo de Música Contemporánea del Complejo Teatral, todas las bibliotecas municipales, la mayoría de los museos de la ciudad, la totalidad de la enseñanza artística, incluyendo el Conservatorio Manuel de Falla y, desde ya, los diversos programas de estímulo a la lectura y la creación literaria y los subsidios a la creación de teatristas y coreógrafos.

Angel Mahler no tiene experiencia, ni opinión que pueda conocerse, acerca de los campos específicos relacionados con ninguna de estas instituciones. Ante la magnitud –y al mismo tiempo la alta especificidad– de las responsabilidades de un ministro de esa área, en la ciudad, y teniendo en cuenta la tradición y el prestigio de Buenos Aires en ese campo, además del valor simbólico que muchos de sus habitantes le otorgan (aún) a la cultura, la designación del falso Mahler puede deberse a dos causas y ninguna de ellas es compatible con los deberes de una administración democrática. La primera, la más sencilla, es la letal combinación entre ignorancia y prepotencia que hace que en aquellos terrenos en que se lo ignora todo no se consulte a los más informados en la materia. Actores, músicos, dramaturgos, directores teatrales, bibliotecólogos, editores de libros, especialistas en mecenazgo, coreógrafos, bailarines y educadores podrían haber alertado a tiempo acerca de lo disparatado de tal nombramiento. La segunda causa sería aún más peligrosa. La elección del falso Mahler como ministro de cultura podría deberse a una provocación. El ámbito de la cultura es el único que ha expresado una oposición consistente al gobierno del PRO, que lo sabe enfrentado a sus designios y, para peor, lo considera incomprensible. Sería, simplemente, un castigo al sector de la población al que consideran más díscolo.

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