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Jueves, 24 de mayo de 2007

CINE › LAS CLAVES DE UNA PELICULA NECESARIA

La inesperada contracara de un país habituado a la ruina

El opus 12 de Solanas permite soñar otro panorama: podrá haber un plus de optimismo, pero todo en Argentina latente invita a creer que el destino no está tan condenado, excavando para desenterrar un recurso natural llamado Argentina.

 Por Horacio Bernades

Astilleros que construyen cargueros, fábricas recuperadas a todo vapor, institutos de física abiertos, centrales nucleares operando, un alto desarrollo en investigación aeroespacial. Y, sobre todo, materia gris, creatividad y voluntad. El paisaje que ofrece Argentina latente es una suerte de revelación, la inesperada contracara del país decadente y derruido en el que el argentino vive o cree vivir. Tal vez haya un plus de optimismo, voluntarismo o ilusión que es de pura cepa del director. Pero lo cierto es que todo lo que Argentina... muestra está ahí, tan obvio como la tautología. Funcionando, en estado de latencia o de postergación, da la sensación de que bastaría un empujoncito para que el país de Argentina latente zarpe. Como ese buque que en un momento de la película sale, en una suerte de orgasmo naval, de los Astilleros Río Santiago.

Pensando siempre en grande, el opus 12 de Pino Solanas es la tercera pata de una tetralogía destinada a dar cuenta del aquí y ahora del país. Como quien encara la memoria y balance de una empresa quebrada primero y reabierta después, el desarrollo de la tetralogía parecería dar cuenta de una curva anímica ascendente. Arranca en tiempo de réquiem, con el autor echando revista al vendaval menemista (Memoria del saqueo), se continúa con un segundo movimiento que, entre la elegía y el allegro, testifica la sobrevivencia de quienes soportaron el tornado (La dignidad de los nadies) y sigue ahora con esta variación en clave tecno-épica. Habrá que ver qué tono tiene el cierre, con Los hombres que están solos y esperan –en septiembre–, que promete echar luz sobre el proceso de privatizaciones y los servicios públicos. De acuerdo con los trascendidos y respondiendo a la proverbial voluntad maximalista del autor, la tetralogía podría llegar a devenir pentalogía con la adición de La tierra sublevada, que revisará la expoliación de los recursos naturales de la Argentina.

Uno de los contadísimos cineastas en activo capaces de pensar el país en su conjunto, los títulos con los que Solanas elige presentar cada apartado de Argentina... señalan una continuidad expresiva que puede remontarse hasta La hora de los hornos y Actualización política y doctrinaria para la toma del poder. Nuevamente a cargo de los textos y narración en off (y apareciendo en cámara, como en La dignidad...), Solanas busca dar cuenta de lo general y lo particular, narrando historias de lealtad, coraje y solidaridad, pero también de tragedia y desazón. Un ingeniero naval y el administrador de una fábrica tomada se quiebran en cámara, y en ambos casos el motivo es el mismo: son ex militantes de los ’70 que recuerdan a aquellos que, pudiendo delatarlos en la mesa de torturas, resistieron y no lo hicieron. “Soy hijo de esos compañeros”, dice uno, en uno de los picos emotivos y hasta semánticos de la película.

En contra de lo que los prejuicios parecerían indicar, Argentina... alcanza altas cotas de emoción con mostrar plantas fabriles abandonadas, máquinas operando, laboratorios científicos y gente sentada frente a computadoras. Como ya lo había hecho en alguna película de ficción (Sur, notoriamente), el autor de El exilio de Gardel vuelve a tender una línea histórica, al rescatar nombres icónicos de la Argentina industrialista como Savio y Mosconi, motores intelectuales de la explotación petrolífera y siderúrgica. A ellos les suma ahora los de referentes de la ciencia nacional como Houssay y Balseiro. Todo eso no sería más que un ejercicio de nostalgia histórica y política, si no fuera que en Argentina... esa línea halla su fiel continuidad en héroes contemporáneos que viven y colean ante cámara. Entre ellos y posiblemente sobre los demás, el ingeniero Conrado Varotto, padre italiano del plan nuclear argentino, cuyo optimismo patriótico supera incluso al del realizador.

Construyendo un satélite para la NASA, Varotto, a quien sus propios colegas reconocen como maestro, pone en una fórmula matemática el espíritu que anima Argentina latente. “Dos más dos es igual a cien”, propone el expansivo teorema de Varotto. Pero no todo es optimismo. Industrias enteras cuyo funcionamiento se frenó en los temibles ‘90 y aún hoy permanecen en ese estado, como la aeronáutica, o la falta de un proyecto maestro de desarrollo nacional, son señalados a su debido tiempo, y la crítica no admite en ese punto fórmulas de compromiso. “El proyecto económico que sigue en pie es el del país agro-minero exportador”, asegura por allí un testimoniante refiriéndose a la Argentina de aquí y ahora, y Solanas no titubea al hacer suya esa afirmación.

¿Que el tono del relato en off puede llegar a resultar exageradamente didáctico, hasta rozar casi la autoparodia? ¿Que la presencia de Solanas parecería dictada más por el azar que por un proyecto sistemático de documental en primera persona? ¿Que en algún momento se va de mambo, como cuando entra en cámara a abrazar y consolar al entrevistado que se quebró en lágrimas? ¿Que el formato se aproxima peligrosamente a lo televisivo? Es posible que haya que contestar con un sí a todas esas preguntas. Pero corresponderá plantearse en tal caso si eso anula, desmerece o empequeñece la relevancia cultural y política de un documental que parecería funcionar como esos émbolos petrolíferos que aparecen en cámara. Esto es: excavando y desenterrando un recurso natural llamado Argentina, que se creía extinguido pero tal vez siga allí, en estado de latencia.

8-ARGENTINA LATENTE

Argentina/España/Francia, 2007.

Dirección, guión, textos y relato: Fernando E. Solanas.

Fotografía y cámara: R. Pravatto, A. F. Mouján y F. Solanas.

Montaje: Alberto Ponce.

Música: Gerardo Gandini.

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Uno de los grandes momentos del film, la botadura de un buque en los Astilleros Río Santiago.
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