futuro

Sábado, 2 de abril de 2005

RECUERDOS (QUE AUN FUNCIONAN) DEL PROGRAMA APOLO

Espejitos de colores

 Por Mariano Ribas


Entre 1969 y 1972, doce astronautas caminaron por esos polvorientos y abrasadores suelos grises. Pero luego, nunca más volvimos. La Luna parece añorar aquellos tiempos cuando recibía visitas a menudo. Y tal vez por eso, ha sabido guardar, muy celosamente, los recuerdos del legendario programa Apolo. Son los rastros mudos de una epopeya extraordinaria: huellas humanas intactas, restos de módulos lunares, banderas que no pueden flamear, herramientas abandonadas y hasta unos cuantos instrumentos científicos. Hace añares que casi todos esos artefactos han dejado de funcionar. Casi todos, porque a pesar de las décadas y el olvido, todavía hay unos pocos que siguen siendo tan útiles como al principio: son los “Espejos de la Luna”.

El Apolo 11 y su retrorreflector
Cuando Neil Armstrong y Edwin “Buzz” Aldrin alunizaron en el “Mar de la Tranquilidad”, durante aquel histórico 21 de julio de 1969, todo un planeta les seguía los pasos. Durante aquellas horas inolvidables en ese mundo virgen para la humanidad, los dos astronautas caminaron, dieron saltos enormes (aprovechando la débil gravedad de la Luna), sacaron fotos, filmaron, juntaron kilos y kilos de rocas, y hasta se dieron el gusto de instalar el primer sismógrafo extraterrestre. Y algo más: cuando apenas les faltaba una hora para volver al módulo Eagle –que los llevaría a la órbita lunar, donde Michael Collins los esperaba en una cápsula para volver a casa–, Armstrong y Aldrin dejaron un extraño artefacto en el suelo (ver foto). Y allí quedó. Era un panel, de sesenta centímetros de ancho, formado por cien espejitos. Sólo eso. Nada de cables, sensores, motores o baterías. Ahora bien: ¿para qué podría servir semejante y tan sencillo engendro? La respuesta podía adivinarse en su extenso nombre técnico: “Panel Retrorreflector Lunar de Medición Láser”.

De la Tierra a la Luna
En realidad, el aparato formaba parte de un flamante programa científico de la NASA, cuyo objetivo era medir la distancia Tierra-Luna con una precisión inédita. El plan era relativamente simple: enviar un rayo láser desde aquí para hacerlo rebotar allá en el retrorreflector (su diseño óptico haría volver al haz de luz en línea recta hacia su fuente de emisión). Si se medía con cuidado el tiempo de ida y vuelta del láser, se lo multiplicaba por la velocidad de la luz (300 mil km/seg) y se dividía ese resultado por dos, se obtendría la distancia a la Luna en ese mismo instante, y con margen de error de apenas 2 centímetros (nada en los casi 400 mil kilómetros que nos separan de ella). De más está decir que para pegarle al retrorreflector desde la Tierra, haría falta una puntería por demás exquisita. Por eso, la NASA decidió que el láser se emitiría con la ayuda del telescopio (de 70 centímetros de diámetro) del Observatorio McDonald, en Texas.

Mas espejos
El programa se puso en marcha inmediatamente después del Apolo 11. Y al poco tiempo, se vio reforzado con el aporte de otros telescopios, pero fundamentalmente gracias a la instalación de nuevos retrorreflectores en la Luna: en febrero de 1971, los astronautas del Apolo 14 colocaron uno en “Fra Mauro”, la accidentada región donde alunizó aquella misión. Y cinco meses más tarde, sus colegas del Apolo 15 instalaron uno tres veces más grande, muy cerca de la famosa “Fisura de Hadley”, una enorme grieta de 300 metros de profundidad que está en un borde del “Mar de las Lluvias”. Gracias a su mayor tamaño, este súper espejo lunar se convirtió en el blanco favorito del programa. Un programa que hoy sigue funcionando y que ha revelado algunas cosas sumamente interesantes.
Por siempre
Sin dudas, el dato más jugoso es que la Luna se está alejando de nuestro planeta a paso lento, pero seguro: 3,8 centímetros por año. Este crecimiento de la órbita lunar se debe fundamentalmente a la interacción gravitacional –léase las mareas terrestres, causadas por el satélite– que transfiere energía cinética de la Tierra a la Luna (este mismo fenómeno hace que la rotación terrestre se haga 2 milisegundos más lenta con cada siglo). Por otra parte, los mismos datos sugieren que el corazón de la Luna sería líquido. Mirando al futuro, la NASA tiene previsto sumar un nuevo integrante al equipo de monitoreo lunar: el Apache Point Observatory Lunar Laser-ranging Operation, cuya sigla, nada casual, es “APOLLO”. El observatorio, que será instalado en Nuevo México, Estados Unidos, contará con un gran telescopio (3,5 metros de diámetro) y un láser de última generación. Y gracias a estas nuevas herramientas, las mediciones tendrán una precisión aún mayor: de aquí a un par de años, será posible calcular la distancia a nuestro satélite con un error máximo de 2 o 3 milímetros.
Han pasado más de treinta años y esos tres espejos siguen funcionando. Están allí, exactamente en los mismos lugares que los dejaron los astronautas. Y allí seguirán por siempre, más allá de lo que aquí ocurra. Piénselo la próxima vez que salga a mirar la Luna.

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