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Sábado, 9 de febrero de 2002

Los idiomas como...

Por Juan Pablo Bermúdez

“El sueño de reparar los daños, de restablecer la condición humana de la unidad probabélica no ha cesado nunca. En diferentes momentos de la historia, distintas lenguas han reclamado su universalidad original. El hebreo nunca ha renunciado a un aura de privilegio original y originario. El griego básico aspiraba a la singularidad y supremacía, en contraste con el chapurreo bárbaro. Con el Imperio Romano y la Iglesia Católica, el latín se esmeró en demostrar lo obvio que era su derecho a la universalidad, a la autoridad legislativa sobre la humanidad. Los teólogos calvinistas argumentaban la pureza y la proximidad del holandés a los orígenes predestinados del hombre. De modo perenne han albergado los franceses la sospecha de que Dios habla francés. Carlos V expresó la misma creencia en cuanto al castellano.
Sin embargo, según iba quedando claro que ninguna lengua natural iba a restaurar la armonía y el acuerdo universal, se empezó la búsqueda de una interlengua artificial, un sistema lingüístico que todos los hombres desearan compartir. (...) El esperanto es uno entre una docena de construcciones sistemáticas de una lengua mundial. Hoy, por primera vez, esta lengua mundial invade el planeta. Es el angloamericano, que –en virtud de su dominio económico, comercial, tecnológico y de los medios de comunicación– pronto hablarán tres quintas partes de la especie humana como primera o segunda lengua.”
Las palabras del pensador George Steiner, pronunciadas cuando recibió el premio Príncipe de Asturias, en España, no hicieron más que reafirmar la sensación casi unánime de los estudiosos de la evolución y extinción de los idiomas de la especie humana: mientras la humanidad siga así, tal y cómo está, serán cada vez menos las lenguas en uso. Pero además las estadísticas refuerzan la idea: mientras en la actualidad existen cerca de 67.000 lenguas y dialectos, las proyecciones indican que en los próximos veinte años habrán desaparecido unas 20.000. Y es muy factible que para el año 2100 se pierdan otras 20.000 más, lo que supondría el proceso de extinción idiomática más acelerado de la historia.

Numeros (relativos) de la lengua
Los números, se sabe, no mienten. Sin embargo, sí pueden omitir información. Uno de los detalles más extraños de algunos –muchos, en realidad– estudios sobre las lenguas que se hablan en el mundo es que indican que el inglés es el más utilizado y en segundo lugar el español. Pero esos estudios no mencionan al chino o mandarín, que es en cantidad la lengua con más humanos a su favor: cerca de mil millones. El inglés, o angloamericano, es utilizado por cuatrocientos millones de personas y el español por doscientos noventa millones.
“Hay datos llamativos en las estadísticas de ciertos estudios –explica el sociólogo francés Michel Tourá, autor de una serie de ensayos sobre el idioma como factor de poder–, porque parecería que se habla sólo de incidencias económicas. Por supuesto que la economía es un factor decisivo tanto en el crecimiento como en la desaparición de ciertas lenguas, pero la cantidad no es un dato en absoluto menor porque precisamente la cantidad puede resultar definitoria en muchas cuestiones del mercado. Obviar al mandarín es obviar a China, lo cual no parece nada casual; uno de cada seis seres humanos habla el mandarín.”
Por eso mismo, muchos lingüistas coinciden al señalar que para hacer un análisis profundo de los idiomas se debe tener en cuenta el contextos ociohistórico. Las lenguas no son estáticas, sino que, como entidades vivas, evolucionan y cambian juntamente con la sociedad que las habla. Ese es el principal motivo por el cual algunas desaparecen y otras crecen.
Los vaivenes del idioma
Hay muchos ejemplos al respecto. El francés, lengua importante en los siglos XVIII y XIX para las relaciones internacionales, diplomacia y comunicación internacional, no figura actualmente entre las diez lenguas más habladas en el planeta y ha sido desplazado por el inglés como lengua protagonista a nivel mundial. (El cuadro estadístico de las diez lenguas más habladas, según la UNESCO, se abre y se cierra con China: el chino mandarín es el primero y el chino wu, con casi cien millones, es el décimo.)
El tronco camita-semítico, en particular la lengua árabe, se extendió por el norte de Africa, Asia y Europa con la expansión del Islam. El árabe ejerció una fuerte influencia en el español y aún hoy son fácilmente detectables una gran cantidad de vocablos y aportes árabes en nuestra lengua. Sin embargo, hoy el español es la tercera lengua más hablada (370 millones de seres humanos), mientras que el árabe figura decimoséptimo.
La historia en tanto evolución de los idiomas también demuestra la existencia de algunas paradojas: el inglés, introducido en América con el establecimiento de las colonias inglesas, es hablado por más personas en los Estados Unidos de Norteamérica que en su lugar de origen, Inglaterra. Lo mismo ocurre con el portugués, hablado por los 162 millones de habitantes de Brasil, cifra mucho mayor a los 10 millones de habitantes de Portugal. En ambos casos, el inglés y el portugués han adoptado numerosas variaciones en pronunciación y vocabulario que los diferencian significativamente del idioma hablado en el continente europeo. Del mismo modo, el hoy llamado español es hablado por más personas en América Latina que en España.
El proceso de colonización también se ve con claridad en el idioma, sobre todo en aquellos países cuyas lenguas eran principalmente indígenas. En todo el continente africano, el swahili, hablado en Tanzania y Kenia, es la única lengua nativa que sirve como idioma oficial de un país. El resto de las naciones africanas ha adoptado el idioma de sus colonizadores como oficial. Se estima que en Africa unas 200 lenguas del tronco africano están en peligro de extinción y al menos unas 47 ya desaparecieron. En América, unas 250 lenguas del tronco amerindio podrían correr la misma suerte. Y en el pasado desaparecieron en el tronco indo-europeo las lenguas eslava (hablada en Macedonia en el siglo IX), el ilirio, el dalmático, el tocariano y el hitita (extendido por Asia Menor y del cual apenas se conservan escrituras cuneiformes del siglo XV).
El latín, de amplia difusión en el pasado, permanece sin desaparecer –aunque con mucha menos popularidad– gracias a su uso en la Iglesia y en algunas ciencias, como la medicina, biología, derecho, teología y el estudio de textos antiguos, dato suficiente para corroborar, como contrapartida de los casos anteriormente mencionados, que la subsistencia de una lengua está de alguna manera íntimamente relacionada con el uso que se hace de ella.

La historia hablada
“La capacidad de reconocer la voz, el sonido hablado, es una de las características más precoces del ser que nace humano”, sostiene el psicolingüista Jacques Mehler. “Con procedimientos de laboratorio se puede demostrar que, antes de empezar a hablar, el niño posee una habilidad increíble para discriminar las unidades fonéticas o fonemas.” Este es uno de los puntos en el que los estudiosos de la lengua (y de su importancia) se basan para preocuparse por la desaparición de algunos idiomas, sobre todo porque esa extinción ocurre en beneficio del crecimiento de otros, especialmente el angloamericano. “Aunque parezca un detalle sin importancia, que un chico aprenda palabras sueltas en un idioma que no es el suyo lo predispone para entender ese idioma. Eso, que debería ser una ventaja en cuanto al aprendizaje, termina por ser un factor riesgoso en tanto también se predispone para entender en ese idioma, con lo cual se cría con el sentido erróneo de que ambas lenguas son lo mismo, cuando en realidad la lengua materna es la preservación de la propia cultura, de lo que en definitiva lo definirá en sus años de adulto”, dice Michel Tourá.
Muchos otros lingüistas opinan en el mismo sentido. Una de las tendencias es ver que, en esta época, el idioma es un factor más de poder (tanto económico como cultural, aunque los dos ámbitos tienen una gran relación entre sí) en tanto en este mundo “globalizado” una de las características de esa globalización es, precisamente, el idioma. Un estudio de la Universidad de Amsterdam parece corroborar la teoría: en el campo del desarrollo económico el idioma más utilizado es el angloamericano con un ochenta y cinco por ciento. Casi el mismo porcentaje que en el caso de la producción de textos científicos, según el mismo informe.
Sin embargo, esto también podría estar demostrando cuán importante resulta la información en todo esto. Porque –remitiéndose a las palabras de Tourá citadas en párrafos anteriores– no se puede suponer que en China o en la India (el hindú es el quinto idioma más utilizado, con 190 millones de personas) no exista, por ejemplo, producción de textos de ciencia. Ocurre que, precisamente en el campo de la información, también es el angloamericano el idioma más utilizado aunque no todos lo hablen como lengua materna. Internet resulta un buen ejemplo: el ochenta por ciento de las páginas con noticias están escritas en inglés, pero el porcentaje de los angloamericanos que las visitan es “apenas” el cuarenta y cinco por ciento. El resto es de otra parte del mundo, con otra cultura, con otra forma de ver (y sentir) las cosas, pero que aprende a leer en inglés porque en ese idioma está la información suministrada.
Puede que, de alguna forma, la ironía de un periodista en ocasión de la visita de Bill Clinton a Argentina tenga visos de realidad: “Si Clinton es el que viene a Argentina y nosotros somos los que tenemos que hablarle en inglés es porque algo anda mal, ¿no?”.

La cantidad importa (y mucho)
Los lingüistas estiman que una lengua sólo puede sobrevivir si cuenta con más de 100.000 hablantes. Ahora bien, según la ONU, más de tres mil dialectos son hablados únicamente en comunidades compuestas por entre 100 y 1000 individuos, mientras que otros 553 son utilizados por menos de un centenar de personas. Por poner un ejemplo: las perspectivas del udihe, el eyak y el arikapu –hablados en Siberia, Alaska y la selva amazónica, respectivamente– son de lo más sombrías.
En realidad, apenas unas 20 lenguas cuentan con millones de hablantes. Las guerras, los genocidios, los desastres naturales, la difusión de lenguas dominantes así como las prohibiciones oficiales, también contribuyen a la extinción de un idioma. “La extinción afecta mucho más que a una comunidad. Cuando muere una lengua, los lingüistas, antropólogos y otros estudiosos pierden una rica fuente de material sobre la historia de los pueblos, su cultura y sus desplazamientos”, explica el informe de la UNESCO. Los lingüistas más optimistas creen que “apenas” entre 3400 y 6120 lenguas podrían desaparecer antes del 2050, y no las 20.000 de las proyecciones más pesimistas. De todos modos, la cifra supera la estadística de una lengua extinta cada dos semanas.

Salvar el pasado
Por estos motivos es que ya existen proyectos para la preservación de las más de sesenta mil lenguas que se hablan actualmente. La UNESCO ha publicado un “Atlas de idiomas en peligro” en el que se advierte sobre las minorías que corren el riesgo de ser un triste recuerdo en la memoria histórica. Las más amenazadas son las indígenas más minoritarias, globalizadas por otras culturas dominantes. Hay zonas del mundo donde la riqueza lingüística es sorprendente: Papúa Nueva Guinea tiene 847 lenguas; Indonesia 655; Nigeria 376; India 309; Australia 261 y México 230.
El Proyecto Rosetta, por su parte, es un emprendimiento conjunto entre miembros de la Universidad de Stanford, lingüistas, sociólogos y hasta músicos como Brian Eno, y financiado por empresas privadas. Consiste en la grabación de todas las lenguas que se puedan investigar en un pequeño disco cuyo material lo hace resistente a casi todo y cuya duración mínima se estima en más de mil años. En este caso, uno de los fundamentos que esgrimen sus creadores es que “el desarrollo de la cultura mundial se concentra en unas pocas lenguas y abandona otras que se mantienen al margen de la comunicación tecnológica. Sin un archivo destinado a guardar estos idiomas con fecha de caducidad, gran parte de las sociedades del mundo corren el riesgo de convertirse en un inminente acertijo para arqueólogos”.
De todos modos, estos proyectos apuntan precisamente a eso, a preservar testimonio de lo que ya se considera el pasado, aun cuando decenas de miles de lenguas se siguen utilizando. De alguna forma, concebir proyectos para preservar algo que todavía existe es la demostración más cabal del rumbo que ha tomado el mundo. Mientras el angloamericano continúe siendo el idioma más utilizado (como primera o segunda lengua) y mientras se sigan incorporando términos globalizados (en locales de comidas de presencia internacional un determinado tipo de hamburguesa se pide de la misma manera en cualquier rincón del planeta) a los idiomas maternos, la expansión de uno y la desaparición de otros será, al fin y al cabo, un mojón más en la historia moderna. El escritor Isidoro Blaisten dijo en una entrevista lo que tal vez puede resultar la mejor síntesis del proceso de extinción de los idiomas: “Hay realidades que desaparecen, por eso desaparecen algunas palabras”.

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