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| Hoy
Sábado, 29 de mayo de 2004
| Hoy		
Vuelve del baile tarde y sola. Las calles están oscuras. 
Escucha pasos a sus espaldas. Su corazón se acelera, se le seca la boca, 
un sudor frío le brota de la piel. Siente miedo...
Desde la antigüedad, los sabios han tratado de explicar qué es el 
miedo, cómo se originan sus manifestaciones físicas y cuál 
es su significado biológico. Una de las primeras teorías de las 
emociones fue la de Aristóteles (siglo IV a.C.), quien definió 
al miedo como un trastorno que se produce cuando la mente percibe que puede 
ocurrir algo malo. Aristóteles pensaba que durante el miedo, el calor 
corporal migra hacia el interior del organismo y se acumula en el corazón, 
produciendo las típicas palpitaciones.
Richard Plutchik, autor de una de las más recientes teorías de 
las emociones (1980), considera al miedo una emoción básica, junto 
con la furia, la tristeza y la alegría, la anticipación y la sorpresa, 
la aceptación y el rechazo. Para Plutchik, estas ocho emociones desempeñan 
un rol importante en la supervivencia de los individuos.
Los científicos ya han identificado varias regiones del cerebro relacionadas 
con la expresión del miedo. Ahora buscan maneras de bloquearlo en las 
personas que padecen fobias y ataques de pánico.
EL PEQUEÑO ALBERTO Y LA RATA BLANCA
En términos psicológicos, un reflejo es la respuesta del cuerpo 
ante un estímulo específico: la pierna se levanta si la rótula 
recibe un golpe seco, las pupilas se contraen ante la luz y se dilatan ante 
la oscuridad. También se producen reflejos ante estímulos no específicos. 
Son los reflejos condicionados, que fueron descubiertos por el fisiólogo 
ruso Iván Pavlov mientras estudiaba la salivación en su perro 
Bécar. 
Pavlov sabía que ante la proximidad de comida (un estímulo específico), 
las glándulas salivales de Bécar segregaban saliva. Sabía 
también que ante el sonido de una campanilla (un estímulo no específico), 
no se producía salivación. Lo que no esperaba fue lo que pasó 
cuando expuso a Bécar a los dos estímulos juntos (cada vez que 
le acercaban comida, sonaba la campanilla). Pavlov repitió varias veces 
este procedimiento y comprobó que llegaba un momento en que el sonido 
solo, sin comida a la vista, estimulaba la salivación de Bécar.
En los años ‘20 del siglo pasado, los psicólogos John Watson 
y Rosalie Rayner demostraron que también es posible condicionar las emociones. 
Tomaron un bebé de once meses, que pasó a la historia con el nombre 
de Little Albert (el pequeño Alberto), y realizaron un experimento que 
ningún científico contemporáneo incluiría en un 
pedido de subsidio.
Eligieron a Little Albert porque le gustaba jugar con ratas de laboratorio. 
Aprovechando esto, Watson y Rayner pusieron a su alcance una rata blanca. Cada 
vez que Little Albert tocaba a la rata, los investigadores le pegaban un fuerte 
martillazo a un tubo de metal ubicado detrás del bebé. Después 
de varios sustos, Little Albert lloraba e intentaba escapar cada vez que le 
mostraban la rata blanca (sin golpear el tubo). También sentía 
miedo ante la presencia de conejos y perros de aquel color. Hasta la barba de 
una máscara de Papá Noel lo asustaba.
UN PINCHAZO REVELADOR 
El cerebro de Little Albert aprendió a reaccionar ante el color blanco. 
Más tarde se descubrió que es posible acondicionar el miedo en 
animales tan diferentes como ratas, pájaros, insectos, reptiles y peces. 
La existencia de este fenómeno sugiere que el cerebro aprende a reaccionar 
ante estímulos no específicos. Es la memoria del miedo.
A comienzos del siglo pasado, el psicólogo suizo Edouard Claparède 
recibía a una paciente que no podía formar nuevas memorias. Cada 
vez que la mujer asistía al consultorio, Claparède tenía 
que explicarle quién era él y por qué la estaba tratando. 
El problema de la mujer era el mismo que sufría el protagonista de la 
película Memento (que se tatuaba en el cuerpo mensajes dirigidos a sí 
mismo, porque cada mañana despertaba sin el menor recuerdo de lo que 
había sucedido el día anterior).
Un día, Claparède saludó a su paciente extendiéndole 
la mano. La mujer se la estrechó... y recibió un fuerte pinchazo. 
El médico había ocultado un alfiler entre sus dedos. En la siguiente 
visita, la mujer se negó a estrechar la mano de Claparède. Ella 
no podía explicar por qué, puesto que había olvidado el 
incidente anterior, pero en alguna parte de su cerebro existía una memoria 
inconsciente que la ponía sobre aviso.
LA PREPARACION DEL CUERPO
Un hombre espera el colectivo. De pronto se le acerca un perro. El animal muestra 
los dientes y gruñe.
El cuerpo del hombre reacciona en forma casi instantánea. En primer lugar, 
se paraliza. Luego se dilatan las pupilas, permitiendo captar mejor las señales 
visuales del entorno. Las glándulas internas liberan hormonas –entre 
ellas la adrenalina– que aumentan la tasa de metabolismo y estimulan el 
sistema circulatorio. El hígado lanza glucosa al torrente sanguíneo. 
El pulso y la presión arterial aumentan, acelerando el transporte de 
la glucosa hacia los músculos y el cerebro, que la usarán como 
fuente de energía. Los vasos sanguíneos del aparato digestivo 
y la piel se contraen, empujando la sangre hacia el cerebro y los músculos. 
Aligerada de sangre, la piel suda. Los pelos se ponen de punta. La digestión 
se interrumpe, minimizando el consumo de energía. Las glándulas 
salivales dejan de producir saliva y la boca se seca. En los pulmones, los bronquiolos 
se dilatan y absorben más oxígeno. El bazo libera las células 
que intervienen en la detención de hemorragias e infecciones. 
Pasaron apenas unos segundos desde que el hombre vio al perro. En ese corto 
tiempo, su estado fisiológico cambió por completo. Ahora su cuerpo 
está preparado para pelear o escapar. Esa es la próxima decisión 
que debe tomar el cerebro. Pero, ¿y si aparece el dueño del perro 
y se lo lleva?, ¿la preparación del cuerpo fue un gasto inútil 
de energía? La situación se puede pensar como un caso de “mejor 
prevenir que curar”, porque si el cerebro no hubiera reaccionado ante 
la presencia del perro y éste atacaba al hombre, las consecuencias habrían 
sido mucho peores que las de un pequeño despilfarro energético.
IN LOCO CEREBRI
A fines de la década de 1970, Joseph LeDoux, un estudiante de doctorado 
de la Universidad de Cornell en Manhattan, Estados Unidos, decidió investigar 
cómo se las arregla el cerebro para producir emociones a través 
de la memoria. Ahora, LeDoux recuerda con humor que la primera vez que solicitó 
un subsidio, los evaluadores rechazaron la solicitud, alegando que era imposible 
estudiar científicamente las emociones.
Cuando por fin consiguió fondos, LeDoux tomó distintas ratas y 
a cada una le extirpó una parte diferente del cerebro. Después 
de la operación les condicionó el miedo, aplicándoles una 
ligera descarga eléctrica al mismo tiempo que les hacía escuchar 
una melodía. Logró condicionar el miedo en algunas ratas, no en 
otras. A estas últimas les había extirpadoel tálamo, una 
estación repetidora que recibe señales de los órganos sensoriales 
y las reenvía a otras partes del cerebro. 
Los resultados indicaban que las ratas sin tálamo no podían ser 
condicionadas. ¿Con qué partes del cerebro estaba comunicado el 
tálamo? Para averiguarlo, LeDoux usó un colorante especial, que 
se inyecta en las células cerebrales y se difunde por todas sus ramificaciones, 
tiñéndolas. Con un microscopio vio que del tálamo salían 
ramificaciones que terminaban en la amígdala, una parte del cerebro que 
tiene forma de almendra. LeDoux observó que tampoco podía condicionar 
a ratas sin amígdala.
LOS CAMINOS DEL MIEDO
LeDoux elaboró un modelo para explicar los caminos cerebrales del miedo. 
Caminos, en plural, porque parece que existen al menos dos. Uno largo y otro 
corto. Cuando los ojos y los oídos del hombre que esperaba el colectivo 
vieron al perro y escucharon sus gruñidos, enviaron sendos mensajes al 
tálamo: “vimos tal cosa”, “oímos tal otra”. 
De inmediato, dos mensajes partieron del tálamo siguiendo diferentes 
caminos. El mensaje que siguió el camino largo llegó a la corteza 
cerebral y fue procesado con datos almacenados en el cerebro: “Lo que 
estamos viendo y oyendo coincide con el recuerdo que tenemos de un perro poco 
amistoso”. Entonces, la corteza le avisó a la amígdala: 
“Hay un perro poco amistoso, ¡a prepararse!”. La amígdala 
a su vez envió las órdenes necesarias para preparar al cuerpo: 
“Aumenten el pulso y la presión arterial, liberen glucosa, irriguen 
el cerebro y los músculos...”.
El mensaje que siguió el camino corto fue directo a la amígdala, 
sin pasar por la corteza cerebral. Este mensaje era menos detallado que el otro, 
no fue procesado y por lo tanto contenía una percepción más 
cruda del mundo exterior. Pero llegó más rápido a la amígdala 
y le dijo: “¡Peligro!”. En respuesta a esta señal de 
alarma, la amígdala ordenó paralizar el cuerpo, que fue la primera 
manifestación del cuerpo ante el peligro claro e inminente.
De esta manera, el cerebro primero reacciona, después toma conciencia 
de lo que está pasando. La diferencia entre los tiempos necesarios para 
recorrer los dos caminos es de apenas unas milésimas de segundo. Un lapso 
ínfimo, pero que en circunstancias de peligro real puede ser suficiente 
para marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
LOS ROSTROS DEL MIEDO
Además de almacenar los recuerdos del miedo condicionado y participar 
en su expresión, la amígdala interviene en el reconocimiento del 
miedo en el rostro de otras personas. Esto se descubrió en personas con 
algunas de las raras enfermedades que afectan la amígdala en forma específica.
En 1994, investigadores de la Universidad de Iowa y el Instituto Salk de California 
describieron el caso de una mujer de 30 años que carecía de amígdala 
a causa de una dolencia llamada “enfermedad de Urbach-Wiethe”. Su 
coeficiente intelectual era normal y había terminado la escuela secundaria. 
El único síntoma que mostraba era una particular dificultad para 
tomar decisiones personales.
A esta paciente le mostraron fotos de rostros anónimos que expresaban 
distintas emociones básicas. La mujer reconoció sin problema las 
caras de felicidad, sorpresa, furia, disgusto, tristeza. El miedo fue la única 
emoción que no pudo interpretar correctamente.
MIEDO IRRACIONAL
Pan era para los antiguos griegos el dios de los campos, el ganado y los pastores. 
Hijo de Zeus y Calisto, había nacido con piernas, cuernos y pelo de macho 
cabrío. Dicen que se divertía apareciendo de repente delante delos 
viajeros, provocándoles un miedo atroz. De su nombre deriva la palabra 
pánico.
El pánico es un miedo irracional que se manifiesta en forma de ataques 
breves e inesperados. Durante esos ataques, el pulso se acelera, la piel se 
cubre de sudor, hay sensación de ahogo. La persona se marea, tiene náuseas, 
siente que se vuelve loca, que está a punto de morir. Después 
de los primeros ataques, la cosa se complica, porque el miedo a que ocurra otro 
ataque en el momento menos pensado se convierte en un trastorno permanente (es 
lo que los especialistas llaman el “miedo al miedo”).
Las fobias son miedos irracionales a determinadas cosas o situaciones. Sus variantes 
son incontables. Fobia a los insectos, a la sangre, al mar, a los relámpagos, 
a los lugares cerrados, a los lugares abiertos, a estar solo, a estar en medio 
de una multitud, a conducir un auto, a las alturas (magistralmente retratada 
por Alfred Hitchcock en su película Vértigo). Estos miedos alteran 
de distintas maneras la vida cotidiana. En los casos extremos, las personas 
se recluyen en sus casas sin animarse a dar un solo paso fuera de ella.
EL BLOQUEO 
Exponiendo ratas a cierta música al mismo tiempo que se les aplica una 
suave descarga eléctrica en las patas, los animales terminan sintiendo 
miedo ante la música sola. Pero resulta que si luego se las expone repetidamente 
a la música sola, el miedo desaparece. Y al cambiarlas a un ambiente 
nuevo, la música les produce miedo de nuevo. Esto indica que el miedo 
condicionado siempre está allí, pero hay formas de bloquearlo.
Resultados publicados el año pasado por el equipo de Mark Barad (Universidad 
de California) sugieren que así como la amígdala guarda la memoria 
del miedo condicionado, hay otra región del cerebro que guarda la memoria 
para bloquearlo. Esa región se llama Corteza Prefrontal Media (CPM).
Casi al mismo tiempo, y confirmando el hallazgo de Barad, Gregory Quirk y sus 
colaboradores (Escuela de Medicina Ponce, Puerto Rico) demostraron que cuando 
se estimula la CPM, disminuye la actividad de la amígdala. 
Hace unos años, una secta liberó gas sarin –un veneno nervioso– 
en los subterráneos de Tokio. Recientemente, científicos japoneses 
estudiaron los cerebros de nueve sobrevivientes con trastornos neurológicos 
ocasionados por el atentado. Todos ellos presentaban una reducción anormal 
en el tamaño del CPM. Varios especialistas buscan ahora sustancias para 
bloquear el miedo. El equipo de Michael Davis (Universidad de Emory, Atlanta, 
Estados Unidos) identificó una proteína que se encuentra en la 
membrana celular de las neuronas, donde actúa como receptor de mensajeros 
químicos. Cuando esta proteína funciona normalmente, se puede 
bloquear el miedo condicionado en las ratas; cuando la proteína se encuentra 
inhibida por alguna sustancia, no se puede bloquear el miedo.
Al descubrir esto, los científicos pensaron que mejorando el funcionamiento 
de la proteína debería aumentar la eficiencia del bloqueo. Entonces 
buscaron y encontraron una forma de hacerlo, que consiste en la aplicación 
de un antibiótico llamado cicloserina. El tratamiento fue puesto a prueba 
en treinta voluntarios con fobia a las alturas. En cuestión de días, 
los pacientes expresaron una notable mejoría. La afirmación se 
confirmó cuando algunos de ellos lograron viajar en avión o conducir 
sus autos por un puente elevado, cosas impensadas antes del tratamiento.
Hace unos meses, Davis comenzó a estudiar el efecto de la cicloserina 
en pacientes con ataques de pánico. Otros investigadores buscan nuevas 
drogas para bloquear el miedo en las personas. Tarde o temprano las encontrarán 
y entonces existirá una alternativa a las costosas y prolongadas sesiones 
depsicoterapia a las que son sometidos quienes sufren estas enfermedades del 
cerebro.
 
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