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Viernes, 20 de junio de 2008

ENTREVISTA

Los sinuosos caminos de Maruja

Aunque la crítica especializada parece no haberlo advertido aún, hay en este momento en cartel una pieza original, de alta calidad de escritura y puesta en escena, Adela está cazando patos. Su autora y directora, Maruja Bustamente, ya estrenó una sátira sobre el cholulismo, tiene otros textos en marcha y un cúmulo de proyectos sorprendentes.

 Por Moira Soto

No cumplió los 30 y ya tiene un muy nutrido pasado creativo –como actriz, directora, dramaturga, guionista, organizadora de ciclos y festivales–, un presente activo y exitoso, y un futuro inmediato rebosante de proyectos diversos, que van desde un musical a un largometraje. Hace dos meses estrenó con mucha repercusión de público (pese a que diarios y revistas no publicaron aun ninguna crítica) la pieza Adela está cazando patos, y el sábado bajó de cartel –según estaba programado– Mayoría, obra performática en conmemoración del Mayo Francés del 68, que presentó el Centro Cultural Rojas (y que ya ha sido solicitada por otras salas). Organizadora junto con Monina Bonelli del Festival Queer desde 2005 en El Cubo, también creadora del misterioso ciclo Suiza, que se realiza en lugares secretos (como La Casa del Hombre Elefante) de marzo a diciembre de 2008 (“dos sillas, dos personajes, una tira de lamparitas de colores, quince minutos, total libertad para los artistas”).

Esta chica de mirada soñadora, hija de madre mística sanjuanina y de padre gastronómico uruguayo, que desparrama talento y originalidad en todo lo que toca, dice, sin el menor resentimiento, que es la primera vez que le hacen una entrevista periodística. Maruja Bustamente, la brillante autora de esta obra en cinco siestas, acerca de una joven mujer cazadora de patos que recibe la visita del fantasma de su padre presuntamente asesinado, reconoce que no puede evitar escribir con un punto de vista de género: “Creo que es algo relacionado con mi mamá, tan independiente, ella lo puede todo, tiene ese carácter... Una vez, en segundo grado, reunión de madres, alumnos y maestra, alguien dijo que hacía falta un padre para arreglar la puerta rota del aula. ‘¿Cómo un padre?’, reaccionó ella, ‘la arreglo yo, como en mi casa’. Al día siguiente, llevó las herramientas y lo hizo. Yo la amo a mi mamá, la adoro, no la culpo de nada, la acepto como es. Cuando se fue por una convicción profunda, no nos dejó solos a mi hermano y a mí. Ibamos a verla a Mar del Plata en el verano, en las vacaciones de invierno, hablaba con ella por teléfono. No fue que se borró, para nada. Y mi papá hizo lo que pudo”.

¿Qué edad tenían cuando tu mamá se fue?

–Diez años, ella se hizo de una religión que se llama Perfecta Libertad, una especie de praxis del budismo. Siempre fue muy mística: metafísica, control mental, testigos de Jehová, se quiso hacer judía, una vez trajo el Corán a casa y lo leía. Mucha búsqueda de absoluto. Entonces fue que encontró esta religión y aceptó ir a hacer misión a Mar del Plata, a encargarse de una de las sedes. Vivió dentro de la religión como seminarista, les dicen reverendos, diez años. Y sí, yo me sabía todos los preceptos porque mi mamá oficiaba la ceremonia...

¿Al menos no discriminaban a las mujeres en esa religión?

–No: la primera reverenda mujer fue argentina. Mi mamá viajó a Japón para que la nombraran. No es fácil llegar hasta ese nivel, hay que hacer todo un camino. Ahora hay más reverendas, todo muy al estilo budista.

¿Te influyó esta búsqueda espiritual de tu mamá? ¿Ella tenía algún oficio o profesión aparte?

–Creo que me pegó un poco esa tendencia. Cuando empecé a estudiar con Helena Tritek, aunque era bastante chica todavía, lo de los cuentos sufis fue algo familiar para mí, ese tipo de literatura estaba en mi casa. Mi mamá era modista, fue costurera en el Teatro El Globo, hizo todo el vestuario de El diario de Ana Frank. Yo me la pasaba metida ahí, me vi la obra un montón de veces, repetía todos los textos... Después, mi mamá se hizo amiga de Ana María Giunta, que vivía en el edificio y me recibía en su casa, me maquillaba, jugaba con la hija al teatro. A los nueve, entré al Labardén, por consejo de Ana María. También iba a la Asociación Cristiana de Jóvenes y cuando había que elegir un taller, optaba por teatro. En esa época, mi mama tuvo seis meses como Testigo de Jehová, no me caían nada bien. En cambio, cuando era más chiquita, los que no me asustaron fueron los de la época umbanda, me encantaba que bailaran...

¿A los diez, entonces, te quedás con tu papá?

–Sí, me sacó del Labardén diciendo que me iba a morir de hambre con el teatro. Entonces, solo me quedaba la escuela: todo lo que tuviera que ver con actuar, lo hacía: recitar, cantar, participar en actos escolares. La maestra de francés le dijo a mi papá: “Esta nena tiene que ir a teatro, tiene mucha vocación”. Pero mi papá se mantenía duro, hasta que a los 14, le pedí estudiar teatro cuando cumpliera los 15. En principio, yo quería ir al Labardén, pero él se enojó: “Es un lugar hippie”. Buscó por su lado algo que le pareciera más serio y justo se abría el Club de Teatro, de Guillermo Bredeston, que tenía las mismas materias que el Conservatorio. Entré al grupo de adolescentes que tenía Roxana Berco, había buenos docentes. Y estaba Helena Tritek: a los 16, me quería ir con ella, pero me dijo que era muy chica. A los 17, por fin me dejó.

¿Es una maga Helena Tritek?

–Sí, no te puedo explicar bien qué hace, es diferente con cada alumno. Creo que lo principal que aprendí con ella fue el amor apasionado por la poesía. Tengo sobre la computadora esa frase que dice: “Quiere poco, tendrás todo; quiere nada, serás libre”. Helena, tanto en la actuación como en la vida, me enseñó a relajarme, a estar un poco más tranquila, a tener paciencia, tratar bien a los demás... Ella me alentó muchísimo, le paso lo que escribo. Es una persona de suma importancia en mi vida. Estuve con ella seis años en talleres de actuación. En algún momento, Helena se quedó sin asistentes en la puesta de la obra Venecia y nos llamó a dos chicos y a mí. Eso también fue muy bueno para mí.

¿Cuándo y cómo te largás por tu cuenta?

–Tenía 22, 23 cuando Helena me dijo: “Andá, tenés que hacer tus cosas”. Me sentí un poco mal. Yo había entrado en la FUC para estudiar realización, me pasé a montaje, estuve dos años, pasó lo del 2001 y no pude pagar más, sacaron las becas. Ese año dirigí Fronterizos, de Josefina Ayllón, para Teatro x la Identidad. Ya me había ido de mi casa a los 19, me mudé diez veces, pensiones, departamentos compartidos con mil personas, ahora estoy sola. A mi asistente, Gael Policano Rossi, que tiene 20, todo por delante para absorber, lo puse como actor en Mayoría. Le avisé: mirá que cuando actuás una vez y te gusta, es un viaje de ida. Sentís, al menos es lo que me pasa a mí, que podés no tener novio, no comer, no dormir, pero tenés eso. Después, claro, puede ser terrible la abstinencia.

¿Hacia dónde fuiste cuando Helena te soltó?

–Por esto de la rebeldía, decidí hacer una obra con José Muscari: me metí en Catch, y fue duro. Primero me hice la orgullosa, pensé que iba a poder con el desnudo, el barro. Yo venía de decir Pessoa, Silvina Ocampo, tenía inhibiciones con el cuerpo, el sobrepeso. Así que hice Catch, éramos compañeras con Mariela Asencio, aprendí mucho con José, te enseña que podés sola, conmigo fue muy generoso.

¿Ya vivías de tu laburo en el teatro?

–A partir de Venecia me las arreglé un tiempo. Luego hice casting, trabajé en búsqueda de actores para publicidad, hasta que me aburrí y tuve un tiempo en que me ayudó mi mamá. Hice una asistencia durante tres años que prefiero olvidar. En 2005 actué en el Rojas en Madre de lobo entrerriano. La primera obra mía que estrené, después de hacer la dramaturgia de cuentos de Silvina Ocampo, fue No me iré sin Mirtha, en 2006, en La Tertulia. Pero antes había escrito La que besó y la que no besó, que quiero hacer con Nya Quesada. La segunda fue Paraná Porá, todavía no está lista porque me falta tiempo para estudiar guaraní, quiero que tenga algunos pasajes en esa lengua. También escribí El amor de Ron es maravilloso, sobre una secta, la tengo en maceración, no quiero que sea un chiste detrás de otro, pero me cuesta porque tengo tanto conocimiento desde adentro... En No me iré... hay una chica de 15 que colecciona cuerpos de famosos, los embalsama. Todo empieza cuando se muere Mirtha Legrand, ella se la compra pero parece que anda su alma suelta por ahí y quiere que la devuelvan. Las que embalsaman no pueden saber nada del mundo exterior, están encerradas. Pero entra alguien, una chica que es hija de una embalsamadora, una costurera, a la que quiere rescatar. Para hacerle acordar a la mujer que es su madre, le empieza a contar las novelas que veían juntas por la tele.

En algunas de las obras tuyas que leí, también en Adela está cazando patos, se trasluce un conocimiento verdadero de ciertas zonas del interior, de su lenguaje, su costumbres, su folklore, su paisaje...

–La mujer de mi papá es entrerriana, fui mucho a esa provincia, me empezó a fascinar todo el tema del Paraná, los bichos, el ruido de Entre Ríos, de Corrientes, me encantan los mitos del Litoral, la siesta... Me contaron lo del Pombero, el Yací Yareté, que aparece en Adela... Después comencé a leer, fascinada, otros mitos y leyendas. Ahora mi mamá vive en Chubut, me gusta ese lugar. Y estoy escribiendo una obra, Fruta fina, pequeño drama, sobre la elección de la reina de los frutos del bosque, aparecen unos porteños que quieren prosperar en El Hoyo.

¿Cómo llega Adela a tu vida?

–Empezó con un proyecto en la FUC, un ejercicio de guión para un medio metraje. Primero se me apareció una mujer cazadora. Me gusta mucho Hedda Gabler, tenía esa imagen y la del hermano al borde de la pileta tomando lánguido un destornillador, y ese título. Al terminar el seminario con Mauricio Kartun, empecé a imaginar al Chakal, a Magdalena. Sin premeditación, me fui acercando a Hamlet, quería contar una historia con heroína argentina, que transcurriese en los ‘90, para criticar esa época. Averigüé dónde se cazaban patos: en La Pampa, Gran Buenos aires y Formosa. Cacería deportiva de alto nivel, un amigo me trajo fotos del noreste –Misiones, Formosa...–, vi los yacarés, los monos, me volví loca, seguí escribiendo, reescribiendo. En el medio viajé al Chaco, ahí hubo algo que me terminó de cerrar: la gente de Resistencia va a bailar a Corrientes, cruza el río. Yo ya tenía a Pablo Seijo para hacer el Chakal, y comprobé que los chaqueños se le parecen bastante físicamente. Me impresionaron las diferencias sociales, los que tiene 4x4 y gente muy pobre. Ahí fue surgiendo toda la importancia del señor Talavera Chega, que aquí sería un diputado más y allá, un personajón. Los hijos criados en Capital que van a su provincia y hacen lo que se les canta, se creen dueños del lugar. Eso lo sentí también en otras provincias. En Chaco conocí a una travesti formoseña, todo vino hacia mí. Otro objetivo que tenía era que la pieza no fuera liviana, que expresara mi pensamiento.

¿A esta Hamlet mujer le sumaste una novia, Olivia-Ofelia?

–Me interesa algo que pongo en esta Ofelia: la imposición de definirse: que sos lesbiana, que sos esto, lo otro. ¿Por qué? Soy con Monina Bonelli organizadora del Festival Queer y es típico que en los reportajes pregunten ¿qué sos? No creo que exista la obligación de responder: el que lo quiera decir, bien, y el que no, también. Además, ahora hay muchas subdivisiones, como si tuvieras que entrar en un casillero.

Tus personajes se destacan por lo bien perfilados, cada cual con discurso propio.

–Esa es medio una obsesión mía, no puedo escribir si no tengo a cada personaje bien individualizado, sabiendo cómo reaccionaría en cualquier situación. Tener ese retrato, que los diálogos suenen bien es importante para mí. También lo es la elección del elenco, la medito mucho. Me costó encontrar a Guillermo Jacubowicz, por ejemplo, quería esa belleza, esa gracia. Así fui eleigiendo a Monina Bonelli, Armenia Martínez, Daniel Toppino, Pablo Seijo, Diego Benedetto, Iride Mockert...

¿De quién fue la idea de las pelotas celestes de plástico en la pileta?

–Pensé en el pelotero, tuve miedo de que los actores dijeran que no, pero se jugaron y creo que quedó bien, suena como agua cuando se zambullen y salpican pelotas azules.

Adela está cazando patos, los viernes a las 22 en el Abasto Social Club (Humahuaca 3649, 4862-7205)

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