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Viernes, 4 de junio de 2010

Maldita praxis

Perla Pascarelli tiene 39 años y sufrió la amputación de sus manos y piernas por mala praxis durante una cesárea en el Hospital Durand. El proceso contra los responsables sigue abierto y el Gobierno de la Ciudad no cumple con el amparo concedido a la familia, que necesita asistencia permanente y apoyo económico.

 Por Flor Monfort

En la Semana Mundial por un Parto Respetado, celebrada del 16 al 23 de mayo, el caso de Perla Pascarelli cumplió tres años. Sin ningún tipo de autocompasión ni necesidad de victimizarse, su relato desde que fue a parir hasta que despertó sin miembros de un coma profundo es preciso y detallado y el reclamo, además de justo, es mínimamente compensatorio, si se tiene en cuenta todo lo que no hizo ni podrá hacer, ella y su familia, a raíz de esta negligencia enorme que por ahora no tiene responsables públicos. Y para sumar dramatismo o inverosimilitud al caso, la impunidad de las autoridades que juran frente a los medios que la ayuda será dada (el jefe de Gabinete de Macri, Horacio Rodríguez Larreta se comprometió públicamente el año pasado) pero no cumplen ni siquiera frente al amparo presentado por la familia y la disposición de un juez, que dio lugar al reclamo.

“El 19 de mayo de 2007 fui a someterme a mi tercera cesárea. De la primera habían nacido mis mellizos, Franco y Juan Cruz, de 11 años, y de la segunda nació Chiara, de 7. Era el turno de Santino y lo tuve en el Hospital Durand. No noté nada raro, estuve internada tres días y después nos fuimos a casa. Los problemas empezaron a la semana, cuando empecé a tener, primero, un exceso de flujo y después unos bultos abajo del brazo. La doctora me dijo que era mastitis y me medicó, pero a las tres semanas de haber parido empecé a tener un fuerte dolor de panza y mucha fiebre”, cuenta. Entonces Perla le pidió a su marido que la lleve de nuevo al Durand porque el dolor era persistente y la medicación no había dado resultado para ninguno de los síntomas. “Entré por guardia y cuando me revisaron, enseguida llamaron a un cirujano, que dijo que lo mejor era abrir para ver qué pasaba. Firmé la cirugía, esperé media hora con un dolor insoportable y a partir de ahí no me acuerdo más nada”, rememora sobre ese día, 8 de junio de 2007, cuando estuvo tres horas en el quirófano. Tenía un litro y medio de pus en la zona abdominal, el útero y un ovario necrosados (tejidos muertos) y el diagnóstico era desesperante. “No pasa de esta noche, le dijeron a Luis, mi marido, pero no le explicaron por qué”, precisa Perla. Y atrás de ese médico que diagnosticó la muerte segura, un anestesista le dijo a Luis: “Hacé la denuncia porque éstos siempre se mandan cagadas en las cesáreas”. Todavía falta determinar en qué parte del proceso estuvo el error en la cesárea que desencadenó la infección, pero el mismo anestesista dijo que fue una gasa que quedó en el cuerpo y hoy es una pieza clave en la causa por el caso de Perla. “Mi marido cruzó la calle, fue a la comisaría número 11, hizo la denuncia y esa misma noche secuestraron la historia clínica”, explica, sabiendo que a partir de ahí hay un mes entero que es un agujero negro en su memoria, pero que revive miles de veces junto a su compañero, sus amigas y otros familiares que eran testigos de lo que pasaba. Perla estaba en coma farmacológico, pasó esa noche y varias más entre el desconcierto de su gente y la falta de información por parte de los médicos (no hubo ningún intento de explicación formal, de pedido de disculpas o de tratamiento especial del caso) mientras sus extremidades se tornaban azules y los órganos empezaban a fallar en cadena. “A esa altura tenía las manos y los pies negros, los tejidos estaban muertos y los médicos le dijeron a Luis que me iba a morir, pero no le hablaban de amputar como una opción. Lo que hicieron es abandono de persona porque no me querían tocar y lo que le pasaba a mi cuerpo es lo que pasa cuando una infección se deja estar. Otra médica del Durand, la Dra. Gazzolo, no estaba con mi caso pero se le acercó a Luis y le dijo que pida la amputación porque me iba a morir, pero mis médicos no querían. Mi marido se peleó con todo el mundo, casi a las trompadas, hasta que le hicieron caso. Entré al quirófano siete veces. Yo sé que ellos rogaban que me muera para que todo quede en la nada, pero no sólo que no me morí sino que salía con los ojos abiertos de cada cirugía, como diciéndoles acá estoy yo.” Si Perla hubiera tenido algún antecedente en su salud, hubiera sido fumadora o simplemente hubiera bajado los brazos en esa lucha misteriosa que se abre entre el paciente y un estado de coma, se hubiera muerto y, tal vez, como dice ella, todo hubiera quedado en la nada. Pero Perla salió adelante y el 9 de julio, ese día que todos recuerdan porque nevó en Buenos Aires, se despertó y fue informada de la amputación. “Empezamos a llorar con Luis, que me pedía que no lo abandone. Yo lo miraba como diciendo ‘¿por qué dejaste que me hicieran esto?’”, dice Perla. Un capítulo aparte para la fortaleza de esta mujer que todavía no cumplió 40 años, la manera de contar su calvario tan repentino, con intensidad pero sin quebrarse, y su desesperación porque la historia llegue a la mayor cantidad de gente posible, para que las mujeres puedan reclamar por sus dolores cuando éstos les resultan sospechosos, graves, por cortar con la cadena de “casualidades” que terminan con mujeres muertas, no sólo por “cagadas” en las cesáreas, que existen y tantas, sino por la cantidad de procedimientos de este tipo que se hacen por demás. Un informe realizado por el Estudio Latinoamericano de Cesáreas en Argentina, Brasil, Cuba, Guatemala y México reveló que el 41 por ciento de las cesáreas se practican por “comodidad del médico y sus horarios”.

Sin ninguna comodidad ni resarcimiento, Perla recibió el alta el 30 de septiembre de 2007 y decidió esperar. Sabía que había una causa iniciada, ya tenía abogados y empezó el proceso de reclamo al Gobierno de la Ciudad, a quien le correspondía responder por su invalidez y la imposibilidad de su esposo de seguir trabajando. Pero para el Gobierno de la Ciudad el reclamo de Perla no encajaba en ninguna de sus figuras presupuestarias y se trabó, el expediente empezó a rebotar aquí y allá, el tiempo pasaba y la situación se hacía más desesperante para la familia, que entre otras cosas contaba con un bebé que no pudo tomar más la teta ni ser acunado por su mamá. En 2009, harta de tanta paciencia, la familia solicitó un amparo, que fue concedido y que obliga al gobierno de Macri a cubrir los gastos de alquiler, asistencia psicológica familiar y dos personas para ayudar a Perla, un trabajo fijo para Luis y la cobertura total de las prótesis indicadas por el Servicio Nacional de Rehabilitación, algo que le permitiría a Perla volver a escribir, a comer por sí misma, a moverse con libertad. Pero el amparo, a siete meses de su aprobación, fue cumplido muy parcialmente: se cubre sólo una parte del alquiler y cuando Luis fue a pedir trabajo al ministerio le contestaron. “¿Trabajo? ¡Ah! No, eso andá a pedirle a San Cayetano.”

Por esta causa hay tres expedientes iniciados. Según el abogado de Perla, Sergio Manzano, “por la causa penal, se pidió la intervención de la Academia Nacional de Medicina, porque se consideró que el informe presentado por el cuerpo médico forense no es suficiente para declarar la mala praxis durante la cesárea. Hay 11 médicos imputados. Esto quiere decir que es una causa abierta. Después, está el reclamo civil por daños y perjuicios, que todavía va a llevar más tiempo, y la medida más urgente, que es el amparo que se inició el año pasado y fue concedido pero no se cumple. Basta con tomar un mate con Perla para darse cuenta lo que significa no tener ni piernas ni brazos. Tal vez alguien del gobierno quiera acercarse para vivir esta experiencia”.

Cuando se le pregunta por el shock de verse impedida de la noche a la mañana, el impacto en su vida y la posibilidad de hundirse en una depresión, Perla contesta: “Nunca me deprimí. Lo que más duele es depender, porque yo toda la vida me manejé sola. No poder llevar a los chicos al colegio o salir sola con ellos. Pero mi personalidad no cambió, sigo siendo muy amiguera, me gusta salir, me encanta recibir gente en casa. A mis chicos más grandes les impactó mucho verme así pero cada uno lo demostró de otra manera. Lo que pasa con mi caso es que está politizado, pero que no se confundan, yo acuso al Gobierno de la Ciudad porque es el responsable, pero soy apolítica, me da lo mismo quién es quién: lo que quiero es que se haga justicia”.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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