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Viernes, 24 de febrero de 2012

RESCATES

En el cielo, las estrellas

Caroline Lucretia Herschel

1750-1848

 Por Marisa Avigliano

Ni linda ni rica para conseguir marido, pensó su madre que lamentaba las marcas de viruela en la cara y en el cuerpo contraído por el tifus de su hija. ¿Qué otro destino podía tener entonces que no fuera el de mantener limpia la casa para que sus hermanos varones estudiaran matemática, música, astronomía, filosofía y francés? Ninguno. Pero Isaac, su padre –un músico de la milicia– no quiso dejarla sola y decidió a escondidas de su mujer enseñarle lo que él sabía. Disimulada entre ollas y liencillos Caroline cantaba –era soprano– y estudiaba las estrellas. Cuando Isaac murió, Caroline tuvo que soportar los jabones y las escobas de su madre hasta los veintidós años cuando dejó Alemania y se fue a vivir con William (uno de sus hermanos mayores), músico de la ciudad de Bath, quien –para conseguir la libertad de su hermanita– tuvo que pagar la mensualidad de la sirvienta que iba a reemplazarla en el dulce hogar materno.

En Inglaterra los esperaban la ópera y los conciertos, pero los sigilos del firmamento arrebataron las intenciones musicales de los hermanos Herschel y los pentagramas se completaron con cálculos matemáticos. El iba a descubrir Urano, el primer planeta visto a través de un telescopio. Ella a un cometa, el primero atrapado por una mujer.

Vivían juntos y solos, él comía lo que el tenedor de Caroline le ponía en la boca y escuchaba las novelas que ella leía en voz alta mientras pulía y limpiaba los vidrios y los espejos de sus telescopios. Descubrir Urano en 1781 –al que llamó Georgius Sidus, en honor al Rey George III– lo convirtió en el astrónomo del palacio con un sueldo de 200 libras anuales, pero eso no era todo, también había dinero para un asistente. Quién sería ese asistente, quién si no Caroline, su hermana varón, su hermana esposa y la primera mujer en ser nombrada ayudante de un astrónomo de la corte. “Nunca gasté dinero a mi antojo con tanta libertad”, escribió en una de sus cartas. Juntos descubrieron más de 2500 cúmulos de estrellas –no fueron los únicos, otros hermanos, Tycho y Sophie Brahe, astrónoma y alquimista autodidacta de los siglos XVI y XVII, compartieron como los Herschel sus investigaciones estelares.

William era el que miraba a través de la lente del telescopio y Caroline la que tomaba notas. Pero un día William se casó y Caroline debió –por contrato nupcial– dejar su casa e irse a vivir sola. ¿Qué iba a hacer ahora la mujer que se definía como un cachorro amaestrado por su hermano, o simplemente como un instrumento al que tuvieron que afinar? ¿Qué iba a hacer sin su mitad? La pérdida del reino de la hermandad no iba a ser tan tremenda como parecía porque ahora iban a ser sus ojos los que miraran el cielo –antes sólo podía usar el telescopio cuando William estaba de viaje–, y fueron sus ojos los que encontraron en agosto de 1786 su primer cometa –el primero de otros siete–, bautizado como “el primer cometa femenino”. Nebulosas, galaxias espirales e irregulares, cúmulos abiertos y estrellas que otros habían omitido pueblan el Catálogo General de Astrología gracias a la contemplación de Caroline. Cuando William murió, Caroline –que influyó mucho en la educación de su sobrino, también astrónomo– dejó Inglaterra y volvió a Hannover. En 1828 recibió la medalla de oro de la Royal Astronomical Society (pasaron más de ciento sesenta años para que se la volvieran a dar a una mujer) y fue nombrada miembro honorario (porque ser miembro de pleno derecho era un cargo impensado para las mujeres). Un cráter de la Luna lleva su nombre y también un asteroide (el Lucretia). Murió en su ciudad natal a los 97 años poco después de haber elegido su epitafio sin miedo a la noche –que es la verdadera edad de las estrellas–: “Los ojos de ella, en la gloria, están vueltos hacia los cielos estrellados”.

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