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Viernes, 26 de abril de 2002

ARQUETIPAS

Placer de diosa

 Por Moira Soto

Qué tal si miramos Carrie de nuevo –las que ya la vimos– o por primera vez –las que no, siempre y cuando no retrocedan ante el fantástico terrorífico fílmico– con ojos reivindicadores, para no decir vindicativos tratándose de una de las grandes reinas de la venganza que nos ha dado la ficción? Porque, no sin argumentos, el director Brian De Palma ha sido tildado en ocasiones de misógino –recuerden, sin ir más lejos, cómo castigaba a la desgraciada Angie Dickinson por su travesura sexual en Vestida para matar– y es verdad que en el caso de Carrie, brillantísima adaptación de la novela de Stephen King, contribuye a reverdecer el mito de la sangre menstrual como generadora de desarreglos, trastornos, desastres. Sin embargo, incluso partiendo de esta verificación, es posible dar vuelta la queja y así advertir los aspectos valorables de esta terrible historia de inocencia súbitamente turbada, de despertar sexual asociado al pecado, de ilusiones cruelmente burladas.
Por cierto, Carrie, la adolescentona marginada y desinformada, es una tardía víctima de los prejuicios relativos al período, las reglas, andrés, etc.: su represora madre no la ha puesto mínimamente sobre aviso y la chica pecosa y adecuadamente pelirroja, en la ducha del colegio, ve brotar de ella misma un chorro de sangre. Desnuda, aterrada, las manos enrojecidas, ruega ayuda a sus compañeras Sue, Chris y otras. Pero ellas se ríen despiadadamente y la acribillan con tampones, toallitas, toallas.
Carrie, ya en el episodio de la ducha, empieza a descubrir sus nuevas habilidades telekinéticas quemando los focos y oscureciendo el sitio en donde comienza la serie de agravios. Más tarde, empuja con la vista –con el enojo, más bien– el cenicero del director del colegio que se empecina en llamarla Cassie. En realidad, la joven no conoce, no domina aún sus nuevos atributos: esa práctica parece surgir de un movimiento del inconsciente, de un profundo fastidio que se concreta en hechos, que serán cada vez más violentos, a medida que los motivos de venganza sean mayores. Carrie cruza el parque, un chico en bicicleta le hace burla, la pecosa lo mira resentida y el crío vuelca. Si ya estábamos del lado de Carrie cuando sus compañeras la maltrataron con tanta dureza de corazón, para qué decir el grado de identificación revanchista luego de que la joven llega a su casa –presidida por un tapiz de La Ultima Cena, y superpoblada de cristos, vírgenes y santos– buscando refugio en su mama, ésta le enchufa un volumen intitulado Los pecados de la mujer y, ante su lamento, la encierra en un placard para que rece. Lo menos que puede hacer Carrie es –sin tocarlo, claro– romper un espejo en el que se refleja el rostro del Cristo sufriente, coronado de espinas (¿acaso el paño de la Verónica?). De momento, Carrie tiene a alguien a su favor: Miss Collins, la profe de gym, que sin saberlo desencadenará la hecatombe al encajarle una buena cachetada a Chris, en defensa precisamente de la pelirroja. Sue, novia delchico más bonito del vecindario, con afán reparador, convence a éste de que invite a Carrie al gran baile de promoción. Y Chris, consumida de odio, logra que Bill, un patán al que no miraría dos veces, trabaje en tenderle una trampa literalmente sangrienta a Carrie, con el avieso fin de escarnecerla en el momento culminante de la fiesta.
Naturalmente, la madre trata de evitar que Carrie vaya al baile con Tommy. “Los perros ya olieron la sangre”, masculla y cita la Biblia: “No permitirás que la bruja viva”. Obvio que la bruja vivirá, al menos hasta llevar a cabo su vendetta exterminadora, ya transfigurada en una Furia, en una Erinia total, majestuosa, todopoderosa. El fatuo de Tommy, tan vulgar como inocuo, manipulado por Sue al igual que Bill por Chris (porque estas chicas serán la mar de villanas, pero ellos no pueden ser más crédulos y bobalicones), resultará sacrificado por el azar, con todos sus rulos de corderito rubio ceniza. Si Margaret puede ser tomada por una sacardotisa en cruzada purificadora que sucumbirá como una mártir de santoral, Carrie florecerá sobre el escenario, espléndida en pleno trance, desplegando sus facultades brujeriles, dominando los elementos, al cobrarse con altísimos intereses las humillaciones sufridas. En su momento de bravura, no perdonará ni siquiera una de las chucherías de ese cotillón que iluminó fugazmente su ensueño romántico.

(Carrie se pasa por la señal ISAT el
sábado 27 a las 22).

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