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Viernes, 9 de julio de 2004

Dora y Rosario

Por S.T.

Dora Marijanac y Rosario Parker se conocieron, como tantas otras parejas, por el chat. Rosario vivía en Perú y Dora en Salta, adonde había llegado para trabajar como calígrafa pública nacional. No es su única profesión, además es periodista. Cuando decidieron convivir en Salta, no imaginaban que ese amor las iba a obligar a huir hacia Buenos Aires para dejar de sufrir agresiones. Su historia deja la lesbofobia al descubierto, en toda la dimensión que puede tomar en lugares donde la tradición es una materialidad.
Dora tiene 49 años. Hasta que la conoció a Rosario, hace tres, había tenido dos relaciones importantes con hombres, pero con ella se acercó al amor lésbico. Después de un tiempo de romance virtual y algunas visitas, empezaron a convivir en la capital de la provincia. El hostigamiento de sus vecinos, que organizaron reuniones de consorcio para rechazar su presencia en un “barrio honorable”, las llevó a buscar refugio en Cerrillos, una pequeña localidad de 15.000 habitantes ubicada a 15 kilómetros de la capital. Pusieron un kiosco y merendero, que atendía en forma gratuita a los niños con carencias alimentarias. “Los chicos nunca entraron a nuestra casa para recibir la leche. Se la dábamos en un jardincito que teníamos afuera del departamento”, relató Dora, todavía a la defensiva. Los vecinos organizaron reuniones en las dos escuelas del pueblo para impedir que los chicos siguieran tomando la leche, gratis, en la puerta de esa casa donde pasaban cosas que ellos calificaban de “raras”.
“Lesbianas de mierda”, “mal nacidas” y “depravadas” fueron algunos de los insultos que debieron escuchar durante los meses que vivieron en Cerrillos. No sólo fueron insultos en la cara, también escritos en las paredes, amenazas telefónicas, anónimos. Se mudaron varias veces, hasta que la dueña del último departamento –un Fonavi– donde vivían les solicitó que lo desocuparan. El problema era que los consorcistas se habían quejado, y la presionaban por alquilar la casa sin haber terminado de pagarla. Excusas.
Dora todavía no se resigna a haber perdido todas sus pertenencias, construidas en una vida de trabajo. A Buenos Aires llegaron con lo puesto, y ahora buscan trabajo. Volvieron a empezar. Dora, con 49 años y Rosario, con 46, viven de pensión en pensión y buscan trabajo. “Hemos llorado mucho, pero nos apoyamos una a la otra. Y cuanto más nos hacen, más unidas estamos”, dice Rosario, quien sufre además la discriminación por su origen, que lleva a mucha gente a sugerirle que busque trabajo como empleada doméstica. No tiene ningún problema, pero ocurre que ella es traductora de inglés y webmaster. En la marcha del orgullo que se realizó el último sábado de junio por la peatonal de Rosario, ellas manifestaron su amor envueltas en la bandera del arco iris.

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