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Viernes, 9 de agosto de 2002

Silvina de entrecasa

Entrevista realizada por F. P. en 1982, y publicada en la desaparecida revista Vosotras.

Como adelanté a Silvina Ocampo por teléfono, el reportaje para Vosotras no será literario sino doméstico. El carácter de la nota la entusiasma. Silvina Ocampo detesta lo pomposo, y redescubrir lo cotidiano la tienta, aunque sólo se considera hábil en algunas tareas y practica pocas relacionadas con la casa, en estos días en que su perra Diana sufre ataques de epilepsia que ella devotamente trata de aliviar.
Es precisamente Diana la primera en anunciar mi visita antes de que el ascensor se haya detenido en el quinto piso. Sus ladridos llevan a la escritora a la puerta, y enseguida estamos cambiando impresiones en elliving, forrado de libros, enfrentadas en dos sillones colocados justo en el centro del inmenso salón.
Casada con Adolfo Bioy Casares hace muchos años, Silvina Ocampo no es lo que se denomina comúnmente un “ama de casa”. Sin embargo, reconoce que las diversas tareas domésticas tienen un costado no descubierto, por lo general, a no ser que se apele a un entusiasmo creativo, que, en su caso, ha sido practicado con devoción.
Recordar quehaceres tan pedestres como planchar, lavar, cocinar, tejer, cuidar las plantas y los animales, se convierte para la escritora en una suerte de viaje a su infancia, cuando, por ejemplo, le estaba prohibido planchar y aún más, entrar en el cuarto de plancha, para evitar accidentes. “Nada había que me divirtiera más que conversar y planchar con la planchadora de casa, que me enseñaba las tareas más prolijas, y me escondía debajo de la mesa cuando venía alguno de los grandes a recriminarme”, recuerda divertida la escritora. “Hoy, en cambio, no plancho más con la plancha. Creo que se consigue el mismo efecto con las manos. En realidad no se necesita nada más que un poco de energía positiva y algo de gracia para planchar con las manos, en lugar de artefactos eléctricos.”
Tejer, en cambio, es una tarea eminentemente poética para Silvina Ocampo, quien define la manualidad del siguiente modo: “Tejer es parecido a hacer un poema. Toda mujer que teje está haciendo un poema. Hay tantos elementos similares: la métrica, las texturas, las formas de los puntos, los colores. A mí nadie me enseñó, y me fascina combinar caprichosamente todos esos elementos cuando escribo”.
La constante invención y la práctica permanente de la creatividad no sólo se reducen al tejido y al planchado. La escritora me confiesa que antes, cuando le gustaba ir a la feria, se formaban corrillos de amas de casa alrededor de ella para escuchar las recetas culinarias que inventaba en el mismo momento y que, al parecer, tenían buenos resultados. “Todos los días me pedían la receta que les había dado alguna vez, pero siempre la fórmula era diferente. En realidad, nunca tuve recriminaciones en ese campo ni tampoco en mi casa, donde todos los días hago el mismo plato, aunque con sutiles variantes que no desagradan del todo a la familia. En cuanto se producen reproches por la falta de variedad, dejo quemar un poco la comida y, al detectar ese nuevo gusto, dejan de protestar. Generalmente, recurro a muchos ardides nada ortodoxos. Cocinar, para mí, debe ser una tarea eminentemente creativa y estética, poniendo el máximo de imaginación. Si no, no me interesa”, me aclara, con mucho sentido del humor.
El mismo mecanismo se produce en la aproximación de la escritora a la jardinería, a pesar de que sobre esta ciencia suelen pesar leyes inconmovibles. Silvina Ocampo se ocupa de desafiar los períodos de trasplante, las leyes de la botánica en lo que se refiere a los gajos, las semillas, los almácigos, y consigue siempre buenos resultados. Es que la buena relación que la escritora mantiene con los seres vivos es evidente, y su postura es crear en todo momento.
En ese aspecto, su posición es clara: “Creo que las mujeres se aburren y son muy desgraciadas haciendo las tareas de la casa porque no cantan mientras hacen algo que les produce displacer. Creo que una canción ayuda a sobrellevar ese tipo de deber. Mejor si tiene un ritmo que sea altamente estimulante. Como lo hacen todos los pueblos primitivos, que por lo general trabajan cantando”.
Es que la música, y en especial las canciones, emocionaron a la escritora desde siempre: cuando a los diez años escribía sus primeros cuentos, que luego rompía, o más chica aún, cuando a los siete años imaginó un argumento que le sugería imágenes que luego pintaba. “Para mí nunca hubo límites entre la poesía, la música, la pintura. Las imágenes se sucedían a las palabras y a los sonidos con la misma intensidad. Me acuerdo de que no había momentos más felices para mí que cuando en lasnoches de verano mis hermanas mayores cantaban canciones acompañándose en el piano. Una vez lloré de emoción mientras escuchaba una de ellas. Entonces tendría no más de diez años, y me acuerdo que me sentí muy importante por haber llorado por ese motivo.”
A pesar de que Silvina Ocampo considera todas las tareas manuales loables y hasta recomendables (ha confeccionado títeres, entre otras habilidades), hay algo que detesta: lavar y estrujar la ropa. “Lavar y estrujar es como estrangular a alguien, y eso no me gusta nada.”

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