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Viernes, 2 de mayo de 2003

Por ella misma

por Diana Staubli*

Votante a disgusto de varios candidatos en otras épocas, me resulta difícil expresar qué sentí con relación a Carrió y sus votantes femeninas, cuando veía los resultados de la elección el domingo pasado.
Algo cambió desde aquella vez que Isabelita asumió la presidencia como “esposa de” y discípula del Brujo. A aquélla no la votó nadie. Votaron a Perón y no a su apéndice.
A ésta se la votó por ella misma. Con su fe que produce alergia y/o desconcierto a los más progresistas; con sus desprolijidades que disgustan a las señoras de clase media, o con su posición sobre el aborto mientras se autodeclara feminista.
Carrió no porta apellido. Es Lilita. No sabemos del aspecto de sus ex maridos ni se mostró en una foto con sus hijos y el perro en el sofá del living sonriéndonos marketineramente.
Ella es como muchas de nosotras. Desordenada, con excesos en las comidas y el cigarrillo. Le gusta juntarse con sus amigas, confiesa sin tapujos haber sido víctima de violencia doméstica y despotrica contra los hombres igual que tantas otras.
Ella, igual que muchos genios, piensa que el aspecto físico es lo de menos y que su mente es la única que debe cultivarse. ¿O quién se acuerda o le importa cómo vestía cuando ese viernes de agosto del 2000 en el Salón de los Pasos Perdidos nos tiró en la cara el relato completo y detallado del vaciamiento de país con una investigación que hará historia? El país tembló, como tembló también cuando desde su banca nos anunció: “Vienen por más. Vienen por la República”.
Tal vez las mujeres, más allá de nuestros conflictos de género con el liderazgo femenino, le creemos porque percibimos que la intuición de nuestro hemisferio derecho, siempre tan depreciado por los varones y su racionalidad patriarcal, tiene un valor que nos ha ayudado a sobrevivir viendo donde otros sólo miran.
Y sumado a esta intuición –que algunos llaman mesianismo pero que en los dirigentes masculinos se denomina “visión política o visión de futuro”–, está su brillantez, su inteligencia, su caudal intelectual, por lo cual ninguno de los otros candidatos se arriesgó a un debate de los programas de gobierno por miedo al papelón y a quedar desnudos ante argumentos contundentes que, repetían, ella no tenía.
La Lilita no sólo es honesta. Es auténtica, sin dobleces. Y lo que algunos ven como debilidad, cientos de miles de mujeres lo ven como una capacidad de sortear la adversidad y sobreponerse para seguir luchando a pesar de sus quejas, que a veces nos cansan o confunden y parecen incomprensibles para alguien que aduce haber asumido esta misión en la vida.
Porque lo que tiene la Lilita que seduce, no es sólo ese envidiable don de la palabra sino los ovarios y el coraje para enfrentarse a todo un sistema de poder dominado por varones, buscando nuevas formas de construcción a través de sí misma, poniendo el cuerpo, con ensayos y errores, pero también con aciertos.
Y las mujeres que día a día trabajamos y nos dividimos en tres o cuatro convirtiéndonos en personas polirrubros, sabemos esto de poner el cuerpo.
Sabemos también que a igual capacidad las mujeres ganan un 35 por ciento menos de plata que los hombres, y que en los resultados finales de la elección del domingo, esto en las mesas masculinas se tradujo en votos.
Lo que muchos varones perdonan, ignoran o resaltan de otro varón, no será medido con la misma vara cuando se trate de ella, tanto para votarla como para seguirla. Y esta serie de ataques permanentes de los cuales fue víctima; esa austeridad y transparencia de fondos para su campaña; ese romanticismo de recorrer el país en auto hicieron que muchas mujeres obviaran algunos cuestionamientos personales y de género reflexionando sobre “qué le estaban pidiendo a Lilita” que no habían pedido antes a ningún otro u otra, y fueron a votarla, convencidas de que estaban haciendo lo que debían hacer a pesar del voto útil.
Mujeres de todas las edades, algunas más confiadas que otras, empujando a maridos (como se me quejaba una fiscal de izquierda por su hijo influenciado por la novia), votaron y permitieron que una mujer como la mayoría de nosotras, pero dirigente, se empodere de tal forma que le permita de ahora en más construir algo diferente para este país.
Y yo, fiscal general, que después de casi veinte años hacía la fila para votar convencida y contenta como si fuera la primera vez, por un error de padrón abandoné shockeada la escuela en la que siempre lo hice sin meter el sobre en la urna. Cosas del destino. Será la próxima.

* Especialista en teoría de género.

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