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Domingo, 27 de noviembre de 2005

MARCELO DAMIANI: "EL OFICIO DE SOBREVIVIR"

De comienzo a fin

La circularidad en una novela que no desdeña el experimento.

El oficio de sobrevivir
Marcelo Damiani
Adriana Hidalgo
176 páginas
Por Luciano Piazza

Esta segunda novela de Marcelo Damiani, El oficio de sobrevivir, afirma una relación de experimentación que une a Damiani con el género. En los seis capítulos de la novela, incluyendo el prólogo ficcionalizado, la narración transcurre en un imaginario lugar llamado “la Isla”. Lo que ocurre allí reproduce el realismo del mundo contemporáneo en menor o mayor medida de acuerdo a cada narrador. Cada capítulo tiene su narrador, cada uno de ellos un estilo bien definido y en contraste con el resto. La novela se fragmenta en relatos y micro-relatos, que pueden yuxtaponerse, darse continuidad o alejarse en aparentes paralelos. Y como es de esperarse, el riesgo que corre esta narración ocurre al momento de forzar al lector a participar del tramado de la historia.

El lector participa de un debate entre el autor y el género, mientras decide aceptar las reglas de juego, que bien podrían ser la ausencia de guía y la exigencia de vagar y escarbar por la prosa. Por el placer de la lectura esta novela no se trata de un ejercicio que reflexiona sobre el género. Los personajes, como el lector, deambulan leyendo sus vidas en intensa reflexión, pensar el determinismo es un hilo rector entre todas las figuras que se arman. “El caballero de la resignación no es más que un transeúnte, más que un extranjero”, cita Pavese a Kierkegaard, en su diario El oficio de vivir. Los extranjeros de Damiani están agotados de renovar el criterio que los ha arrojado en el azar que los gobierna. Se enfrentan a las propias decisiones y parecen revisar lo que les pasa, analizándose a sí mismos como variantes de diferentes tramas posibles. Y cuando se encuentran tomando una decisión tienen una cita a ciegas con una imagen olvidada en el espejo. Despejar esa imagen parece ser el oficio que los ocupa. La decisión que ilusiona quebrar con el círculo en el que ruedan, suele ser la que los conduce al comienzo de otra serie de eventos trágicos o a la catástrofe final.

Y allí, en el final, es cuando el lector está seguro de estar llegando al comienzo de la historia, de otra historia que devela el cansancio de los personajes de ser parte de un relato, en el que el pensamiento siempre es parte de una trama. Ahora sí emergen sensibilidades, frustraciones y resignaciones. Ahora sí leemos la tragedia en forma lúdica, que escapa a la densidad existencial gracias a la acertada articulación de la historia. Cuando la trama parece circular, más que por la proximidad entre el principio y el fin, es por el reflejo de las figuras que arman los personajes en la misma y deformada trama. La veneración a Terry Gilliam y el elogio a 12 monos de uno de los narradores-personajes, nos recuerda a una circularidad de sucesos, de causas y consecuencias que entraron en un eterno retorno en el cual somos testigos de una de las vueltas. En cambio la circularidad en la novela de Damiani está sugerida, montada a la ilusión que genera la sensación de lo inevitable. Los personajes, que como piezas de ajedrez o muñecos de trapo se van despertando, tomando decisiones para revolcarse en el azar más que para armar un camino, logran desplegar densas reflexiones en acotadas intervenciones. Está muy bien lograda la expansión de la vitalidad de los personajes, gracias a que la prosa no se pierde en juegos de cajas chinas y que tampoco las descarta para sostener una saludable ficción.

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