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Domingo, 5 de febrero de 2006

EL EXTRANJERO

Muerto de miedo

Everyman es una elegía sorprendente después de La conjura contra América. Philip Roth avisa que se viene la muerte y tendrá tus ojos y, sobre todo, te dará mucho miedo.

 Por Rodrigo Fresán

“El hecho de que algún día moriré ha dejado de parecerme una injusticia”, declaró hace poco Philip Roth. Y enseguida –en la misma entrevista– agregó que “lo que no quita que me aterrorice la idea de la muerte. Es horrible. Me rompe el corazón. Es impensable, increíble, imposible. La idea de ser olvidado. El no estar vivo, no sentir la vida, no poder olerla. Mi próximo libro trata sobre todo eso: sobre la muerte y sobre morir.”

Y Everyman, el inminente nuevo libro de Roth –a publicarse el próximo mayo en Estados Unidos y al que Radar ya ha tenido acceso–, probablemente sea lo más elegíaco que jamás haya escrito el autor de El lamento de Portnoy y Pastoral americana. Everyman –sin Roth ni Kepesh ni Zuckerman como narradores– desconcertará un tanto a los que recién lo descubrieron con la publicación, en el 2004, del best-seller histórico/alternativo La conjura contra América. Muy lejos en intenciones pero no en la intensidad de aquella novela pública y panorámica, Everyman es, en cambio, una íntima miniatura fúnebre ya desde su tipográfica portada negra (“Muy parecida a una lápida”, precisó Roth, quien así la exigió a su editor) que abre con el entierro de un héroe poco querible (“Me pasé dos días en un cementerio para ver cómo cavaban tumbas”, precisó Roth) y cuyo título remite directamente a las obras alegóricas del siglo XV que se escenificaban en los camposantos. Obras cuyo tema era la salvación de las almas luego de la destrucción del cuerpo.

Y es que Everyman –libro valiente cuyo tema es el miedo– trata exclusivamente de eso: del modo en que ese cuerpo de un exitoso publicitario –hijo de joyero y relojero, desprolijo padre de familia y marido serial– se va derrumbando, poco a poco, sin prisa pero también sin pausa, camino al agujero negro y final de la tumba.

Everyman es también –como ocurre con El tren de la noche de Martín Amis o Sábado de Ian McEwan– un libro claramente poseído por la sombra de otro escritor, y ese escritor es Saul Bellow. El modelo está claro: Seize the Day y el modo en que toda una vida puede ser comprimida en unas pocas páginas de tiempo/espacio sin por eso perder nada de sus luces y de sus tinieblas. Everyman es, sin embargo, mucho más oscuro que todos esos libros juntos, abunda en descripciones de enfermedades renales y cerebrales, intervenciones quirúrgicas varias, discusiones con esposas, reproches de hijos, malos cuadros pintados para matar el tiempo de la jubilación, terrores y fuga hacia el sur luego del ataque al World Trade Center, la envidia por la salud blindada del hermano y terrores ancestrales varios apenas aliviados por las postales de un recuerdo de infancia, las caricias de una enfermera con mucho de ángel de la guarda o –Roth es Roth– el perfecto trasero a penetrar de una modelo llamada Merete. Todo esto escrito –sin piedad ni anestesia– por un escritor que, cuando se le preguntó cómo imaginaba su propio entierro, respondió: “Habrá muchas mujeres gritándole a mi ataúd” y que, aquí y ahora, mirando hacia el abismo, ha comprendido que “al principio creía que yo estaba en el ring peleando con la literatura; pero ahora he descubierto que estoy solo en el ring y que peleo conmigo mismo”.

Avanzando y retrocediendo en el tiempo, el protagonista de Everyman –así como su lector– es perfectamente consciente de que nadie sale vivo de aquí. Y de que el final del libro es, de algún modo, el final de todo: “Se hundió sin sentir que caía, para nada condenado, y dispuesto una vez más a ser satisfecho, pero aun así, ya nunca despertó. Ataque cardíaco. Había dejado de existir, libre de seguir siendo, entrando en la nada sin siquiera darse cuenta. Exactamente como siempre había temido que sería”.

Digámoslo así, están advertidos los lectores de este pequeño gran libro de un inmenso escritor atreviéndose a la autopsia de lo definitivo y de lo invisible: Everyman –182 páginas, caja chica, letra grande– se lee de una sentada. El problema es que después –al cerrar su tapa como si se tratara de la tapa de un sarcófago– cuesta mucho levantarse.

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