libros

Domingo, 6 de agosto de 2006

IGNACIO MOLINA: LOS ESTANTES VACíOS

Hay un estante vacío

Primeros cuentos con personajes recurrentes y donde la desidia no equivale al aburrimiento juvenil.

 Por Juan Pablo Bertazza

Los estantes vacíos
Ignacio Molina
Entropía
188 páginas

Alguien dijo que lo más importante de una biblioteca son los espacios vacíos. Ignacio Molina, un joven bahiense blogger que ha realizado reseñas para algunos medios como la revista de crítica Los asesinos tímidos, tomó la idea para hacerla carne en lo que es su carta de presentación: un sobrio libro de cuentos. Y los quince relatos que vienen a llenar Los estantes vacíos se afilian muy claramente en esa tradición que inició Hemingway y que llevaron hasta su máxima expresión Cheever y Raymond Carver. En efecto, se podría jugar un poco y pensar que estas historias, que encuentran en el fútbol (ver el cuento “El opio de las masas”) una curiosa unidad, constituyen algo así como las variaciones argentas de dos cuentos de Carver que resumen, a su vez, los dos grandes procedimientos del autor norteamericano: “Veía hasta las cosas más minúsculas”, en el cual, por ejemplo, si pasa un avión los personajes levantan la cabeza para imaginar aquella situación a bordo, y “El visor”, con un fotógrafo que les saca el trabajo a las tarotistas al decirle a un hombre abandonado, a partir de las fotos tomadas con su Laica, por qué pasó lo que pasó y cómo van a seguir las cosas. Imaginación obsesiva y sujeta al azar y minuciosidad arbitraria y fotográfica. El resultado: las decisiones que van tomando los personajes de Los estantes vacíos, y que siguen una ilógica relación de causa y efecto. Por ejemplo, el hecho de que se gasten las pilas de un reloj es causa directa, en el mundo narrativo de este libro, de que la persiana permanezca levantada; o el ingreso de una chica a un taller literario responde, de la misma manera, a que en el lugar donde había un volante de un curso de yoga al que deseaba asistir, apareciera imprevistamente el de un profesor de literatura. En todos los casos, ese vuelco del destino, consecuencia de las singulares relaciones de causa y efecto, tiene en común la desidia. Pero la desidia de estos personajes, cuyo desgano es una lograda estrategia literaria de Molina, quien, por ejemplo, no inventa suficientes personajes para llenar todos sus cuentos, sino que deja que sus personajes (que, claro, son descriptos muy vagamente) vayan reapareciendo en distintas historias, pero no para acabar una trama inconclusa sino como un efecto del azar. Gustavo, Alejandra y Juliana aparecen en varios de los cuentos, aunque sin que se los nombre siempre, como quien infringe a medias una norma, o como quien no se muestra totalmente. Es que con Los estantes vacíos Ignacio Molina no sólo hizo uso de la famosa teoría literaria de la punta del iceberg, sino que se apropió de ese iceberg para fundirlo con sus propios personajes. El lector de Los estantes vacíos no sólo responderá con un entusiasmo activo a tanta desidia narrativa, sino que además de llenar con su interpretación las historias y las descripciones de los personajes, terminará de definir, cada cual como más le plazca, el mismo género del libro: cuento o novela, realismo o fantasía; cuando hay lugares vacíos todo está por verse. Y eso para el lector es, al menos, estimulante.

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