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Domingo, 20 de enero de 2008

MILLáS

Niños en el tiempo

La última novela de Juan José Millás, ganadora del Premio Planeta de España, presenta varias curiosidades. Por empezar, poco y nada parece una novela. Memoria de infancia y adolescencia, prefigura al Millás escritor adulto.

 Por Rodrigo Orihuela

El mundo
Juan José Millás
Planeta
233 páginas

Aunque El mundo sea una memoria de preadolescencia y adultez, Juan José Millás la define como una novela. Por qué elige hacerlo no queda del todo claro. El libro tiene, sin duda, algo de novela en la forma en que está presentado y, de a ratos, en cómo está relatado, pero carece de algunos de los elementos esenciales que hacen a una novela: una historia sólida y conductora o una presentación en forma de historia que sea una disquisición de ideas y sensaciones sobre el mundo que el autor quiere presentar a sus lectores. No es que El mundo, ganadora del Premio Planeta 2007, no tenga historias. Hay al menos dos claramente marcadas: por un lado, la del niño Millás y su relación con su enfermizo amigo y vecino Vitaminas y, por otro, la relación de Millás con la hermana mayor de Vitaminas a lo largo de la vida. En la historia de Vitaminas está lo mejor de un libro en el que lo bueno dice presente en cuentagotas. Los motivos hipócritas por los cuales el niño Millás decide entablar amistad con Vitaminas y frecuentar su casa seducen al lector, y más aún seduce la forma despreocupada con la cual Vitaminas enfrenta al mundo y a la vida en su pelea imposible contra la muerte. La historia de la amistad tiene su pico en el momento en que comienza la tiernísima relación entre Millás y el padre de Vitaminas.

La infancia de Millás está presentada como una infancia relativamente solitaria a pesar de criarse en una familia de ocho hermanos, y Vitaminas es el único amigo de aquellos años que llega a convertirse en personaje de la “novela”. Los dos niños viven en la misma calle en un barrio pobre de Madrid adonde la familia Millás emigró desde Valencia. El padre de Vitaminas es dueño del almacén del barrio (“una tienda de ultramarinos”, según las palabras del autor) ubicado ahí mismo, en su casa, donde hay un sótano con ventana desde la cual puede verse la calle y las mujeres que pasan por ella, algunas de las cuales ya despiertan los deseos de los dos preadolescentes. Por entonces Millás disfrutaba pararse en el sótano y mirar tanto la calle como las mujeres y Vitaminas le permitía hacerlo a cambio de unas monedas.

Las fascinación de Millás por la calle, que en ese momento representaba casi todo su mundo, lo marcará de por vida y será el eje sobre el cual construya este libro, ya que esa calle es mucho más que una simple calle para él. Es un elemento de su vida. Por eso se alegra cuando, de adulto, vuelve a “verla” en Nueva York. Así, la calle termina actuando como una parábola que une al Millás adulto con los recuerdos de su infancia. Semejante fascinación es difícil de comprender para el lector porque Millás lo narra todo desde una extraña lejanía imparcial, como si estuviese escribiendo el bosquejo de una historia que será narrada en tercera persona y donde él no tendrá papel alguno, casi como si fuese un informe periodístico.

Además de la calle, aparecen otros intereses bastante particulares en el libro. Por ejemplo, según estas memorias la mayor pasión de Millás parece ser la fiebre. Al leer cómo vive la fiebre y cómo parece disfrutar escribir sobre ella, su excitación es casi palpable. El autor encuentra virtudes en la fiebre y cuando habla de ella es el único momento en el que transmite de lleno sus emociones al lector. “Las mejores cosas que he escrito están tocadas por la fiebre, quiero decir que están febriles. Tienen un febrícula”, escribe Millás.

Los fanáticos de Millás seguramente encuentren diversas informaciones interesantes en El mundo como referencias sobre cómo nacieron distintas novelas, tramas imaginadas pero aún no desarrolladas o las palabras y los acontecimientos que, de una forma u otra, ayudaron a convertirlo en amante de la lengua y en autor. Para quienes no son seguidores de Millás, el libro probablemente guarde menos interés porque no hay seguimiento alguno de esos conceptos y así se hace imposible conocer en profundidad el trabajo y las ideas del valenciano a través de sus propias palabras. El libro también parece dejar sin desarrollo muchos personajes e historias ricas que participaron en la formación de Millás como escritor y persona. El mejor ejemplo es el padre, un inventor y reparador aficionado de electrodomésticos (en un época en que los electrodomésticos eran rareza) de quien, al final, conocemos poco. Por ello, el libro da la sensación de ser un mundo en sí mismo, habitable sólo por unos pocos elegidos, y no una puerta de entrada que invita a lectores nóveles a conocer a su autor, como suele suceder con las memorias. Quizás en eso sí parezca una novela.

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