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Domingo, 8 de agosto de 2010

El invierno de nuestro descontento

Trece años después de su primera novela, Piezas en fuga, la narradora y poeta canadiense Anne Michaels regresa con La cripta de invierno, donde confirma a la Segunda Guerra Mundial como el territorio de su ficción, pero con historias que no se ubican en el ojo del huracán sino en la periferia de los conflictos bélicos, en una zona a igual distancia de la novela histórica que de la poesía.

 Por Nina Jäger

A fines de los ’90, después de la publicación de Piezas en fuga, la exitosa primera novela que tenía a la Polonia de la Segunda Guerra por escenario, un periodista quiso saber si Anne Michaels era judía. Para evitar que la importancia del tema de su libro pudiera diluirse en un interés producto de una historia familiar, ella se rehusó a responder. Al escribir, según Michaels, uno usa su tiempo para borrarse a sí mismo: si bien ella es la voz contemporánea más consagrada de la literatura canadiense, también es una autora que permanece oculta detrás de su rigurosa creencia en la “santidad” del texto –un artepurismo moderno–.

John Berger, escritor y crítico a quien La cripta de invierno hace un constante homenaje, dijo que Piezas en fuga, novela que fue llevada al cine muy exitosamente, era el libro más importante y bello que había leído en los últimos cuarenta años. Se entiende entonces por qué la nueva novela de Michaels fue, durante trece años, tan esperada por el público y la crítica.

La cripta de invierno viene a confirmar que la Segunda Guerra Mundial es el territorio de la ficción de Michaels. Pero en este caso se trata de historias que no se ubican en el ojo del huracán sino en la periferia de los conflictos bélicos, donde no es exactamente la acción lo que predomina.

La cripta de invierno. Anne Michaels Alfaguara 328 páginas

Un matrimonio entre un arquitecto inglés y una botánica canadiense vive de cerca tres espacios que definen por completo su cotidianidad. La novela abre en 1964 con la mudanza y reconstrucción del gran templo de Abu Simbel, que se ve amenazado por la crecida del Nilo. Avery es uno de los arquitectos que lideran el proyecto, y a medida que se avanza en el traslado del templo se le conocen nuevos aspectos a la pareja. Durante su estadía en una barcaza en medio del río, él recuerda su infancia en la Inglaterra de la Segunda Guerra y ella, a su vez, revive momentos apacibles de su Canadá natal. Por otra parte, años antes la pareja también vivió la construcción de un dique en el lago canadiense Saint Lawrence que obliga a mudarse –al igual que se “transplanta” el templo– a todos los habitantes de la zona, con sus casas y sus vidas ya armadas. Además, siguiendo con mudanzas y desarraigos, la novela también toma como escenario la ruina y posterior reconstrucción de una Varsovia ocupada.

La cripta de invierno se ubica en una zona que está a igual distancia de la novela histórica que de la poesía. Se nota que antes que narradora Anne Michaels fue y es poeta. Además de una absoluta delicadeza en el lenguaje y en la creación de imágenes líricas de una extensión importante, la novela hace una reconstrucción muy rigurosa de determinados hechos históricos.

El resultado es un libro de una densidad por momentos agobiante que parece querer abarcarlo todo, desde la intimidad minúscula de un vínculo humano hasta la fundamentación de grandes catástrofes políticas, económicas e incluso naturales. La ficción de la pareja protagonista agrega nuevas conexiones a la Historia: en la ficción de Michaels, como ya había mostrado con Piezas en fuga, la investigación cumple una función clave. El juego entre pertenencia y desarraigo, tanto como la convivencia de poesía e historia, parecen ser la constante de su literatura.

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