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Domingo, 18 de mayo de 2003

INTELECTUALES

Pasado y presente

En Una fuerza del pasado (trotta), el español Antonio Giménez Merino examina y recupera los Escritos corsarios y Las cartas luteranas de Pasolini para leer en ellos el pensamiento social del gran intelectual italiano que supo anticipar los horrores de la globalización.

Por Antonio Giménez Merino
Una fuerza del pasado pretende rendir tributo a la memoria de Pier Paolo Pasolini, artista desaparecido en 1975. Para ello he escogido la parcela de su obra tal vez menos conocida: su reflexión social y política del período de madurez, o etapa “corsaria” de Pasolini.
Los textos pasolinianos de crítica social y política se han divulgado discontinuamente. De ahí la escasa recepción del conjunto de metáforas con las que Pasolini problematizó la implantación de una infracultura conformista y consumista de masas en la Italia de los años sesenta y primera mitad de los setenta.
Este fenómeno preocupa hoy en todo el mundo. Afecta, por ejemplo, a la supervivencia de las culturas particulares, al déficit de participación en lo público, o a la masiva vinculación de las relaciones humanas a la multiplicación industrial, artificiosa, de las necesidades.
Pasolini se refirió a una gran mutación cultural en el contexto inmediatamente anterior al salto tecnológico del último cuarto del siglo XX. La examinó al menos desde tres ángulos: la sustitución de los elementos de cultura sentimental y moral de las clases populares por conductas exógenas homologadas por la publicidad; el fracaso del intento de crear una sólida cultura nacional-popular en Italia, tras la derrota del fascismo, por parte de la izquierda; y el choque entre la concepción sagrada de la vida propia de sociedades de tradición rural y la concepción aparentemente secular que trajo consigo la modernización italiana.
Creo que recuperar a Pasolini es útil para distanciarse del mundo que hoy conocemos: tarea tan difícil como irrenunciable. Es difícil porque en las últimas décadas la evolución de la cultura ha desplazado de la memoria de Occidente la idea de un mundo no transformado en mercancía, que es asociado a la miseria. Y, sin embargo, recuperar el impulso de Pasolini es una tarea necesaria si se comparte, al menos, que la sostenibilidad del planeta pasa por una intervención sobre éste menos destructiva y más solidaria: algo difícil de imaginar sin que se genere conciencia individual sobre las consecuencias de rendir culto a la mercancía y al hedonismo consumista.
Admitiré que la elección de la vertiente filosófico-social de Pasolini también tiene que ver con la falta de capacitación de quien escribe para abordar como especialista las facetas de literatura, lingüística y cineasta del autor italiano. Tales facetas, sin embargo, se entreveran perfectamente con su reflexión social, por lo que escribir sobre esto último sí exige, por lo menos, el conocimiento completo de su producción artística.
Precisamente por esto el primer capítulo se inicia con una caracterización del perfil humano y creativo de Pasolini. Se trata, en primer lugar, de mostrar la originalidad de su obra, multifacética, y la dificultad de adentrarse en ella desde una perspectiva concreta. En esta parte también se encuadra en la historia al Pasolini del que se habla en los capítulos siguientes y se justifica esta elección más ampliamente.
La áspera crítica de Pasolini a la secularización consumista partía de un profundo conocimiento de la cultura popular, a la que se sentía ligado por motivos morales y sentimentales. Se comprende así que su discurso “corsario” combine un análisis “objetivo” de la dinámica cultural del capitalismo con la exteriorización de una angustia personal. Todo ello se examina en el capítulo segundo, que destaca la contradicción interna de un autor socializado en un ambiente burgués y culto, pero vinculado emotivamente con las clases populares e intelectual e idealmente a Antonio Gramsci. En coherencia con dicha vinculación, Pasolini se definió siempre como “un marxista que vota al Partido Comunista Italiano”, aunque sin estar dentro de él desde su expulsión en 1949, al hacerse pública su orientación homosexual. En suma, resulta importante aclarar la peculiar “militancia” comunista de Pasolini para entender su diálogo poético con la realidad. Ese diálogo y su aportación específica al pensamiento social constituyen el objeto de los dos últimos capítulos. En el tercero se examinan algunas imágenes pasolinianas de la modernización italiana en y por sí mismas. Se intenta respetar así la intención poética de éstas, su carácter intuitivo más que teorético, aunque sin renunciar a tratar el aspecto social de las metáforas pasolinianas.
En mi opinión, las imágenes poético-sociales del Pasolini de los Escritos corsarios y las Cartas luteranas gravitan en torno de la metáfora de la “mutación antropológica”. La idea de la “mutación” remite a un conjunto de prácticas sociales que sedimentaron, todavía en la época del estado asistencial, en la generalización del culto al individualismo consumista. Creo que el lector y la lectora inconformistas con el mundo actual pueden hallar, a través de esta imagen, la clave de algo que hoy se puede sentir como una “ausencia” importante: la antigua noción de cultura como cristalización de procesos intersubjetivos de comunicación de sensibilidades, instrumentos de socialización, artes, lenguas, tradiciones e historia. En este sentido, en Pasolini se encuentra una reflexión, repleta de sentido histórico, sobre el proceso de fragmentación de los grandes sistemas de agregación grupal operativos hasta la irrupción del consumismo.
Por fin, considero apropiado dedicar un capítulo a la actitud de Pasolini ante la dinámica cultural del mundo burgués. Pues tal actitud, en primer lugar, expresa una concepción crítica de cómo debe ser el trabajo intelectual en condiciones de creciente mercantilización de todos los ámbitos de la vida. En ese nuevo contexto, Pasolini respondió no sólo a través de la denuncia, sino también expresivamente: con una escritura fragmentaria, contradictoria y poética. El capítulo cuarto también presta atención al discurso de Pasolini sobre algunos aspectos simbólicos del poder ilustrativos de la fuerza conquistada por el capitalismo al final del período asistencialista. Concretamente, es interesante ver la aproximación pasoliniana a la semiología de los cuerpos y de las cosas como punto fuerte de su crítica a la homologación consumista. Y, por último, considero pertinente revisar el sentido de la diferenciación pasoliana entre progreso industrial y progreso moral y social. Pues a medida que avanzaba la gran transformación italiana del período 1958-1972, Pasolini entendió que ambos aspectos se separaron radicalmente en favor del primero. A mi entender, ésta es la razón objetiva que lo llevó a representar la Italia de mediados de los años setenta, en su obra póstuma Salò o le 120 giornate di Sodoma (1975), desde el punto de vista de una gran catástrofe colectiva.
El infierno representado en el último film de Pasolini es una radiografía anticipadora de la patología social de nuestro tiempo. Quienes nos hemos socializado en él hemos de esforzarnos en comprender esa extraña enfermedad, reconocible por minar continuamente la capacidad individual de crear la propia manera de ser.

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