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Domingo, 1 de junio de 2003

RESEñA

Verbitsky >El lugar sin límites

VILLA MISERIA
TAMBIÉN ES AMÉRICA
Bernardo Verbitsky

Sudamericana
Buenos Aires, 2003
256 págs.

POR JORGE PINEDO

Uno de los parámetros con los que se podría mensurar el envejecimiento de cualquier literatura acaso sería el esclerosamiento de la ética que la contiene. Pues las morales, como los giros del lenguaje, mutan necesariamente a través de los tiempos mientras que la relación con el prójimo se sostiene o varía en función del posicionamiento histórico, explícito o no, del autor. Sitio que si bien no alcanza a fin de determinar, al menos condiciona la fugacidad de las novelas de Manuel Gálvez o la poesía de Bartolomé Mitre, no menos que la permanencia de Sarmiento o Macedonio. Spinoziana causa que hace actuales las novelas de Bernardo Verbitsky (Buenos Aires, 1907-1979), por encima del carácter premonitorio que Pedro Orgambide le otorga en el prólogo de la flamante reedición de Villa Miseria también es América.
Publicada por vez primera en 1957 durante la ebullición gorila de la autodenominada “Revolución Libertadora”, más mentada que leída, transcurre entre el invierno de 1954 y el verano con que se cierra 1955, con el sangriento derrocamiento de Perón como opaco telón de fondo.
Acotando, sin desentenderse, las dicotomías políticas de la época, Bernardo Verbitsky desenvuelve la vida cotidiana de los migrantes internos proletarizados dentro de esas “costras en la piel del Gran Buenos Aires”. Intercala las escenas internas a las villas miseria con evocaciones de los lugares de origen rurales y la actividad en las fábricas y talleres, con párrafos conceptuales destinados al encuadre sociológico, de modo que el lector de manera alguna pueda permanecer ignorante o indiferente.
Para lograr semejante efecto, el autor de Café de los Angelitos (1950) despliega un lenguaje literario que respeta localismos (paraguayos, salteños, chaqueños, etc.), sin precipitarse en los purismos gauchescos (no hay un solo artículo antecediendo los nombres propios, propio de la clase) ni en la inencontrable “lengua franca” intuida por Orgambide.
Una bomba de agua, el incendio, frío y calor, agua y fuego, ciudad y campo, blancos y cabecitas negras resultan pliegues del abanico histórico que se abre en forma paradigmática a la vera de la gran urbe porteña y de los desmadres del arroyo Maldonado. Barro y basura no alcanzan para tornar sórdido un paisaje poblado de humanidad diversa. Como tampoco los no tan lejanos tiempos en que se obtenía trabajo con regular facilidad, el menú en los ranchos privilegiaba el churrasco y los fines de semana el puchero –para variar–, son suficientes para tornar extemporáneo el relato.
Una escritura nutrida de bellas pinceladas (“América sube airosa en el cemento y se hunde en todas las formas de la tapera y de la cueva”) sostiene dentro de la narración la apuesta ideológica: “Había cometido una torpeza al proponer en la asamblea algo que debían realizar, cuando buscaban algo que debían pedir”. Talento que aleja a Villa Miseria... del panfleto hasta tornarla fundadora de un neorrealismo argentino irrepetible que, una década más tarde, se bifurcaría hacia los etéreos parajes cortazarianos y el non fiction de Rodolfo Walsh.
Cantegriles en Uruguay, favelas de Brasil, ciudades perdidas mexicanas, barriadas limeñas, la tan argentina novela de Verbitsky conserva una ecuménica presencia, porque América también es Villa Miseria. Cada vez más.

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