libros

Sábado, 20 de julio de 2002

El culo y las témporas

Por Blas Matamoro, desde madrid
L a vida, la imprevisible vida, tiene estas cosas. Cuando todos hemos consagrado a la literatura nuestra mejor indiferencia, un libro mío escandaliza. No es la ocasión inicial: en 1976, el primer libro prohibido por la dictadura fue Olimpo, de quien suscribe. Las consideraciones de Jorge Eduardo Arellano arrojan excrementos en la vía pública. No sé si son humanos o equinos. No soy zoólogo ni barrendero municipal. Me centro en su torpe lectura de mi biografía sobre Rubén Darío.
Nunca he sido abogado del movimiento gay uruguayo, aunque no me molestaría serlo. Apenas lo fui del sindicato de porteros, allá por los sesenta, en Buenos Aires. Tampoco es cierto que carezca de estudios sobre Rubén, y Arellano, como bibliógrafo rubeniano que es, lo sabe. Baste recordar mis Lecturas americanas y mis ensayos sobre poética en español, donde siempre Rubén aparece como el iniciador de las poéticas contemporáneas en nuestra lengua. Mi libro es tan fundado que en su vasta bibliografía aparecen los aportes del propio Arellano, a quien conozco desde hace años, con quien hemos conversado largamente sobre rubenismo y afines, y a quien he publicado en la revista madrileña que dirijo, Cuadernos Hispanoamericanos.
Que Rubén era un escribidor venal al servicio de algunos dictadores ya se le reprochó en vida, por ejemplo por Vargas Vila y Blanco Fombona. Octavio Paz lo muestra reverenciando a chacales de uniforme y Enrique Molina lo ve como un mono con frac diplomático. Nada de esto deroga su valía de escritor, pero no debe ausentarse de una biografía.
Lo peor de la diatriba de Arellano no es lo anterior, sino que su mente de estudioso tranquilo y bonachón se haya perturbado por su homofobia y su nacionalismo. La homofobia puede consultarla con su psicoanalista. El nacionalismo es incurable, según seguimos viendo: es un mal sagrado porque hace a la sacralización de lo nacional y la santificación de sus próceres. Yo no he dicho ni escrito jamás que Rubén fuera homosexual pero si así lo hubiera hecho, ¿qué? ¿Acaso es un insulto o una requisitoria? ¿Se insulta o acusa a alguien por decir que es heterosexual? A esta altura del siglo XXI hasta los nicaragüenses saben lo que enseñó Freud hace cien años: que somos bisexuales de origen y que cualquier exploración de nuestra identidad nos conduce al sexo, no ya opuesto, sino complementario. Y es lo que Rubén, como todo artista verdadero, cumple.
Si algunos homosexuales se enamoraron de él, como tantas mujeres –ejemplos: Pedro Balmaceda, Enrique Gómez Carrillo y Claudio de Alas– no es invento mío ni significa ningún episodio de cama. Los documentos están a la vista, a veces exhumados por el propio Arellano. En otro sentido, los personajes sexualmente ambiguos abundan en el modernismo y Rubén no es la excepción sino la regla.
¿Qué importa si el biógrafo de Rubén es un argentino? Como todo artista, él es universal y, en su caso, Buenos Aires resultó crucial para su historia personal y poética.
Espero que Arellano se haya calmado y le paso este consejo del refranero español: no confundas el culo con las témporas. Cuestión de altura, sencillamente.

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