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Domingo, 3 de noviembre de 2002

Revolución

POR M.E.
Gavilán, el mago de Los libros de Terramar, jamás podría aparecer en la portada como un chico simpático y de grandes anteojos, a la Potter. Cuando Ursula K. Le Guin lo presentó a fines de la década del sesenta en Un mago de Terramar, Gavilán también era un aprendiz que ingresaba en una escuela de magia. Pero su mundo, Terramar, era un archipiélago pre-industrial típico de la fantasía épica (a diferencia del mundo contemporáneo de Harry con sus escobas voladoras de última generación) y no había nada sencillo ni gracioso en el relato: Gavilán era un jovencito huraño, hambriento de conocimiento y poder, que a espaldas de sus profesores conjuraba una Sombra que lo perseguiría para siempre y acabaría siendo el lado oscuro de su ser. Terramar está dominada por una idea y es que existe un antiguo lenguaje creador que le da su verdadero significado a las cosas: conocer el verdadero nombre de alguien o algo es poseerlo. En el primer libro, Gavilán sabría que su nombre, y el de la Sombra, era el mismo: Ged.
Ascendido a Archimago, Ged reaparece en los siguientes cuatro Libros de Terramar: Las Tumbas de Atuán, donde Le Guin introduce por primera vez la temática de género y magia a través de la sacerdotisa prisionera Artha, La costa más lejana, donde Ged y un joven príncipe se enfrentan a la Muerte y el tardío Tehanu, de 1991, el más “feminista” de sus libros, donde el mal aparece por primera vez como “real” en la figura de una niña violada y quemada que está al cuidado de Artha, ahora llamada Tenar.
Ursula K. Le Guin tiene más de setenta años. Feminista, taoísta, poeta (escribió junto a Diana Bellesi el libro de poemas bilingüe Gemelas del sueño) es considerada uno de los nombres más importantes de la literatura fantástica de este siglo. Y el año pasado decidió ponerle punto final a la saga de Terramar: el cierre de la pentalogía es El otro viento. Los personajes de los anteriores libros están allí: Ged, Tenar, los dragones. Pero ahora todos se enfrentan juntos a la muerte, que está tratando de entrar al mundo de los vivos a través de los sueños, y borrar los límites entre uno y otro. Le Guin interroga una vez más a la magia, pero ahora en su relación con la vida y la muerte. Ya lejos de genealogías, con humor y personajes cada vez más humanizados, Le Guin logra que Terramar se parezca cada vez al mundo “real”, profundizando un paso que había dado en Tehanu. Como si todos, personajes, lectores y la propia autora, entraran en la madurez. En manos de un autor menos talentoso, las problemáticas de género o existenciales podrían caer fácilmente en lo panfletario. Pero Le Guin es una auténtica creadora de mitos, una maestra del estilo, y logra que cualquier temática pueda ser apropiada (y necesaria) para lo fantástico. Su pentalogía de Terramar, que destruye el habitual conservadurismo de la fantasía épica, es en este sentido revolucionaria.

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