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Domingo, 19 de julio de 2009

Fragmentos de un discurso amoroso

Ambos sentados, en otra posición, no se miran; sólo las cabezas iluminadas, instantes después reaparece la luz nocturna.

Molina: –Ellos se siguen viendo y se enamoran. Ella lo mima, se le acurruca en los brazos, pero cuando él la quiere abrazar fuerte y besarla ella se le escurre. Le pide que no la bese, que la deje a ella besarlo a él, con los labios carnosos, pero cerrados. (Valentín está por decir algo pero Molina sigue.) ... Hasta que una noche se siente sola y se le presenta en el departamento al muchacho. Un departamento grande, todo fin de siglo, de la madre del muchacho.

Valentín: –¿El qué hace?

Molina: –Nada, enciende la pipa y la mira con esa bondad que se le nota siempre.

Valentín: –Me gustaría preguntarte cómo te imaginás a la madre del tipo.

Molina: (sin humor): –¿Para reírte?

Valentín: –Prometo que no.

Molina: –No sé... un encanto de persona. Hizo muy feliz a su marido, y a sus hijos, muy bien arreglada siempre.

Valentín: –¿Te la imaginás fregando la casa?

Molina: –No, la veo impecable, el vestido de cuello alto, la puntilla le disimula las arrugas del cuello.

Valentín: –Siempre impecable. Tiene sirvientes, explota a la gente que no tiene más remedio que servirla, por unas monedas. Y claro, fue feliz con su marido que la explotó a su vez a ella, la mantuvo encerrada en la casa como una esclava, para esperarlo...

Molina: –Oíme...

Valentín: –...para esperarlo todas las noches, de vuelta de su estudio de abogado, o del consultorio. Y ella estuvo de acuerdo con el sistema, y le inculcó al hijo toda esa basura y el hijo ahora se topa con la mujer pantera. Que se la aguante.

Hija: –Ella está cansada, tu... compañera, no vendrá; pero los dueños de casa, mis queridos padres adoptivos, ¿no temes que se aparezcan?

El visitante: –Sólo existimos nosotros dos.

Hija: –Soy virgen, puedo gritar de dolor, y echarlo todo a perder.

El visitante: –Ahogaré cualquier gemido con mi mano ¿ves? es una mano grande (toma la de ella) el doble de la tuya, para doblegarte.

(Fragmento de El beso de la mujer araña, 1980)

Modestísima casa de modas de barrio. Tal vez se pueda leer en algún lugar “Modas Rosicler”. La dueña está como pegada a la máquina de coser. Aparenta unos treinta y cinco años, en chancletas, batón raído y oscuro, el pelo dividido en grandes bigudíes. Se la ve melancólica, se oye música de “La muchacha del circo”. Da puntadas acompasadas.

Rosicler: (recitando en estilo gauchesco, como Líber en sus primeras grabaciones, ver “El niño de las monjas”)

Yo soy la modista del barrio,

envuelta en un viejo batón.

Se burlan porque ando en chancletas

(Recitando.) Triste solterona de barrio

a todas mis clientas las visto de gris.

(Exánime.) Y si se descuidan... de luto completo,

(casi cantando) o de medio luto, ¡no hay que exagerar!

(Recitando.) En cambio mis sueños son rosa,

verdecito claro y celeste pastel,

(traviesa) no vaya a ser que desentonen

con ese que espero...

(cantando) mi príncipe azul.

(De pronto altanera.) Aunque no lo digo lo espero

de un momento a otro... me puede caer.

(Se le cae algo encima del taller.)

Por eso ando siempre peinada

(cantando) para que desate... estos bigudíes.

(Fragmento de Un espía en mi corazón, 1988)

Empieza a desvestirla, ella se esquiva, él con la mano la amordaza; en lo alto de la escalera aparece la Visitante, vestida con una lujosa bata china, se horroriza al ver la escena, y desaparece en lo alto pero un instante después reaparece seguida del Dueño y la Dueña, vestida ésta con una bata de baño y cofia de plástico en la cabeza, de las que se usan para entrar a la ducha; el Visitante continúa desvistiendo a la Hija, ésta no se resiste, los Dueños también se horrorizan al ver lo que sucede, pero bajan la escalera en silencio, liderados por la Visitante.

Dueño de casa: (al estar ya abajo, no logra contener una exclamación de horror): –¡¡Ahhh!!

Hija: (la pareja se detiene al oír la exclamación y descubrir la presencia del trío en la sala, a pocos metros de sus cuerpos semidesnudos): –¡Antonio!...

El visitante: –No te muevas...

Dueño de casa: (apiadándose, siempre pendiente de lo que para él es la frágil salud mental de la Hija): –No te inquietes... (Impide firmemente que la Visitante se abalance sobre la pareja.) Cuando una doncella es desflorada ocurre siempre lo mismo, ella se imagina que los padres la descubren.

Hija: –No, vosotros me estáis viendo...

Dueño de casa: –Nada de eso, somos una alucinación. Es tu conciencia culpable que te hace ver visiones... (Repite señal imperiosa a la Visitante para que se una a la comedia.)

(Fragmento de Bajo un manto de estrellas, 1981)

Hermana menor: (quedando sola, cierra la puerta y corre a buscar una traba grande de madera para atrancar la puerta, lo mismo hace con las ventanas) –Pensemos en esas cosas hermosas... nada más que en cosas hermosas... como dice mi hermana buena... Un niño robusto que crece sano y sonriente... un pastel muy rico que le preparo para cuando cumpla años... un potrillito blanco que le regalo para cuando sea capaz de montar solito... y otro jinete se me aparece por detrás de esa loma que no deja ver el cementerio de la aldea... desde lejos lo reconozco, viene a buscarme, me envuelve con la capa que era color... ¿de qué color era la capa?... ¿o no lo tenía?... ¡Claro que lo tenía! ¿Entonces por qué se me ocurrió que él traía una capa? Y si no pienso rápido en otra cosa se me va a aparecer... pero dijo que por puertas cerradas no podía pasar... (Se oye un chirrido, la tapa de un baúl que se encuentra en el proscenio empieza a levantarse, aparece una mano horripilante, de hombre monstruoso, luego la figura atroz del Pastor de Cabras, surgiendo enteramente del baúl.) ¡Aaaayyyy!!!!! (La muchacha retrocede aterrorizada, se lleva la mano al corazón.) ¡¡No!! ¡No se me acerque...!

Pastor de cabras: (siniestro en su habla como en su apariencia externa) –No me temas criatura, soy un simple pastor de cabras... (Se oye la risa demoníaca de Flavia provenir del baúl abierto, el Pastor de Cabeas tiende la mano, del interior del baúl surge ahora la mano de Flavia, el Pastor le da la mano y la ayuda a salir.) Tu dulce hermana me ha conducido hasta ti, para conocerte finalmente...

Flavia: (saliendo con dificultad del estrecho baúl) –Sí, él me va a ayudar en la por otra parte fácil tarea de trasladarte al otro mundo...

Hermana menor: (retrocediendo) –No... no...

Flavia: –En casa donde hay ajos no puedo entrar, a menos que me abran la puerta. Pero en casa sin ajos...

Pastor de cabras: –Qué cuello tan delicado, habría que apretarlo con gran cuidado... apretar tan sólo con mis dos grandes... pulgares, tan ásperos... ¿me perdonas? son los callos, ¿sabes? ¡me han salido callos de tanto quebrar pescuezos!

Hermana menor: –No... ustedes están muertos... no pueden tocarme...

Flavia: –El está muerto, ha estado escondido todo este tiempo al borde del pantano.

Pastor de cabras: (ríe) –Espiándote...

Hermana menor: –Están muertos los dos, lo sé porque no echan sombra en el piso. Ni siquiera pueden rozarme... (se toma la garganta) el cuello.

Flavia: –Pero... ¿y tu corazoncito frágil? Te olvidás de él... ¡te mataremos del susto! (Se oye a lo lejos un estruendo.)

Pastor de cabras: –El puente... se acaba de desmoronar nuestro querido puentecito... la casa ha quedado aislada por días y días...

Hermana menor: –¡Cosas hermosas, cosas hermosas! El niño, el potrillito, el pastel de cumpleaños, el jinete...

(Fragmento de Triste golondrina macho, 1988)

Paciente: –Yo quiero probar... de cambiar (se quita la capelina), otra vida, más independiente. Me parece que podría ser una buena abogada.

Enfermera: –Vos hacé lo que te parezca (tomándole la mano, bondadosa) , pero el cambio que tendrías que dar es otro, tranquilizarte con él, no exigirle nada. Seguro que esa otra lo espera siempre con buena cara, y no le exige nada. Y con eso nomás ya lo conquista.

Paciente: –Entonces vos pensás como mamá...

Enfermera: (levantándose) –Sí, hay momentos en que la mujer, de veras, se siente así, basureada, pero no hay que tener falso orgullo, hay que ser más grande de alma, y saber comprender. (Va hacia la puerta.) El hombre tiene esa lucha en la calle, que lo trastorna un poco. El deber de una es otro, yo creo, de saber comprender... (Abre la puerta del cuarto para salir.)

Paciente: (levantándose furiosa) –Y yo me quedé callada, y te hice caso, pedazo de atrasada que sos. ¿No sabías acaso que una mujer puede tener dignidad? Ese hombre me engañaba con otra, y ¡encima era un perro en casa!

Enfermera: (tratando de desentenderse) –Se me hace tarde, tengo que irme...

Paciente: –Mejor que estés muerta, y no veas lo que conseguiste, con tus consejos de ignorante.

Enfermera: –¡Soy tu hermana, no me hables así!

Paciente: (burlona, hiriente): –Hmmm, bien se te nota que no estudiaste.

Enfermera: (devolviendo finalmente el golpe)–A vos por lo que te sirvió...

Paciente: (arrancándole el sombrero) –¡En la tumba este sombrero no te va a quedar bien! Pero qué gano con decirte lo que merecés, ya no queda tiempo para arreglar nada. ¡Mirá lo que hacen las mujeres ahora!

(Fragmento de Misterio del ramo de rosas, 1987)

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