libros

Domingo, 22 de febrero de 2004

Un pequeño desvío

Por John Banville

Fue durante un frío marzo en Estados Unidos, yo estaba en un tour presentando un libro. Lo de costumbre: diez ciudades en once días. A mitad de trayecto, mi agente me llamó para preguntarme si no me animaba a hacer un pequeño desvío en mi itinerario, hacia Florida, y participar en uno de esos festivales donde los escritores leen lo que han escrito. ¿Por qué no? Otra ciudad, un día más.
El lugar donde se hacían las lecturas era un auditorio con paredes de cristal y una acústica digna de una cámara de ecos. En el escenario, junto a mí, se sentaba un tipo que el día anterior había ganado el Premio Pulitzer. Había una cantidad de público considerable que, yo estaba seguro, sólo quería oírlo a él y, a cambio de semejante emoción y privilegio, podían soportar la idea de escucharme por un rato.
Luego de la lectura, de la que no recuerdo absolutamente nada, tuvo lugar la firma de libros. Para esto nos trasladamos a una amplia y soleada plazoleta que me hizo pensar en el patio de ejecuciones de alguna de esas repúblicas sudamericanas constituidas a base del tráfico de drogas y el pillaje. Contra una pared –en la que seguro podrían apreciarse las marcas de las balas, las manchas de sangre seca– habían colocado dos mesas y, sobre cada una de ellas, una pila de libros: los del ganador del Pulitzer y los míos. Frente a su mesa aguardaba una larguísima fila de excitados cazadores de autógrafos que parecía extenderse hasta el horizonte siguiendo el trazo de la columna vertebral de la península de Florida. Frente a la mía esperaban tres personas. Una de ellas era un académico que había escrito algo sobre mi obra; otra mostraba todos los síntomas de ser alguien definitivamente desquiciado; y la tercera parecía un hombre de lo más amable quien fue el primero que se inclinó hacia mí con cierto aire conspirador y, con una sonrisa a la que sólo podría definir como tierna, me susurró una frase que no he dejado de oír desde entonces, todavía hoy, a veces incluso en mis sueños. “No voy a comprar su libro –me dijo–, pero se lo veía tan solo aquí que pensé en acercarme a usted y decirle esto.” p

John Banville (Irlanda, 1945) vive en Dublín; es autor de El intocable y Eclipse entre otras novelas, y evita las lecturas en público siempre que le es posible.

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