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Sábado, 24 de septiembre de 2011

La caída de la Casa Suiza

Para variar, desestimada por el CAAP, la entidad inmigrante se autodemuele para construir oficinas.

 Por Sergio Kiernan

Fue una llamada de una vecina preocupada, y luego otra, y luego otra más. Es que la Casa Suiza, exactamente a mitad de camino de la cuadra de Montevideo que va de Sarmiento a Perón, ya está empezando a de-saparecer. Tras la reja que cierra el largo pasillo de la vereda a la sala teatral se ve el cartel de Eduardo Arturo Blumberg que avisa que ya no habrá Casa sino oficinas comerciales con tres subsuelos de estacionamiento que ya desvelan a los que comparten medianeras con el futuro pozo. Esta demolición es, para variar, otra bolilla negra para el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales, actor clave en una saga de edificios en vías de extinción que se multiplica cada martes.

La Casa Suiza consta de dos edificios, uno visible y otro apenas adivinable. Quienes recuerdan su sala teatral –que fue uno de los hogares del rock nacional– tienen la experiencia de llegar a una fachada racionalista, con entrada de cine y dos locales a cada lado, y la peculiar tipografía modernista sobre el dintel anunciando que se estaba en un lugar comunitario. Entrar era recorrer un pasillo raramente larguísimo para desembocar en una sala mucho más vieja que su acceso elongado. Ahí se estaba en un edificio décadas más viejo, que subía como sede de los suizos en Argentina y de sus descendientes, y que se comió su jardín para abrirse al público y arrendar locales.

Al contrario de otros países donde las comunidades extranjeras retienen cierta extranjería, la potente pepsina nacional termina haciendo que todo el mundo sea argentino. Esta virtud tiene el efecto secundario de que las instituciones comunitarias suelan entrar en crisis si no saben encontrar un rol que trascienda ser lugar de encuentro de los oriundi. Entes como el Centro Gallego o el Centro Vasco ganaron una potencia que muestra que se abrieron a la comunidad y pasaron por mucho su origen inmigrante.

Parece que no fue el caso de esta institución suiza, que sólo concibe su futuro en términos de demolerse y envolverse en un emprendimiento comercial que le dé una renta. Esto sería un asunto privado si no fuera por el aspecto patrimonial del edificio, una pieza del catálogo porteño y una muestra ya rara de lo que fue el Centro viejo de Buenos Aires. De hecho, la Casa Suiza es patrimonio cultural en términos de la Ley 1227.

Nada de esto impresionó al Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales, que “desestimó”, según su curiosa expresión, el edificio el primer día de junio del año pasado. Como se sabe, todo edificio construido antes de 1941 tiene un trámite especial y no puede ser demolido por expediente de ventanilla. Es que esas parcelas están “inhibidas” y cada caso debe ser considerado por el Consejo. Nada de esto preocupa en particular a los especuladores inmobiliarios, ya que el CAAP tiene el sí fácil.

Un tema a ver a futuro es que la Casa Suiza tiene una sala teatral, que por una ley nacional, o sea más allá del complaciente gobierno porteño, tiene que ser reemplazada en caso de demolición por otra de capacidad similar. ¿Entrará en el nuevo diseño, o será que toma demasiados metros lucrativos? Quienes llevan la obra adelante harán bien en tener en cuenta el caso de El Picadero, allá por la cortada Discépolo, entre Lavalle y Corrientes, donde hubo que alterar el diseño para preservar la fachada y recrear una sala.

Y otra pregunta: ¿cuándo saldrá el CAAP de la ciencia ficción? La respuesta parece ennegrecerse, ya que al reparto habitual de genios del patrimonio se le acaba de agregar alguien que resulta simplemente ofensivo. Resulta que la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA envió como nuevo representante al arquitecto David Kullok, un abierto enemigo del patrimonio, de los que piensan que toda parcela ocupada es un terrenito desperdiciado. Kullok ya se hizo notar hasta en el debate de la Comisión, cuando propuso dejar que demolieran un conjunto de viviendas de Alejandro Christophersen en Venezuela al 2700. Su argumento ni siquiera fue de arquitecto sino de dueño de inmobiliaria: que era “un desperdicio urbanístico” preservar una propiedad que está a cien metros de una nueva línea de subte...

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