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Sábado, 14 de enero de 2006

NOTA DE TAPA

Raro, como encendido

En la esquina de Salta y Avenida de Mayo hay un viejo edificio inclasificable que anduvo cerrado por muchos años. Muy pronto se verá su fachada a nuevo y avanza la restauración de su interior, que esconde un estupendo y único ambiente Art Nouveau.

 Por Sergio Kiernan

Justo en la esquina de Salta y Avenida de Mayo, detrás de un andamio cubierto de tela azul, está renaciendo un edificio de rara belleza. Anónimo, viejo de 104 años, Avenida de Mayo 1190 nació para vivienda cuando la flamantísima calle era un rincón de modernidad –¡luz eléctrica en todos los edificios!, ¡agua caliente central!, ¡ascensores por todas partes!– y un boulevard de sueños. Tras varios destinos comerciales y unos cuantos años de abandono a cadena y candado, el edificio está renaciendo en un reciclado muy respetuoso que podría servirle de lección a más de uno que se toma muchas libertades con edificios patrimoniales.

La avenida con que se festejó el primer centenario es para nosotros un lugar de hoteles, oficinas y comercios, una parte que no termina de remontar del Centro. Pero en su origen fue pensada como un bulevar a la europea, con una planta baja de locales continuos y unas alturas de viviendas. Esto, que acabó sucediendo en la avenida Santa Fe, nunca prendió más al sur y Avenida de Mayo fue tomando su fisonomía actual, con muchos hoteles y oficinas, y con muy raros habitantes. El 1190 duró unos treinta años como departamentos privados y para 1941 ya figura en los planos de Obras Sanitarias como sede de la compañía de seguros Los Andes. Su último uso fue como hotel-pensión.

El edificio es de cuatro plantas, con un local que toma prácticamente todo el nivel de la vereda, un total de 1690 metros cuadrados construidos sobre un terreno de 336, sin sótanos. Las fachadas muestran un inclasificable estilo, que el arquitecto Guillermo Páez, que realizó un relevamiento patrimonial previo a la obra actual, llama con justicia “antiacadémico”. Lo que se verá cuando bajen los andamios son muchos balcones, unas superficies en símil piedra muy bien texturadas, algunas ménsulas de gran porte y un motivo decorativo que había sido extrañamente borrado vaya a saber cuándo: las flores de lis. Sucede que en los balcones del segundo piso, las barandas estaban formadas por paños de flores de lis en cemento con herrerías internas. En algún momento de este siglo, las barandas fueron revocadas en liso, tapando las flores. Como eran gruesas, al rescatar las piezas se las encontró rotas a martillazos para que quedaran al nuevo nivel de la baranda.

El edificio tiene una extraña asimetría. Las fachadas sobre Salta y sobre la Avenida son diferentes. La de la calle lateral es más sencilla, la de la avenida tiene ventanales más anchos y dos paños salientes rematados en pedimentos triangulares planos. Como en la ochava el edificio se proyecta hacia afuera, balconeando sobre la esquina, resulta que se juntan dos volúmenes salientes con dos remates pegaditos.

La arquitecta a cargo de la obra para la fundación Pablo Cassará es Ana María Carrió, una profesional de particular cariño hacia los edificios patrimoniales, la misma que está reciclando con paciencia y respeto notables el pasaje de Bolívar y Belgrano. Carrió montó en la misma obra un taller de reproducción de molduras donde ya están listos para volver a ser montados cartuchos, paneles, florones y las flores de lis de los balcones, de modo que la ciudad vuelva a tener una fachada hermosa y completa. También es destacable el trabajo realizado en la azotea: Carrió se encontró con un raro sistema de bajada de aguas, muy respetuoso del transeúnte ya que la cornisa que remata el edificio no se inclina hacia afuera sino hacia adentro, para no mojar más al que pasa. Ahora se puedever el sencillo sistema, que canaliza el agua por unas tejas curvas que funcionan como pipetas. Un encanto.

El interior del edificio va a sufrir muy pocas alteraciones. Maltratado pero intacto –sufrió abandonos y usos truchos, pero no fue remodelado– y con alturas gloriosas de 5 metros en sus ambientes, el edificio tiene una distribución simple alrededor de un importante patio central con un techo que fue vidriado y hoy está malamente tapado por unas chapas. La recepción del edifico es en el primer piso, donde el patio será repavimentado para ser un salón. El segundo y el tercero balconean, con unos cerramientos de chapa con florones de metal al más puro estilo porteño, en el segundo piso, y una pared de mala muerte en el tercero, evidente reemplazo de chapas oxidadas. Carrió planea que el segundo piso tenga un sollado transparente que ilumine el primer piso, y el tercero reciba el murete de chapas y vidrios, debidamente restaurado. Hasta notó que varios de los paneles tienen sus vidrios originales, de tecnología de hace un siglo, que serán rescatados como muestras.

Los ambientes tienen buena parte de sus marqueterías y altísimos zócalos originales, además de anchas pinoteas o pavimentos hidráulicos, todo a restaurar y preservar. Insólitamente, algunos ambientes tienen hasta su pintura original, muy gastada pero jamás tapada, donde se ven las decoraciones en stencil –flores, falsas marqueterías– tan de moda en esa época. El plan es preservar los mejores fragmentos, enmarcados como cuadros en una exposición.

El coronamiento del edificio será una gran claraboya vidriada con los lados abiertos, de modo que circule el aire y haya luz natural. Esto será el centro de la nueva terraza, que será urbanizada e iluminada para eventos de la fundación. Si alguna vez alguien lo invita a uno de esos eventos, no deje de ir: la terraza es la platea para una vista de la Avenida cribada de cúpulas francamente estupenda. El acceso actual a la terraza es una compleja escalera de madera, como un gran mueble amurado, gastadísimo y en estado precario pero completa. Esta pieza encantadora será preservada pero no usada, ya que habrá una nueva para uso cotidiano.

Pero la perla de este edificio es su suite Art Nouveau en el tercer piso, en dos ambientes que dan sobre Salta. Estos dos cuartos tienen cada uno una puerta de formas delirantes, una con vitrales laterales y estanterías empotradas, la otra con un cabezal enorme, fungosa, y vidrios repartidos. En el segundo ambiente hay además un hogar de carbón con un desmesurado paño delantero de mayólicas verdes –al conjunto le faltan apenas unas pocas piezas– rematado por un segmento de pared donde todavía se ve el empapelado original, floral, Art Nouveau y rojísimo. Un fragmento de ese papel será limpiado, restaurado y exhibido como muestra de lo que fue. Es un lugar de enorme importancia en una ciudad que tiene algunas fachadas Art Nouveau, pero casi ningún interior sobreviviente en ese estilo.

Avenida de Mayo 1190 es tan viejo que parece un catálogo de transiciones. Básicamente su estructura ya es metálica, pero la vieja cocina de la época de inquilinato, prácticamente derrumbada, permite ver vigas de gruesa madera, y hay sectores en el remate sospechosos de ser autoportantes. Como nunca fue remodelado, sus plantas están intactas y los que trabajan en su reciclado pasan horas despintando puertas, raspando carpinterías, removiendo y numerando baldosas. Cuando se inaugure, antes de fin de año, será una delicia de materiales originales y detalles históricos, con la suficiente modernidad para el confort. Para que la esquina vuelva a brillar, sólo falta que el Bar Iberia, que ocupa casi toda su planta baja, cambie su fachada para estar a tono con el flamante símil piedra del frente. Cosas de la vida, este edificio que estaba tan abandonado será en breve la joya de la avenida, la fachada en mejor estado de todo el conjunto.

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En el interior, trabajos en viejas maderas y un taller de moldería para restaurar las muchas molduras perdidas.
Imagen: Bernardino Avila
 
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