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Sábado, 17 de mayo de 2008

Idioma universal

¿El del amor? Si es así, ¿qué sucede cuando en este mundo globalizado el consumo y las nuevas tecnologías marcan su pulso? Cuando influyen (pervierten) los sentidos. Sobre estas, entre otras muchas cuestiones, proponen reflexionar los Satorilab a través de una materialidad inexplorada, los descartes industriales. La basura más silenciosa. Y si bien el planteo fue el mismo que en workshops anteriores realizados en Buenos Aires y San Pablo, donde el valor esencial elegido fue el amor y los vínculos, los debates, cuestionamientos, dudas y contradicciones, no se hicieron esperar con nombre y contexto propio. A su tiempo, fueron apareciendo ricas anécdotas, idiosincrasias y diversas tonadas (Córdoba reúne chicos de pueblos cercanos pero también de otras provincias como Santa Fe, Jujuy, Salta y Chaco).

Así más de cincuenta estudiantes de todas las carreras –gráfica, moda, industrial– y universidades (públicas y privadas) se dieron cita en el campus de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica camino a Alta Gracia, para debatir, reflexionar y experimentar. Un hito que una facultad abra generosamente las puertas a todas las demás. Sin dudas, mucho debe haber tenido que ver un espacio para la experimentación que ostenta desde hace más de veinte años la universidad, a través del Instituto de Diseño capitaneado por el arquitecto César Naselli, un referente en el lugar, con años dedicado a la docencia.

Así dadas las cosas, el taller fue como siempre una fiesta. La posibilidad de dar rienda suelta a los deseos y la posibilidad de jugar sin prejuicios ni especulaciones. El viernes fue el desembarco en el Centro Cultural donde se montaría la muestra. Recién una hora antes de la inauguración se frenó el ímpetu creador. Es que con el masaje previo de la reflexión, una vez que la exploración se dispara, con la enorme potencia del trabajo colectivo, sin egos, ni autorías, la producción no para.

Así la instalación disparó mediante sus objetos todo tipo de reflexiones. Ya en la entrada, un kiosco tenía a la venta todo tipo de sensaciones y sentimientos –sexo, amor, orgasmos, simpatía, compañía, risas, belleza–. Enseguida distintas superficies hechas con latas indicaban caminos posibles, aunque también la posibilidad de perderse en ellos. Móviles de bellísimos aviones hechos con pomos de cremas representando las mariposas en la panza, nada menos líquido que ese sensación, buen termómetro del enamoramiento. También hubo espacio para todo tipo de “incomunicadores”, linda bofetada a la era de la información. Espacios donde expresarse como una símil gorra de baño donde encerrarse a gritar. Megalupas que distorsionan o hacen foco en sentimientos verdaderos a gusto del usuario, jardines y cielos artificiales, flora y fauna de este mundo tecnológico (mucho animalito con cuerpo de mouse de computador o celular). Sin dudas reflejos varios de esta modernidad que parece pasar inevitablemente de lo líquido a lo sólido, del compromiso al descompromiso. Por lo que tanto mejor si lo hace de un modo más consciente.

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