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Jueves, 16 de agosto de 2012

ENTREVISTAS A DIEGO GRAVINESE Y ADRIáN VILLAR ROJAS

Una pinta

Dos de los artistas plásticos argentinos más reconocidos de la actualidad tienen una simbiótica relación con el rock. Diego Gravinese retrató a Cerati, y su pop puede verse en la portada del flamante álbum de The Darkness. El rosarino Adrián Villar Rojas pasó de las tapas para Emmanuel Horvilleur a ser reverenciado por su muestra en la última Bienal de Venecia, donde homenajeó a Ricky Espinosa.

 Por Federico Lisica

Diego Gravinese: “Tengo una relación natural con el rock”

“Hay mucho de Spinal Tap en esto”, dice Diego Gravinese sobre la portada de Hot Cakes, el tercer disco de The Darkness. Que para referirse a su obra, el artista plástico mencione la que es considerada la mejor película rock de la historia, no es para nada descabellado. Para empezar porque The Darkness mismo suele ser linkeado con aquel grupo que parodiaba el sonido y los excesos del Heavy Metal; porque el trabajo en sí incluyó situaciones risibles y, obviamente, por la estética en la que un trío femenino se recuesta sobre panqueques calientes y chorreantes de una sustancia melosa. Casi una reversión de Smell That Glove, la placa de ST en la que una chica con el cuello encadenado era obligada a oler un guante. Frankie Poullain –bajista de The Darkness– definió la portada como algo “literal”, un homenaje a la parafernalia de Roxy Music con “esa cosa sexy y loca” a la que le adosaron algo de los calendarios eróticos de los ‘70. “Queríamos capturar la dulzura, mezclarla con el rock & roll, que es música seductora, o debería serlo al menos. Creo que las modelos estuvieron un buen tiempo sobre los panqueques, lamentablemente no pudimos volar para allá (por Argentina)”, detalló.

La polémica sobre la cosificación de la mujer comenzó con amigos artistas de Gravinese que le plantearon sus inseguridades sobre cómo sería leído el mensaje. “Entiendo que sea una tapa hot pero es parte del chiste, ¡es The Darkness! Es tan obvio que es una fantasía sexual –el mismo cantante muestra su ambigüedad–, creo que hay una búsqueda glamorosa más que porno, al menos el porno de ese entonces tenía un mayor cuidado por la mujer.”

¿Cómo es que quienes fueron un suceso mundial con su debut –Permission to Land– reclutaron a un artista argentino para la tapa de su Opus 3? La respuesta es simple: Internet. A Gravinese le llegó un mail donde alababan su estilo hiperrealista (“pinta casi como una fotografía”, definió sin más el bajista) y hacían el pedido. “Decía que la banda era The Darkness. ¿Son los de ‘I Believe in a Thing Called Love’?”, dudó Gravinese, que cliqueó un link y eran ellos. “No soy fan, de hecho cuando los vi por primera vez me parecieron un desastre, después entendí la broma, son unos deformes y les tuve cariño”, confiesa. Las directivas eran básicas: tres chicas en bikinis doradas sobre panqueques y le especificaron que no fuese pura explotación. A Gravinese el desafío le gustó y de forma express puso manos a la obra. En pocos días convenció a las modelos, dos artistas amigos (Emiliano Miliyo y Elena Dahn) lo ayudaron con las fotos, y cuando ya tenía maqueteado el cuadro, los del grupo quisieron que las chicas llevaran anteojos de sol. Gravinese se puso firme, hizo las paces vía digital y terminó la tapa de uno de los discos más esperados para agosto según la New Musical Express. En la publicación inglesa recalcan que la imaginería del grupo de Justin Hawkins (soportes de los shows de Lady Gaga en nuestro país) suele ser más consistente que sus falsetes y guitarras épicas.

La música siempre estuvo presente en la vida de Gravinese, y para alguien que no hace muchas demarcaciones entre vida y obra (una de sus exhibiciones se llamó ¿Todavía No Pensó en Tener un Gravinese?) la ecuación es más que simple. “Tengo una relación natural con el rock”, apunta. Antes de que se decidiera por la plástica, junto a su hermana Alejandra (ex integrante de Rigidez Cadavérica y de la primera versión de Attaque 77), recorría el circuito under de los ‘80 y hasta fantaseaba con cantar en una banda. “Pero no se me dio el don para hacer música, sí, en cambio, para escucharla mientras pinto.” ¿Alguna recomendación para hacer las dos cosas juntas? Sin dudar, Gravinese menciona a Fever Ray de Karin Dreijer Andersson (en su estudio está colgada la tapa de ese celebrado proyecto solista de la cantante de The Knife).

A los Victoria Mil los llevó a tocar a la Galería Ruth Benzacar y por su amistad con Leandro Fresco, tecladista de la banda de Gustavo Cerati, acabó haciendo la cubierta de Siempre Es Hoy. “Además de su retrato, iban a suceder cosas en simultáneo, y si ves bien el trazado, está la cara de una nena con un chupetín, pero a los del sello, o de la distribuidora, les pareció que iba a haber una lectura rara”, y se percibe un dejo agridulce en su voz. “Con Gustavo decidimos centrarnos en la parte de la boca”, grafica sobre el cuadro que finalmente adquirieron unos fans colombianos del músico. “El mejor lugar donde puede estar”, agrega. ¿Cuál es su sueño al hacer un arte de tapa? “Todavía no me pasó lo de Andy Warhol con los Rolling Stones y la Velvet Underground. Que una banda que te encante te dé rienda suelta para crear.”

En sus 11 exhibiciones, hasta la fecha, hubo distintas fases (del collage al hiperrealismo, de tópicos infantiles a una sensualidad abierta), lo que se mantiene de su estilo es el topetazo de la fantasía con la realidad, a partir de la fusión permanente entre lienzo y fotografía. “¿Por qué pintar algo que hoy podés conseguir con otra tecnología? En realidad es una premisa falsa, el engaño es pensar que la fotografía es una representación cabal de lo real”, explica. “Para mí el hiperrealismo es una capa más de composición, no es la obra ni la finalidad, lo que te pasa con mis cuadros está en otro lado. Sé que sigo pintando porque ya no hay un parámetro claro de qué es arte y qué no”, recapitula. Lo cierto es que sus imágenes lo llevaron a ser muy valorado por galeristas extranjeros, sobre todo en la Nueva York de finales de los ‘90. Aunque tras el atentado a las Torres Gemelas decidió volverse. “Lo mejor de la ciudad desapareció, salió lo peor de cualquier sociedad asustada.” Y algo de esa época todavía signa el presente. En uno de sus últimos cuadros, Hércules, un avión lanza unas bengalas contra una mujer que observa un lago. “Me gusta juntar cosas inconexas. Es angelical y amenazante. Insisto, los héroes de mis pinturas son heroínas. Me encanta la imagen de una chica enfrentando un mundo turbulento.”

3 discos para mirar según Diego Gravinese

This Is Hardcore de Pulp por John Currin (1998)

“La chica parece una muñeca rota. La tapa no está pintada sino que tiene un efecto de Photoshop que en ese momento era nuevo, el Smart Blur, o fue usado en forma experimental. De lejos parece foto, te acercás y es pictórico.”

White Album de The Beatles por Richard Hamilton (1968)

“De chiquito no sabía que la había hecho un artista pop. Pero me gustó que Los Beatles le pidieran una tapa, que les entregara algo todo en blanco, y ellos aceptaran. Muy pocos saben eso.”

The Big Picture de Elton John por Julian Schnabel (1997)

“No me gusta el resultado final pero es un gran pintor. En los ‘80 hizo muchos cuadros a partir de platos rotos que él pintaba arriba.
Está la cara de alguien que podría ser Elton John.”


Adrián Villar Rojas: “Flema es una de mis bandas favoritas de todos los tiempos”

Viajemos en el tiempo. Específicamente a enero de 2006, Adrián Villar Rojas está tirado en el piso del Museo Castagnino de Rosario, terminando una instalación con falsas bombas de tiempo. Un turista inglés se le acerca y le pregunta si no hay peligro de que detonen y el lugar se venga abajo. El artista plástico se ríe al recordar la escena y confiesa por Skype que ahora, a sus 32 años, algunas cosas se mantienen igual: “Mis grandes motivaciones siguen siendo el final de las especies y el tiempo”. En otra de sus primeras muestras, dinosaurios y chalets prefabricados estaban a punto de desaparecer entre frases de desamor y lluvia de meteoritos. Tras ver esa exhibición, Emmanuel Horvilleur convocó a Villar Rojas para que participara del diseño de Rocanrolero. “Me gusta el packaging de discos, para crear siempre pienso en función de un espacio determinado”, explica. El artista plástico luego se encargó de la gráfica del EP de Lile (primer proyecto de Naila Borensztein); el músico entrerriano Pol, y el año pasado una de sus obras fue recreada en la solapa del debut de 1989.

Pero entre aquellas primeras obras y la actualidad, otras cosas sí han cambiado. Villar Rojas, hoy por hoy, se ha convertido en el artista joven argentino de mayor proyección internacional en el mundo del arte. En el 2011 su obra escultórica se destacó en la Bienal de Venecia, y acaba de presentarse en la Trienal de Nueva York: los periódicos de la gran manzana consagraron sus creaciones de proporciones gigantescas. The New York Times definió a Villar Rojas y sus asistentes como una banda de rock en la que él ocupa el rol de “cantante y uno de sus compositores”.

Sus moles de arcilla (como si la maquinaria de Robotech se hubiese atascado en la Pompeya romana) también fue montada con éxito en este 2012 en Kassel –Alemania– y Kabul –Afganistán–. “Todavía no puedo articularlo bien. Estoy a la expectativa de procesarlo. Sucedió todo muy rápido. Me perdí yo mismo en la cantidad de cosas que hice”, repasa. ¿La receta para no marearse? “Hacerse el tonto es saludable, mantener una distancia, aunque soy consciente y muy responsable del lugar que me fui haciendo. No me la doy de hippie, hubiese sido imposible así.”

Villar Rojas sospecha que la recurrencia por lo apocalíptico viene de la adolescencia, y, como buen fan del animé, cita la explosión nuclear del film Akira: “Ahí el comienzo es con el fin del mundo, eso es muy fuerte; lo que me interesa hacer, más que plasmar la idea por sobrevivir, es generar como un laboratorio del futuro, verlo como las ruinas de lo que será”.

–¿Encontraste en algún grupo o un disco que escuches una correlación con los conceptos que trabajás?

–No lo busco, pero fue muy coincidente que cuando hice una muestra en el 2008, justo la primera de mis series con arcilla y escombros, me enteré de El Mató a un Policía Motorizado. Ellos acababan su trilogía con El Día de los Muertos. Me gustan mucho, sus letras e imágenes, el video ese en que están en una ciudad inundada, con un paisaje tipo Mad Max, les mandé mails e imágenes de lo que yo hacía. Los respeto. Igualmente, si me preguntás por un grupo, soy súper adicto a Radiohead. Escucho mucho Kid A y también el Unplugged de Nirvana mientras trabajo. La diferencia es que Radiohead pudo metabolizar el dolor, Kurt Cobain no. O Elliot Smith. Es fascinante. Me sucedió de escuchar su canción “Everything Means Nothing to Me” y sentir que es lo que yo hago pero en otro plano. Tiene una crudeza, algo primario, el tipo se mandó dos puñaladas al corazón. Me gusta esa elementalidad.

–Usaste títulos de canciones para nombrar obras, dijiste que te gustaría que éstas sean interpretadas como canciones de amor, ¿son señales para un melómano?, ¿un vicio?, ¿parte de un plan conceptual mayor?

–Me gusta el reciclaje. Mezclar títulos con partes de poemas o narrativa. La primera fue La Casa de Amantes Celosos y la seguí con Pedazos de las Personas que Amamos, dos traducciones de canciones de The Rapture que rompen la fluidez cuando se las pasa del inglés al castellano. Es para cruzar los cables y hacer chocar mundos. Son guiños. Consumí mucha cultura nerd y de ciencia ficción. Soy ávido de esa información. Me gustan las publicaciones que hablan de otras publicaciones. Son gestos que estimulan. Para titular otra creación, Villar Rojas usó una parte del nombre de una obra de Guillermo Kuitca y la pegoteó con una frase de “Paloma” de Andrés Calamaro. Su apuesta “más significativa” es reciente, y se dio en la instalación en el pabellón argentino en Venecia. Su registro sobre el fin de la humanidad incluía un homenaje a Ricky Espinosa. “Se iba a llamar ‘El Asesino de Tu Herencia’, que es parte de Recitado del disco El Exceso –dice con la precisión de un entomólogo–. Me encantaba el nombre incluso antes de tener la obra. Flema es una de mis bandas favoritas de todos los tiempos, para mí Ricky es el Kurt Cobain argentino, estudié mucho esa relación, estuve muy obsesionado con él durante un tiempo. Que lo argentino tuviese su lugar en la Bienal con Flema, que claramente no es lo más presentable de la cultura”, imagínate a los diplomáticos que nadan en Cortázar y Borges. Entonces me inventé un título falso. Mezclé parte del cuento “Las ruinas circulares” de Borges con Ricky y quedó: “Ahora estaré con mi hijo/El Asesino de Tu Herencia. Es un cortocircuito con dos extremos de la cultura argentina”, explica.

Villar Rojas también compone, pero a diferencia de los mashups referenciales de su obra plástica, sus canciones se despliegan por el cauce de la tranquilidad. “Siempre lo hice con una paz interior muy grande. Es como un hobby, aunque algunos años atrás pensé en largar todo, ser músico y abandonar la plástica”, declara el rosarino, que llegó a presentarse con su acústica en una edición del festival Ciudad Emergente. ¿Cómo se lo puede escuchar? Alguien se encargó de subir sus melodías Low Fi a Grooveshark. Una de las tres que aparecen en la plataforma, mezcla la delicadeza sonora con lo aterrador del fin del mundo. Llamativamente el nombre tiene una sola palabra: Zombie.

3 discos para mirar según Adrián Villar Rojas

Miami de Babasónicos por Alejandro Ros (1999)

“La inteligencia de esta pieza gráfica me humilla.”

Kid A de Radiohead por Stanley Donwood y Tchock –también conocido como Thom Yorke– (2001)

“No tengo la menor idea de por qué me gusta tanto esta imagen, pero la tengo quemada en la memoria desde la primera vez que la vi.”

Artaud de Pescado Rabioso por Juan O. Gatti y Luis Alberto Spinetta (1973)

“R-E-S-P-E-T-O”.

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