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Miércoles, 18 de septiembre de 2002

CONVIVIR CON VIRUS

CONVIVIR CON VIRUS

 Por Marta Dillon

Tengo una profunda admiración por quienes cumplen obedientemente con sus tratamientos. Qué sé yo, parece que no les pesaran las catorce pastillas diarias, que consiguen generar una rutina incorporada entre tantas otras, como lavarse los dientes antes de ir a dormir. A veces incluso me da vergüenza confesar cuántas veces me olvido de tomar las benditas pastillas, cuántas veces me hago la boluda, cuánta fiaca me da atragantarme con esas drogas que se suponen vitales. Lástima que he olvidado sus efectos benéficos, que he dejado el miedo a morir de sida en alguna vuelta del camino. Todo lo que recuerdo de las benditas pastillas es que me obligan a ir al baño diecisiete veces por día, que mis piernas ya parecen un revoltijo de venas expuestas, que mi cuerpo se engruesa en algunas partes y languidece en otras arbitrariamente. Lo que me sale así, sin pensarlo, es que me porto mal. Como si fuera una nena que no cumple con lo que se espera de ella. Y lo peor es que de sólo pensar que esa rutina que no termino de incorporar me acompañará por el resto de mis días, me da una claustrofobia tal que sólo quiero salir corriendo, muy lejos de los tres frascos que amenazan desde encima de la heladera. También es cierto que alguna que otra noche la culpa me asalta como una pesadilla y vuelve el temor arcaico como una visita nueva. ¿Y si me muero por boluda? O, ¿y si me enfermo y quedo inhabilitada por meses sólo por dejar que las cosas sigan su curso mientras las pastillas descansan en su envase? A partir de mañana me las tomo, lo juro, no me voy a olvidar. Pero la mañana llega con su novedad y el miedo me suelta el cuello casi sin dejar marcas. Debería encontrar alguna otra razón para tomármelas que no sea el miedo a morir, porque eso es demasiado pesado para recordarlo todas las veces que tengo que tragar la medicación. Debería poder. No sé si es omnipotencia o simple negación, supongo que es algo parecido a fumar con dedicación, con ahínco, con placer, todos los cigarrillos que tengo ganas. ¿Quién piensa que va a morir por eso? ¿Quién piensa en enfermarse? Si desde que sé que tengo vih, aprendí que el presente es un instante eterno, único, el mejor bocado a devorar, ¿cómo poner en el futuro las razones por las que me tengo que tomar las pastillas ahora? Es evidente que hay respuestas sencillas para estas preguntas tontas, de hecho me he propuesto no morir antes de diez años, supongo que después de ese tiempo mi hija podrá soportarlo mejor. En mi caso supongo que desearé un bonus track cuando se cumpla el plazo, pero, bueno, eso es mejor pensarlo ahora. Es lo que estoy haciendo de hecho, lo estoy pensando, estoy prometiendo incluso, una vez más, que a partir de mañana, a partir de mañana todo va a cambiar.

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