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Domingo, 7 de febrero de 2010

HISTORIETA › DORA, DE IGNACIO MINAVERRY, DE FIERRO A LAS LIBRERíAS

Atrápame si puedes

Comienza la década del ’60, y una chica llamada Dora llega a la Argentina a la caza de criminales de guerra nazis. Ese es apenas el punto de partida de la saga de Dora, del joven historietista de Flores Ignacio Minaverry, que acaba de editarse en un volumen llamado sencillamente Dora, Número 1, 1959-1962 y que es tan fascinante como encantador.

 Por Martín Pérez

Chicas, monoblocks y tanques de agua. Dice Ignacio Minaverry que no se olvida que el maestro José Luis Salinas decía que hay que dibujar de todo. Pero confiesa que estaría encantado si pudiese hacer una historieta dibujando sólo esas tres cosas. “Aunque sería un poco vago, ¿no?”, agrega con una sonrisa el autor de Dora, una historieta con todas esas cosas. Y algunas más, claro está. Como criminales de guerra nazis y espías dedicados a cazarlos, amateurs o no. Publicados inicialmente por entregas en la revista Fierro durante casi dos años, los dos primeros capítulos de Dora –la saga del alumbramiento de una joven espía, que promete ser de largo aliento– se acaban de compilar en un apasionante y encantador volumen titulado sencillamente Dora, Número 1, 1959-1962 (Editorial Común). En ellos se cuenta la historia de cómo Dora comenzó a reunir su amplio archivo de nazis en Berlín, y luego cómo viajó de su hogar en las afueras de París –donde fue reclutada por un espía israelí– hacia el pequeño pueblo argentino de Vivar, intentando descubrir a Mengele. “Cuando empecé a pensar en la historia de Dora, arranqué imaginándola como una espía misteriosa, de la que el lector sabía muy poco”, explica Minaverry, que llegó a esta trama de espías luego de intentar escribir unas historietas sobre la Segunda Guerra Mundial. “No quería comprometerme mucho con el personaje, pero después empecé a trabajar en el capítulo donde prácticamente comienza su historia, en Berlín, y los protagonistas empezaron a estar más delineados.” Sus chicas, monoblocks y tanques de agua se destacan en las historietas de Minaverry, qué duda cabe. Pero lo que más se destaca es todo el tiempo que se toma para contar su historia, que tiene un ritmo atípico dentro de las tramas del género. “A mí, contar corto es algo que no me sale, porque es más difícil. Más fácil es ir narrando lento, para llegar despacio a donde sea que quieras llegar”, intenta explicar con llamativa humildad un dibujante que no se puede decir que haga la fácil con sus historietas preciosistas y narradas ‘metronómicamente’. Pero que es verdad que ha ido llegando lentamente como autor al lugar que de golpe ocupa su libro en la mesa de novedades de las librerías, donde se destaca como la mejor oferta del verano, con o sin cuadritos. Porque Minaverry es un caso extraño dentro de un medio que por sus características suele propiciar eso de crecer en público. Pero no sucedió así con él. Ya que cuando aparecieron las primeras páginas de Dora en Fierro, a fines del 2007, se demostró en ellas como un artista hecho y derecho, prácticamente salido de la nada. O casi.

Tomando forma

La foto debe ser de cuando Ignacio tenía apenas tres años. Ahí está, sentado en el tablero de dibujo de su padre diseñador gráfico, dibujando. O haciendo como que. “Crecí viendo a mi padre sentado ahí, antes de la época de la computadora”, recuerda. “Armaba las páginas con las letritas y el cemento de contacto sobre ese tablero, que después heredé.” Pero a pesar del tablero, el camino de Minaverry hacia la historieta no fue el del dibujante que demuestra sus dotes desde pequeño, sino que fue algo paulatino, como las tramas de sus historias. Director de cine o arquitecto, eso era lo que Ignacio quiso ser de chico. “Lo de arquitecto me duró como una semana, hasta que me di cuenta de que había que saber mucho de matemática.” Cuando finalmente quiso ser historietista, Minaverry destaca que su idea era ésa, hacer historietas. No ser dibujante, como suele ser más común. “Pero el problema era que hacer historietas era algo muy abstracto”, explica, repasando el panorama yermo del medio local una década atrás. “¿Qué iba a hacer? ¿Irme a los Estados Unidos?” Por entonces sólo había revistas semi-amateurs y alternativas, como El Tripero, Catzole o la delirante Suélteme!, de Podetti y Fayó, entre otros. A pesar de que su trazo actual no propicia esa alineación, Minaverry dice con orgullo que él era del bando de la Suélteme! Había arrancado estudiando con Luis Scafati, y luego pasó al legendario taller de Pablo Sapia, donde conoció a Pablo Cabrera, Ernán o Liniers. Pero a la hora de intentar ganarse el pan con sus dibujos, la historieta aún no calificaba. Su primer trabajo, por ejemplo, fue haciendo dibujos técnicos de anatomía para un proyecto del Hospital Garrahan. “Supongo que me llamaban porque tenía paciencia y sacaba rápido los pedidos... ¡aunque no sé nada de medicina!” Después empezó a dibujar patentes de invención. “Me la pasaba dibujando material agropecuario”, explica. “Todo lo que ahora está de moda por la soja, yo lo dibujé antes: máquinas recolectoras, silobolsas, de todo. Me acuerdo de una recolectora que era como un robot de Mazinger.” Después, sí, el trabajo se fue acercando más hacia lo que él quería, como un breve trabajo en un estudio de dibujos animados o un libro sobre Schopenhauer para la colección de Juan Carlos Kreimer. “El mejor de los refugios para los dibujantes, cuando a nadie le interesaban las historietas”, asegura. Mientras tanto, seguía con lo suyo, haciendo historietas sin mostrárselas a nadie. Con su amigo Liniers –que finalmente publicó el libro de Dora en su flamante editorial– cada tanto decían: habría que hacer una revista. O si no su amigo Sergio Kern le avisaba, regularmente: “Mirá que ya sale Fierro”. Y él seguía dibujando. Alguna historieta apareció en la Comiqueando, también hizo algo junto a Lucas Nine en La mujer de mi vida. En todo ese tiempo, lo que terminaría siendo Dora –y el autor que ha terminado siendo Minaverry– iba tomando forma, pero sin que nadie lo viera.

El muchacho peronista

Además de Dora, Minaverry tiene otros proyectos. Uno va por fuera de la historieta, y es una suerte de catálogo de todos los barrios municipales de la Capital. “Yo vivo en un barrio de ese tipo, que se llama Varela Bonorino, aunque algunos lo conocen como Barrio Ferroviario o el Barrio Inglés”, explica. “Al lado tengo al barrio Simón Bolívar, que es de la época de Perón. Y a cinco cuadras para el otro lado hay otro barrio peronista.” Buscando datos de esos barrios por Internet, Minaverry descubrió que casi no hay nada al respecto, así que decidió hacer un website que los enumere. “Una foto y un texto, nada más. Cuando esté terminado lo subo”, asegura. Su otro proyecto está dentro de la historieta, y al mismo tiempo es vecino –como el barrio popular donde vive de los otros que lo rodean– de la idea del website. Se trata de una adaptación a cuadritos de la historia de la FM del Bajo Flores. Habitante de Flores, pero siempre preocupándose de aclarar que más del lado de Eva Perón que de Rivadavia, Ignacio recuerda que siempre le dijeron que si iba por Cobo, no tenía que doblar por Camilo Torres. “Pero tanto te lo dicen, que a uno le agarra curiosidad.” Esa curiosidad devino admiración cuando cayó en sus manos el libro con el que la FM contó su historia. Y en una marcha por la Ley de Radiodifusión vio que había una bandera, y se acercó. Así terminó adaptando a la historia la mitad de ese libro, que se reeditará el año que viene, cuando la radio cunpla 15 años de historia. “Ese libro me rompió la cabeza, me cambió la forma de pensar con respecto a la gente que vive en la villa”, cuenta Ignacio, que cuando cuenta la investigación que hizo hasta terminar de dar forma la historia de Dora, siempre agrega que el último paso fue hacerse peronista. Algo que, en los dibujantes de su generación, bien puede ser una rareza. “Pero eso es porque crecimos con el menemismo, y si no te preocupás por tener una ideología, la reacción clásica es la de la antipolítica, la del pedestal moral desde donde todo político es corrupto y la lucha de clases no existe más.” Tal vez ésa sea la razón por la cual, aunque su dibujo recuerda la línea clara europea, Minaverry se desmarca rápido y dice que de esa generación sólo le gusta Hergé, pero que en su dibujo hay blancos y negros. Y también seguramente por eso es que en una historieta donde su joven protagonista llega a la Argentina para cazar nazis, terminará –toda una rareza– simpatizando con el peronismo. “Pero es que Dora es joven, y no entiende muy bien lo que pasa. Pero cuando se entera la ridícula prohibición del peronismo, no puede menos que simpatizar. Es el deber de cualquier joven ir en contra de algo así”, dice muy seguro Minaverry, que cuando se le pregunta por qué su protagonista va a la caza de nazis, su respuesta es sencilla: “¿Quién no lo haría? Es una gran historia”. Así piensa Minaverry y seguramente también Dora, su personaje. Uno de esos que son para toda la vida –aunque él no lo sepa o aún no quiera confesarlo– de un autor de historietas que sólo quiere dibujar chicas, tanques de agua y monoblocks. Y encontró la excusa perfecta para hacerlo.

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