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Domingo, 16 de noviembre de 2003

PUNCH

¡Ésa es mi mujer!

La mujer de Jonathan Franzen, el autor del best-seller Las correcciones, también escribía. Pero no pudo tolerar el éxito de su marido y colgó la pluma. Ahora ella también es exitosa... con un ensayo llamado “Envidia”.

POR ROBERT FULFORD

Los partidarios de Zelda Fitzgerald insisten que su carrera literaria fue frustrada por su marido, Scott. En los años veinte, Scott fue una suerte de mentor cauteloso de Zelda, alentándola a escribir aun cuando luego vendiera esas primeras historias con su propio nombre porque así conseguía un precio mejor. Después compartieron el crédito por el trabajo de ella, algo que la siguió presentando como un socio menor dentro de la pareja. Cuando finalmente ella escribió sobre su matrimonio de manera independiente y notable en su novela Save me the Waltz, Scott alegó que estaba robándole material. Una enfermedad mental crónica debilitó cualquier posible defensa de Zelda, así que su escritura recibió muy poca atención hasta que, décadas después de su muerte, las críticas literarias feministas recuperaron su nombre.
Aquellos que conozcan la historia recordarán a Zelda cuando lean “Envidia”, un sorprendente ensayo firmado por Kathryn Chetkovich publicado en el número 82 de la revista literaria Granta. Autora de apenas un libro muy poco difundido, Chetkovich vivió durante años junto a Jonathan Franzen. Permaneció a su lado mientras él trabajaba en una novela sobre una familia con problemas, estuvo ahí cuando su narrativa finalmente comenzó a fluir y soportó el sorprendente suceso de Las correcciones, con dos millones de copias vendidas en su versión de tapa dura.
Franzen estaba frustrado pero esforzándose cuando comenzaron como pareja; ella confiesa que la atraen los hombres en ese estado. Lucharon juntos durante un tiempo, hasta que ella se dio cuenta con cierto desaliento de que a él sus esfuerzos lo estaban llevando hacia algún lugar mientras que los de ella no la llevaban hacia ningún lado. Jonathan acumuló varios cientos de páginas de su novela, mientras que Kathryn completó apenas una historia de quince páginas, una obra de teatro corta y parte de un guión de cine inútil.
Con respecto a la calidad del trabajo de él, ella escribe que “era, en general, bueno”. Pero no podía soportarlo. Se separaron por un tiempo, después se reconciliaron. Aparentan estar juntos hoy en día, aunque en su historia de Granta ella no menciona el nombre de Franzen (muchas publicaciones, desde el Times Literary Supplement hasta el Santa Cruz Sentinel de su ciudad natal, lo han identificado, tal como ella sabía que lo harían).
Kathryn cuenta cómo la envidia infectó cada milímetro de sus vidas. “Tal vez no fue coincidencia que, justo cuando me estaba sintiendo más desnudada por su éxito y su talento... mi respuesta fue negarle el regalo de mí misma.” ¿Y eso qué significa? “Que si yo no podía ser feliz, estaba lista para hacernos miserables a los dos... Él tenía su libro para hacer que el mundo lo quisiera, yo tenía mi sexo para tomarme revancha.”
A pesar de estar escrito con persuasiva intensidad, el texto carga con un aroma rancio a trabajo de estudiante. Cualquiera que lo lea podría sentirse como el receptor de una correspondencia privada, escrita por un estudiante excepcionalmente inteligente, trabajando en su tesis sobre escritura creativa. Chetkovich nunca suena como alguien de 45 años.
Ahora dice que algunas veces siente que ha comenzado a superar el asunto. “Pero... ¿a quién estoy engañando? Cuando me detengo en una librería y veo esa pila de libros en la mesa de novedades, a veces llego a sentir mi corazón golpeando las barras de su jaula.” Reconoce que se ha encontrado en circunstancias que superaron su capacidad de ser generosa. “He llegado a los límites de mi bondad.” ¿Qué hacer entonces? “Debería ponerme a trabajar.”
Mientras tanto, se niega a responder las preguntas que los periodistas quieren hacerle sobre su ensayo. Créanlo o no, ahora dice que valora su privacidad.

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