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Domingo, 26 de septiembre de 2004

FAN > LA FIESTA DE BABETTE SEGúN ALEJANDRO URDAPILLETA

El milagro de estar juntos

POR ALEJANDRO URDAPILLETA

La escena es una comida. Una mujer que escapa de París y se refugia en una aldea danesa, donde sirve a unas viejas muy rígidas y puritanas. Todo es muy religioso, religiosamente austero. Ella les cocina. En París había sido dueña de un restaurante donde preparaba exquisiteces. Muchos años después, en la aldea, se gana la lotería o algo así y con toda esa guita manda a traer barcos con delicias, puras maravillas, exquisiteces. Y prepara un gran banquete para todos los puritanos del pueblo. Es una escena maravillosa. Hay un monólogo de un viejo que es increíble, el favorito del pueblo, un jerarca, que le agradece lo que hizo. Todo es muy sobrio, sin ninguna lujuria. Sólo se empiezan a ver algunos colores en las caras de la gente, algunas sonrisas, casi se siente el olor de los manjares, el gusto del vino. Ella los saca de su frialdad, logra romper un poco esa rigidez. Es una escena muy pequeña, casi ni hablan, alguno se sonríe un poquito. Es el clímax de la película. Siempre recuerdo esa escena como extraordinariamente filmada, casi teatral, de luces bajas y colores ocres. Es el pequeño milagro que produce una obra de arte. Es casi como si hablara del valor del arte mismo, de lo efímero, de lo que da la belleza. El milagro de la hermandad. Por eso La fiesta de Babette, de Gabriel Axel, es una pequeña alhaja. Produce algo que tiene que ver con la piedad, una palabra antigua, en desuso, que casi ya no está en este mundo. La piedad es algo ambiguo y contradictorio. Es algo que hace comprender qué poco somos. Al ver esa fragilidad en los otros, sentimos compasión por nosotros y a la vez nos sentimos igual a los demás. Sentimos que podemos estar juntos, el uno con el otro, algo tan necesario en estas épocas. Una belleza total. Gran arte. Ninguna superproducción me produjo algo así. Porque es en lo chiquito donde se produce esa verdad enorme. En esa mujer que, callada, ofrece todo lo que tiene en agradecimiento. Con un pequeño pecado, con ese poco de frivolidad que es el gusto por la comida, le insufla a esa gente el placer por la vida, la sensualidad. No les da un pico de heroína, es sólo un pequeño pecado que enciende el fuego de la humanidad. Ese milagro caliente que es estar juntos.

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Una escena memorable de La fiesta de Babette (1987), la película del danés Gabriel Axel basada en la novela de Isak Dinesen que ganó el Oscar a la mejor película extranjera. En esta foto, Jarl Kullie como uno de los comensales de esa gran comilona.
 
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