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Domingo, 17 de junio de 2007

NOTA DE TAPA

Nos siguen pegando abajo

El miércoles 6 de junio, el Centro Cultural España Córdoba se preparaba para la inauguración de una muestra del dibujante y cantante de la banda Los Cocineros, Alfonso Barbieri. Pero una hora antes de la inauguración, un grupo católico de inclinación lefebvrista, acompañado de barrabravas, se presentó en la sala y, tras exigir que se descolgaran cuatro obras que consideraban ofensivas, procedió a romper toda la muestra y a limpiarse en las paredes las heridas producidas por los vidrios rotos al grito de “Es la sangre de Cristo”. No es la primera vez que este grupo consigue censurar una obra de arte. Ni la primera que cuenta con impunidad para hacerlo. Radar estuvo ahí y cuenta cómo fueron los hechos, y entrevista a Barbieri en Buenos Aires y con su obra en manos de la policía.

 Por Martín Pérez

No era mucho lo que podía hacer. En realidad, no podía hacer nada. Sólo tratar de mantener la calma, mientras escuchaba los insultos, amenazas y ruido de vidrios rotos que provenían desde un piso más abajo, del otro lado de una puerta convenientemente cerrada con llave. Encerrado en un pequeño cuarto que suele funcionar como depósito, y cuya puerta da, bajando una escalera, a uno de los tantos patios del lugar, Alfonso Barbieri estuvo más de dos horas esperando que terminase la violencia en el Centro Cultural España Córdoba el miércoles de la semana pasada. Las autoridades del Centro le habían pedido que se refugiase allí, alejándolo de los manifestantes–algunos de los cuales habían irrumpido en sus instalaciones–, ya que ellos no podían garantizar su seguridad. “Cada tanto subía alguien y me contaba lo que estaba pasando–recuerda Alfonso una semana después de aquella noche, sentado ante una taza de té en un hogar del porteñísimo barrio de Villa Crespo–. Era todo muy ridículo, una locura. Venían y me decían que no me preocupase, y acto seguido me contaban cómo rompían la puerta de calle, cómo golpeaban a mis amigos, cómo destruían todos mis cuadros.”

Alfonso Barbieri es uno de los integrantes de Los Cocineros, uno de los grupos de rock más populares de Córdoba. Pero desde mucho antes en su vida es también artista plástico. Desde muy temprana edad realiza muestras con sus obras, tanto en el país como en el extranjero. Algunas de sus obras se han ido vendiendo regularmente en Alemania, y Alfonso cuenta con orgullo–-y muy poca vanidad, casi disculpándose por mencionarlo– que lo han alentado a seguir con su estilo desde el dibujante cordobés Crist en una de sus primeras muestras cordobesas, hasta el pintor Antonio Seguí cuando se lo cruzó en París durante algún viaje. La noche que pasó encerrado con llave en un pequeño cuarto por razones ajenas a su voluntad, en realidad debía ser una noche de celebración: iba a presentar su flamante primer libro, que compila una selección de sus dibujos realizados entre 1990 y 2001. Pero antes de que la muestra abriese sus puertas y comenzasen a llegar los primeros invitados, se desató la locura: una horda de fanáticos lefebvristas rodeó el lugar, exigió primero por medio de violentas amenazas que se descolgara un cuadro, luego otros tres y finalmente irrumpió por la fuerza y destrozó toda la muestra. Algunos terminaron incluso manchando de sangre las paredes del Centro Cultural al limpiarse las heridas que se habían hecho rompiendo los cuadros, al grito de “Esta es la sangre de Cristo” y “Viva la Virgen”.

Foto: Nora Lezano

“No me gusta hablar de locura, porque estos tipos tenían muy en claro lo que hicieron–aclara Alfonso–. Estaríamos insultando a los locos si los llamamos así. Porque son unos estrategas del terror. Son tipos peligrosos, y obvio que me siento amenazado.” Según el relato de Barbieri, confirmado por todas las crónicas periodísticas que cubrieron los sucesos, los lefebvristas–encabezados por su líder, Julián Espina– amenazaron de muerte a todos los presentes en el Centro Cultural. Es más, uno de los manifestantes era Eduardo Grosso, un reconocido barrabrava de Belgrano. “Así que mirá si no me voy a sentir amenazado”, dice el artista. Y agrega: “Pero creo que lo que sucedió es algo que me excede, a mí y a mi libro, que ninguna librería quiere aceptar por temor a los posibles incidentes. Para los cordobeses y para la Argentina es algo nefasto. En una noche volvimos treinta años atrás... ¡O quinientos!”.

La piel de judas

Como profesores de una Academia Familiar de Bellas Artes. Así es como dice Alfonso que reaccionaron sus padres cuando, después de que lo echasen del colegio secundario en segundo año, les comunicó que no retomaría sus estudios. “No estaba de acuerdo con cómo se enseñaban las cosas, me parecía que no servía de nada”, explica el alumno rebelde. Su curiosa descripción de la actitud de sus padres en aquel 1991 responde a que ni lo obligaron a cambiar de actitud ni se escandalizaron. Simplemente le exigieron que no dejase de preparar su próxima muestra. “Cuando tenía 14 años tuve la posibilidad de hacer mi primera muestra, en el Museo de Arte Moderno de Santa Fe–recuerda Barbieri–. Desde entonces no paré.”

Hijo de una pareja de investigadores de, efectivamente, la Academia Nacional de Bellas Artes–madre historiadora, padre profesor–, Alfonso Barbieri responde sin dudar a la pregunta sobre si la música o el dibujo se manifestó primero en su vida. “Dibujo desde que tengo memoria”, apunta. Como sus padres se pasaron toda la infancia de Alfonso viajando por el país para relevar el patrimonio artístico nacional, detrás de ellos fue su hijo. La vida trashumante terminó cuando se instalaron en Córdoba, y la música llegó desde muy pequeño, cuando a los 7 años comenzó a tomar clases de piano. “Siempre fueron mundos paralelos, la música y la pintura. Pero uno muy diferente del otro”, cuenta. Y recuerda que cuando formaba parte de uno de los grupos míticos del rock cordobés durante los 90, Los Rústicos del Viejo Sueño, se ganaba la vida vendiendo cuadros en Europa. “Porque hacia el año 1997 me habían invitado a mostrar mis dibujos en Alemania, y desde entonces y hasta el 2001 fue algo que hice casi anualmente.” ¿Por qué dejó de hacerlo? Porque formó el grupo Los Cocineros y eso le empezó a demandar mucho tiempo: han sacado un disco por año desde entonces, hasta transformarse en un referente de la escena musical cordobesa. Y también porque quienes vendían sus obras le sugerían que abandonase el dibujo, e intentase con obras más grandes. “Por aquella época se comenzó a poner de moda la elefantiasis en el arte, y no me sentía cómodo con esos reclamos. Para ellos el dibujo es un arte menor. Miraban lo que yo hacía y me sugerían: ‘Esto va a ganar mucho más si lo hacés así o asá’. Pero para mí un dibujo es un dibujo. ¡Mirá todo lo que se armó ahora por apenas unos dibujos!”

Cuando se le pregunta por sus referentes artísticos, Barbieri no menciona a ningún artista clásico. Enumera los nombres de Quino, Fontanarrosa, Peiró, Caloi, Oski, Landrú y Winsor McCay, el autor de Little Nemo. Recorriendo el poco más de medio centenar de dibujos que eligió para incluir en el libro que compila su producción de más de una década, es fácil encontrar el paralelismo con el humor gráfico: sus dibujos realizados en tinta sobre papel recuerdan ese género. Pero está claro que son otra cosa. “Porque yo no pretendo ser un humorista gráfico–aclara–. “Pero esos son los artistas que admiro.” Las obras cuestionadas por Espina y sus seguidores parecen, sin embargo, viñetas que podrían encontrar un lugar en alguna revista de humor corrosivo. En particular aquella en la que se ve a María y José en un pesebre en el que un televisor ocupa el lugar de la cuna, o ese Cristo en el madero de cuyas heridas sale agua con la que se bañan sus seguidores. Es difícil no pensar que en las páginas de cualquier ejemplar de Hortensia, una revista cordobesa contemporánea a Satiricón, deben haberse publicado trabajos más efectivos, bestiales e incluso blasfemos. “¡Pero por supuesto!”, acepta Barbieri, que aún está sorprendido por las reacciones que suscitó su muestra. De hecho, los dibujos cuestionados datan de 12 años atrás, y ya fueron expuestos en Córdoba. Por entonces, recuerda Barbieri, lo que molestó no fue su temática religiosa: “Me pidieron que sacase un dibujo que consideraban pornográfico: el de una pareja besándose, dentro de la silueta de un corazón formado por preservativos”.

El dibujo que desató la polémica, publicado el día de la muestra por el diario La Voz del Interior.Otro de los dibujos cuestionados. Como el anterior, había formado parte de la muestra Humores orgánicos (1995)

Los angelitos

Cuando se enfrasca en una meticulosa reconstrucción de los acontecimientos sucedidos el miércoles de la semana pasada, Alfonso Barbieri no deja de tener toda clase de dudas con respecto a la respuesta de las autoridades y los responsables de su muestra. Según cuentan todas las crónicas, todo comenzó con un llamado telefónico de Espina a la Municipalidad de Córdoba, amenazando con romper todo si no se descolgaba un cuadro que se iba exponer esa noche en el Centro Cultural España Córdoba. Espina se había enterado de la existencia de la muestra, y del cuadro que ofendía sus creencias, leyendo una nota que la anunciaba en el diario La Voz del Interior, ilustrada con la obra en cuestión. La amenaza de Espina se realizó al mediodía, pero recién a la tarde se enteraron los responsables del Centro Cultural. Fue entonces cuando su director, Daniel Salzano, llamó a Barbieri para proponerle descolgar la obra cuestionada. “Le respondí que no me iba a negar, para que no hubiese problemas. Pero que yo no iba a tomar esa decisión. Que lo hicieran ellos si querían, pero que para mí era censura previa. Y que eso iba a declarar ante la prensa.”

Alfonso lamentó que se hubiese repetido la censura previa sufrida doce años atrás por su beso supuestamente pornográfico, pero pensó que el suceso iba a quedar ahí. Claro que el problema no hacía más que comenzar. Una hora antes de la inauguración, cuando Barbieri llegó al Centro Cultural España Córdoba, detrás suyo ingresó Espina junto a unos allegados, pidiendo hablar con Salzano. “Lo reconocí porque lo había visto por televisión, en alguna de sus lamentables apariciones–explica Barbieri–. Y quiero suponer que a Salzano le sucedió lo mismo.” Luego de una charla en su oficina, Salzano llevó a Espina hacia la sala donde se llevaría a cabo la inauguración, con los cuadros colgados desde el día anterior, pero ya sin la obra cuestionada. “¡Le abrió la muestra antes de la inauguración!”, se escandaliza Barbieri. Allí, Espina pidió que se sacasen tres cuadros más que presumiblemente lo ofendían, si no–repitió la amenaza– “romperían todo”. Llegado este punto del relato, un narrador clásico diría que es entonces cuando los acontecimientos se precipitan. Le preguntan a Barbieri si es posible descolgar los cuadros, la respuesta es la misma que la primera vez, pero se privilegian las ganas de tener la fiesta en paz. Los cuadros se descuelgan. Espina y sus allegados siguen discutiendo. Se forma un piquete en la puerta del Centro Cultural que no deja que entre ni salga nadie. En vez de liberar la puerta, la policía forma un cordón separando a los manifestantes de quienes quieren concurrir a la muestra. Espina y sus allegados finalmente reingresan a la muestra, rompiendo todo a su paso.

Afuera, mientras tanto, los medios cordobeses registran el evento: con sólo poner el nombre de “Alfonso Barbieri”, se pueden ver los informes en la página de YouTube.com. Hay un cura de acento extranjero repitiendo que violentan sus creencias. Alguien muestra un libro de Barbieri, y se lo sacan de las manos y lo destrozan. La policía se lleva detenidos a Espina y su hermano, un supuesto abogado que exige ante las cámaras su derecho a la censura previa, y ambos serán liberados una hora después. Aparece ante las cámaras el padre de Barbieri diciendo que Alfonso les dice a todos que la muestra ya no existe, y les pide que se retiren así todo termina por esa noche. Un periodista se refiere a una de las obras cuestionadas y le pregunta al padre de Alfonso: “¿Qué significan para usted los angelitos orinando en el manto de la Virgen, artísticamente hablando?”. “Alfonso lo define como humor –responde el padre–. Se puede decir también que es una herejía, se puede entender como que es una fantasía. Pero yo creo que limitar de esta manera la capacidad de un artista es algo represivo.” En los noticieros del día siguiente, cuando se exhiben las coberturas realizadas la noche anterior, uno de los presentadores siente que debe aclarar algo: “No se trató de un acto de censura, no son las autoridades los que hicieron esto. Fue un grupo de piqueteros que impidió la realización de una muestra”. Sic.

Este dibujo ya había sido censurado en el ’95: fue el único que no se exhibió en Humores orgánicos, porque sus organizadores lo consideraron “pornográfico”

Arte con sangre

Repasando los hechos sucedidos una semana atrás ante una taza de té vacía hace rato, lo que Alfonso no puede entender es por qué el gobierno municipal, en vez de responder como debería haber hecho en un principio ante la amenaza telefónica–es decir, defender el derecho a la libre expresión, e incluso a la propiedad privada–, simplemente se limitó a transmitir el mensaje al Centro Cultural. Y luego no tomó todas las precauciones necesarias para que no sucediese ningún hecho violento. “Pero es verdad que el gobierno municipal de Juez tiene antecedentes de respuestas poco democráticas y confusas ante las manifestaciones artísticas”, dice Barbieri. Recuerda cuando Espina y sus acólitos se manifestaron contra una muestra dos años atrás, y el intendente, lejos de defenderla, no sólo la clausuró sino que también despidió a su responsable. Y también destaca que el año pasado, cuando un grupo de chicas que se dedicaban a pintar stenciles ecologistas en los tachos de basura fueron denunciadas por un vecino, Juez metió presas a las chicas y le entregó con pompa un diploma al vecino delator. “Por esas cosas es que la duda te queda–dice Barbieri sobre la responsabilidad del gobierno municipal en todo este entuerto–. Pero, en el mejor de los casos, hubo una ingenuidad criminal de su parte, que permitió que todo esto sucediese.”

¿Qué vas a hacer ahora?

–Quiero exponer los cuadros tal como quedaron después de la agresión, pero voy a tener que esperar a que me los devuelva la policía, ya que por ahora están retenidos como prueba del incidente...

¿No se salvó ninguno?

–Paradójicamente, se salvaron sólo los cuadros cuestionados. Porque los habíamos descolgado, aun con mis reservas, privilegiando que todo se desarrollase en paz. Pero fue imposible.

Pidieron primero que se descolgase un cuadro, después tres más, y aún así destruyeron todo...

–Fue una locura. Lo peor es que esta gente tiene a su cargo una escuela, la verdad que no sé qué es lo que enseñan. Como me doy cuenta de que un juicio penal no serviría de nada, ya que saldrían como salieron de la comisaría esa noche, porque sólo estuvieron una hora detenidos, decidí iniciarles un juicio civil: quiero que paguen por lo que hicieron. Pero no sé qué harán después de algo así, si quedan otra vez impunes. Porque lo que sigue es matar gente...

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