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Domingo, 13 de enero de 2002

“No me gusta leer sobre mí”

De desocupado notable a embajador en París. Así definió el propio Jorge Asís un tránsito que sólo encuentra sentido con el agregado de “Carlos Menem mediante”. En el medio, ensimismado en su periplo político-diplomático, sacó sus libros de circulación y anunció que se retiraba de la literatura. Anuncio que, hay que decirlo, no produjo demasiada conmoción. Pero siguió escribiendo y publicando. Ahora, con tres libros nuevos en un año y una reedición de sus obras, parece llegado el momento de dejar de lado por un rato al Asís “patético” o “revulsivo” (según el interlocutor) para conversar de Asís con el Asís escritor. “Hablar de mí me importa un pomo”, dirá después de una larga charla sobre exactamente eso.

Por CLAUDIO ZEIGER
“Esto que vos me estás haciendo hablar ahora no es nada nuevo. En un reportaje de Jorge Manzur en la revista Libre en 1983, me hacía hablar exactamente de lo mismo: de qué pasaba conmigo”, dice Jorge Asís. ¿Qué pasó con Asís en la literatura argentina? ¿Qué sigue pasando? Quizás hay que aceptar la hipótesis de una limitada imaginación periodística que hace que aunque pasen los años y los libros del Turco, las preguntas sigan invariables. O, más aún, la hipótesis de un morbo periodístico por hurgar en el pensamiento de quien fuera calificado alguna vez de “ideólogo de la barbarie”: lúcido, cultor de una imagen cínica y lleno de frases que en letras de molde lucen impactantes.
El “caso Asís I”: uno de los grandes best sellers bajo la dictadura con Flores robadas en los jardines de Quilmes, fue cuestionado por derecha y por izquierda, llegó a vender 200 mil ejemplares y levantó una polvareda de discusiones (habría que recordar que este libro, que revisaba la militancia de izquierda de los 70 de forma picaresca e impiadosa, fue interpretado básicamente de dos maneras: por un lado, como el primer libro que, bajo la censura, venía a hablar abiertamente de estos temas y, de yapa, con mucho sexo explícito; por el otro, esta misma idea positiva fue tomada para decir que la dictadura lo dejó correr porque contenía un discurso funcional a ella). El “caso Asís II”: el escritor que cuando aún resonaban los ecos de esa novela polémica, se despachó con otra novela en clave sobre la vida interna del diario Clarín (Diario de la Argentina), que vino a complicar definitivamente su relación con los medios y la vida en general. “En 1984, podrido, harto, publico el Diario de la Argentina como una manera de poner toda la carne al asador, y a partir de entonces es como que ese libro legitima todo lo anterior: ¿Viste, te dije que con éste no se puede ir a ninguna parte?”, dice ahora Asís, como quien finalmente arriba a una conclusión definitiva acerca de lo que le pasó. Pero eso no es todo.
En 1984 todavía quedaba mucha agua por correr bajo el puente en la construcción del personaje que Asís ha ido cultivando por adentro y por afuera de sus libros y que, para utilizar una de sus caracterizaciones, lo llevarían de ser un desocupado notable a embajador en París, acercamiento a Carlos Menem mediante. Todo había comenzado con la interna del justicialismo que en 1988 catapultó a Menem a la presidencia después de aplastar a Antonio Cafiero. Asís había conocido a Menem mucho antes, en el caliente año de 1973, durante una estadía en La Rioja a donde había ido a filmar una película de Nicolás Sarquis (y donde se convirtió en actor por la deserción de un verdadero actor). En los años ‘90, firme junto a Menem, Asís completaría su viaje iniciático a París, amén de su breve gestión al frente de la Secretaría de Cultura en 1994 y finalmente, en 1997, como embajador en Portugal.
En un momento dado, harto de todo, según declaró, Asís retiró todos sus libros de circulación y anunció que se retiraba de la literatura, actitud que fue deponiendo de a poco y que finalmente dejó del todo cuando en el 2000 publicó tres nuevos títulos (Del Flore al Montparnasse, Lesca el fascista irreductible y Excelencias de la nada). Ahora, autorizó la reedición de sus libros (que Sudamericana lanza al ruedo este verano), comenzando por Don Abdel Zalim, el burlador de Domínico (su primera novela, publicada en 1972 y cuyo protagonista es su padre) y nada más ni nada menos que Flores robadas en los jardines de Quilmes. Así que, inevitablemente, es una buena oportunidad para volver a hacerle esas preguntas que ya le hacían en 1983. Empezando por la primera, claro: ¿qué pasó con Asís?
“Hay una acumulación de factores. Cuando es el tema de Menem ya vengo condenado de antemano. Cuando llego a Menem estoy harto de la literatura, del mundo cultural, y había decidido retirar mi obra de circulación. En 1989, cuando se dio la campaña electoral, yo ya había publicado 17 libros. Quiero decir: mi vida no empieza en 1989. En los años 80 había publicado El cineasta y la partera (y el sociólogo marxista que murió de amor), que no tuvo ningún comentario. Y no estaba al lado de Menem. Hay un hecho que me parece que legitimó toda la presencia conflictiva mía anterior, que es mi novela Diario de la Argentina. Cuando la escribo y la publico es porque también estaba harto y me importaban un pomo todos esos cuestionamientos que venían a partir de Flores robadas en los jardines de Quilmes. Siempre conviví con una especie de ostracismo en el medio cultural, casi desde el comienzo, desde que se publicó La manifestación. En ese momento tenía 24 años, y así como había gente del Partido Comunista que me tomaba como el gran escritor combativo de los 70 y me invitaban a hablar con los obreros, desde Córdoba llegaba un pedido de expulsión porque decían que era un agente de la CIA”.
A esta altura de los acontecimientos, ya lanzado definitivamente al autoanálisis, Asís plantea que, por sobre todas las cosas, no quiere aparecer quejándose. Y pone como argumento su futuro de escritor.
“La verdad es que no me gusta tener que andar dando explicaciones ni leyendo sobre mí porque yo no soy un tipo que soy pasado, ¿entendés? Entre la notebook que tengo en Córdoba y lo que tengo aquí en Buenos Aires tengo dieciocho archivos con historias nuevas. No soy un escritor al que venís a visitar y te pongo a leer la corrección de un cuento que escribí en el ‘88. Tengo muchos proyectos.”

MANOS A LA OBRA
Si bien una entrevista no suele ser una buena ocasión para ejercer la crítica, uno se puede tomar una licencia y apuntar algunas cosas: con treinta libros en la calle es un poco difícil pedir que la obra de Asís sea absolutamente pareja. No lo es, claro. Cuando uno se enfrenta a dos de sus últimos libros, como Del Flore al Montparnasse y Lesca, el fascista irreductible, tiene la impresión de estar frente a dos escritores diferentes. En el primero, la gozosa recuperación de la picaresca a través de ese alter ego que cultivó Asís con los años, Rodolfo Zalim, y que lo muestran en excelente forma narrativa. Lesca, texto más ríspido, es bastante insólito por la sola elección de hundir las narices en el fascismo criollo. Excelencias de la nada viene a repetir la novela en clave que tantos problemas le trajo, esta vez en el ámbito de la diplomacia. Quizás, las claves están un poco lejos, pero marca ciertas predilecciones del autor en materia literaria: alegorías, mensajes cifrados, conspiraciones alrededor del poder. Al margen de que se lo haya ninguneado (término tan caro a las encarnizadas luchas literarias de antaño) Asís reaparece con muchos libros nuevos y, a decir verdad, desde algunas declaraciones de Josefina Ludmer (crítica literaria top), un par de libros sobre su obra que ya circulan o pronto van a hacerlo y algunos debates alrededor de su obra como el que organizó la revista El Ojo Mocho, hay señales claras de que su marginalidad está en plan de revisión.
“Mi obra la divido contemplando la cuestión institucional de la Argentina”, dice por su parte Asís. “Hay una primera parte que se acaba en 1976. Hay otra parte de mi obra que se acaba en 1983. Después viene la literatura de 1983 a 1989 y después la de 1989 hasta ahora. Cuando empecé a escribir era un torbellino, una cosa vertiginosa, el deseo de escribir la Gran Novela, la novela río. De ese proyecto trunco surgieron tres libros: La manifestación, Don Abdel Zalim, La familia tipo. Después vino Los reventados, que escribí en cinco meses, casi en estado de gracia, como un escritor profesional. Fue el que me costó menos tiempo porque coexistía con los personajes. Tenía unos amigos que para el 20 de junio de 1973 querían hacer dinero con la vuelta de Perón. Para mí se trataba de seguir la historia de ellos, que terminé de escribir en noviembre del ’73. Al año siguiente salió primera mención en Casa de las Américas. Si querés, el hecho de estar yo en el espacio de la izquierda, con toda la cuestión cubana, me volvía un tipo casi rescatable. Después publico Fe de ratas, en 1976, un libro frontera ya con el golpe militar. Después del golpe militar cambió radicalmente mi vida y me fui a trabajar a Clarín. En mi propia literatura conté un poco esa época. Era el Clarín de los años del Proceso. Hay un hecho clave. En 1977, el suplemento cultural de Clarín estaba por hacer un trabajo a propósito de la Feria del Libro, y querían una visión de un escritor mayor y uno joven. Todavía vivía Elías Castelnuovo, y para joven, dijeron, está Asís. Pero alguien, que yo sé quién es, dijo: ése se acabó en el ‘76. Y tenía razón: yo en ese momento estaba acabado. Yo ya era el cronista de Clarín, Oberdán Rocamora. Asís estaba en el desván. Me había olvidado de mí mismo. Yo llamaba por teléfono y me presentaba como Rocamora de Clarín. Pero mientras tanto, escribía. Es muy difícil que se entienda desde un espacio digno, pero para mí esos años del Proceso, desde el punto de vista literario, fueron la libertad. Escribía mis aguafuertes de Rocamora y después tenía gran parte del día que me dedicaba a escribir. Tenía un departamentito del Once o directamente en el diario, a la hora de la Siberia, a la mañana, iba a escribir mi novela con la libertad de aquel tipo que sabe que todo lo que escribe no lo espera nadie.”
Ahora que se acaba de reeditar, es una buena ocasión de recordar un poco las circunstancias en las que escribió y publicó Flores robadas.
– 1978 es el año en que yo termino Flores robadas, y así como la termino, queda ahí. Se sabía que yo tenía una novela. No te voy a decir qué editoriales rechazaron la novela porque la rebotaron todas. Y todas sabían que existía la novela. Algunos editores me preguntaban: ¿Tiene algo que ver con la realidad?, porque esos eran los códigos. Se publicó finalmente gracias a Beatriz Guido y Jorge Lafforgue en Editorial Losada. Lafforgue te lo puede contar: me la publican porque estaban en deuda conmigo; en un momento habían querido publicarme y no pudo ser. Se pensó en hacer una edición de tres mil ejemplares. Hugo Levín, de Galerna, astuto, se enteró y se dio cuenta de que eso podía ser un éxito. Compró mil ejemplares en firme para su distribuidora. La edición de tres mil pasó a ser de cinco mil, y luego se convirtió en lo que fue en cuanto a la venta masiva.
¿Por qué cree que el libro impactó en el público de la manera en que lo hizo?
–Porque es un libro de ruptura, como poco después, y de otra manera, fue Respiración artificial de Ricardo Piglia. Flores... es el libro que empieza a contar la historia de esos años y se habla del pasado de otro modo, donde se vuelve a coger en la literatura argentina. La primera crítica salió en el diario Convicción y decía que la novela de Asís “irrumpía con violencia en un contexto vacilante”. En realidad, el contexto vacilante agravaba la supuesta violencia del libro. ¡Quilmes! Esto nadie lo va a reconocer, pero a partir de poner Quilmes en el título empiezan a aparecer obras sobre Lanús, Liniers y otros barrios, pero como yo ya no soy un intelectual citable, nadie va a decir que aparecieron porque primero apareció Quilmes como una influencia, ¿verdad?

EL ACOSTADO
El gran hito que le siguió a las flores robadas tuvo que ver con el gran diario argentino, generando una nueva faceta alrededor de su personaje: la del acostado. “A partir de Diario de la Argentina se legitimó el ninguneo. Yo lo escribo quizás consciente de que se podía tratar de un suicidio literario, pero no me importaba porque estaba soberbio e irresponsable. El efecto fue que el silencio anterior ahora se le atribuía a Clarín. ¡Y no era por Clarín! En realidad, lo de Clarín fue una torpeza de los radicales, del alfonsinismo, porque temían que si yo aparecía en algún lado, por ejemplo en los canales de televisión, quedara como un ataque al multimedio. Pero lo que creo que es una necedad es que todavía hoy se considere que si yo aparezco en tal o cual espacio eso pueda ser tomado como un agravio al multimedio. En mis años del exterior esto estaba muy presente. Yo podía caer muy bien y resultar muy simpático, y todos tenían un conocido argentino que les contaba todo acerca de mi problema con Clarín. Un nórdico, un asiático o un inglés iba a tener más curiosidad en mí, porque era un caso bastante particular.”
¿No le gusta alimentar el mito del desocupado-acostado que se convierte en embajador en París?
–Todos los cambios de mi vida fueron mágicos. Yo me iba de la Argentina en 1976, y tal como cuento en Diario de la Argentina, me iba a despedir de Fernando Sánchez Sorondo en la editorial Sudamericana, y se entera Marcos Cytrynblum, uno de los popes del diario, que está Jorge Asís afuera, él estaba reunido, sale y se me echa encima con una supuesta admiración, y en una semana era Oberdán Rocamora. Los cambios siempre fueron muy abruptos. Siempre tuve una gran capacidad de adaptación. Decir que pasé de desocupado a embajador es una frase hasta ingeniosa y una síntesis. En realidad empezó antes. La interna Menem-Cafiero fue en 1988. Fue una épica apasionante en la que aprendí muchísimo de política activa. A partir de allí cambia mi situación. Empiezan a creer que yo era una especie de ideólogo; en la revista El Periodista me habían catalogado como “el ideólogo de la barbarie”, algo que la verdad me gustaba mucho. Pero yo no salía de la nada, y además cabe decir que en mí la política había sido anterior a la literatura.
Usted habla de la aparición épica de Menem, pero en la realidad la epopeya se acabó bastante pronto.
–Para ese punto sugiero que leas La línea Hamlet, que es una alegoría bastante clara sobre la lucha del poder, donde hay un personaje, Bellow... la alegoría era tan notoria, tan obvia te diría, con unos personajes que eran supuestamente unos norteamericanos. El libro se publicó en 1995 y a nadie le interesó comentarlo. Allí está todo contado. Pero aparte de eso, el tema Menem era para mí un desafío intelectual. Yo sentía cierta solidaridad básica por alguien que era atacado por la derecha, por la izquierda, por la ética, por la estética. No pretendo hacer una interpretación psicoanalítica, pero en realidad era como que los enemigos eran los mismos. Yo cuestionaba a los descalificadores, tan acotados, tan prejuiciosos. De pronto era un desafío intelectual encarar alguna defensa que a priori podía parecer perdida.
EL QUE SE MUERE PIERDE
Vamos redondeando: “Seguir hablando de mí me importa un pomo”, dice Asís sobre el final. “Si el caso no se cierra, ya no es un tema mío. Hay manejos del poder que pasan por suplementos literarios, por manejos universitarios. No es mi espacio. No soy un escritor de escritores. A los 27 años tenía cuatro obras, a los 30 me creía un escritor del pasado. Yo no quiero hablar más de esto. Yo escribo por razones orgánicas: soy mejor tipo cuando escribo. No puedo estar pensando en por qué no estoy. Me identifico plenamente con lo que decía Truman Capote con respecto a escribir sobre los espacios por los que uno ha pasado: ¿Qué pensaban: que estaban con un imbécil? En Clarín todos sabían que estaba escribiendo sobre ellos porque hasta los llamaba por el nombre que iban a tener en mi novela. También me pasó con la diplomacia: ¿No sabían que estaban con un escritor? ¿Se quejan todavía?”.
La idea de Asís como una isla rocosa y solitaria en la literatura nacional es, quizás, otra de las obviedades que habría que empezar a revisar. Él mismo reconoce una estirpe de escritores estilísticamente variados pero con un denominador común: haber ejercido la literatura en momentos en que las novelas argentinas causaban más estruendo social cuando aparecían en el horizonte.
“¿Sabés lo que era escribir en la Argentina con la presencia de Borges siempre gravitando, Bioy un poco más distante, un Manucho, gran escritor? No hay en Francia un escritor más proustiano que Mujica Lainez. Y las damas, el trío: Silvina Bullrich, Beatriz Guido, Martha Lynch. Cada aparición de una de sus obras era un acontecimiento social. Treinta años publicando libros me hizo conocer unos tipos y tipas que eran siderales. Era otro el espacio que ocupaba la literatura. Después se opacó. La literatura se volvió algo de circuito cerrado, de tipos que se autoelogian, y cualquiera que trasciende es para la decapitación. Yo vengo de otra cosa. Me acuerdo de que antes de ser un escritor édito, Abelardo Castillo me permitía escuchar las reuniones de El escarabajo de Oro que se hacían los viernes en el Tortoni, todos jovencícimos, hasta Carlos Grosso, el licenciado en literatura especialista en Marechal, Vicente Battista un pibe, Humberto Costantini, un lugar ligado también a la izquierda, el Viñas que me parecía apasionante, uno de los escritores que más rescato junto a retazos de otros, como Fogwill, del que estaba más cercano en sus primeros libros. Quizás yo no tengo los espacios de conversación con los escritores que tenía antes, pero no quiero tener que hablar más de los problemas de la no aceptación. Y no pienso morirme. Acá el que se muere pierde. Ya nadie más lee a Manucho. A Manuel Puig se lo homenajea mucho pero ya no se lo lee tanto. Incluso Borges, sin su presencia, queda relegado a ciertos círculos. El suicidio no está en mis planes. Ni dejar de escribir.”

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