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Domingo, 14 de febrero de 2010

FENóMENOS > GABOURNEY SIDIBE Y PRECIOUS

La vida es bella

La adaptación de Push, la implacable novela de la poeta y narradora norteamericana Sapphire, provoca las reacciones más dispares. Por un lado, quienes consideran a Precious pura explotación y miserabilismo, un grotesco diseñado para estigmatizar a la comunidad negra. Por el otro, quienes la consideran una historia poderosa, no sólo digna de ser contada sino valiente, sin naturalismo, pero con mucha verdad. Ambos bandos, sin embargo, reconocen la magnífica actuación de la debutante Gabourney Sidibe, una mujer con una presencia tan poderosa y real que es capaz de iluminar los rincones más oscuros de una película brutal.

 Por Martín Pérez

“¿Por qué yo?” Eso es lo único que escribe Precious en una hoja que, después de esa pregunta, deja completamente en blanco. Acaba de enterarse de un drama más en su vida, después de haber sido violada repetidas veces por su padre, abusada y golpeada por su madre, y expulsada de la escuela, justamente por haber quedado embarazada por segunda vez. Precious se llama en realidad Clareece Precious Jones, tiene diecisiete años y es madre de una niña Down a la que casi no puede ver. Con un sobrepeso abusivo y dificultad de aprendizaje, durante toda su vida no ha hecho más que recibir golpes y burlas atrapada en su pobreza, pero su historia es también la de alguien que encuentra la forma de ir saliendo de esas miserias por su propia fuerza de voluntad, y por la existencia de personas decididas a ayudarla. Pero una nueva tragedia la golpea, y apenas si alcanza a dejar escrita esa pregunta sin respuesta en una de esas páginas del cuaderno que, en su nueva escuela, la han ido alentando para que llene contando lo que le venga a la mente. Y si algo está claro a esa altura del relato es que la razón por la que todo eso le pasa a Precious es porque sólo así es posible contarlo. Porque la película que cuenta su historia es digna de verse sólo por la existencia de semejante personaje, dueña de una voz propia –que cada vez que emerge, casi directamente de la novela Push en la que está basada, la película se ilumina– y con una presencia casi mágica en la figura de Gabourney Sidibe, una actriz debutante cuya única preocupación, poco más de un año antes de estar nominada al Oscar por su labor protagónica en Precious, era prepararse para sus exámenes universitarios. “Yo no soy Precious”, ha dicho en más de una entrevista esta joven educada y sonriente, con diez años más que el personaje que encarna. “Pero puedo decir que si pude encarnarla naturalmente es porque la conozco. La he visto en mi familia, la vi en mis amigos, he vivido al lado de ella”, explica Gabourney, un nombre senegalés, que ella ha reducido a Gabby, un cambio que –cuenta– le salvó la vida. No le sucede lo mismo a Clareece al hacerse llamar Precious. Sino que parece una crueldad más dentro de todas las que sufre en una vida de película, que Gabourney redime con su mera presencia, permitiendo así que su historia –que, seguramente, es la de muchos en la misma situación– se pueda recorrer sin la piedad autocomplaciente del cine seudo-testimonial, sino con un desparpajo que por momentos es anticlimático y burdo, pero que también le da vida tanto a su actriz como a la película, de la que nunca se sabe muy bien qué pensar como espectador, pero cuya dinámica fluye, y termina resultando liberadora.

La miseria de los negros

Una de las críticas que más recuerda Sapphire, autora de Push, es la que le realizaron en una mesa redonda a poco de haber salido a la venta su libro. Fue una militante la que le dijo que, en realidad, si el libro había tenido éxito, era porque los blancos le pagaban para que escribiese sobre la miseria de los negros. Considerada como una mezcla entre El guardián entre el centeno y El color púrpura –así la reseñaron en el New York Times–, la narradora en primera persona de Push cuenta una historia aún más terrible que la que presenta Precious, su adaptación cinematográfica. Pero Sapphire sabía qué era lo que estaba contando en su novela, por qué esa voz debía escucharse. Y siempre tuvo bien en claro a lo que se referían las críticas más bestiales contra su libro, razón por la cual se negó una y otra vez a vender sus derechos para adaptarlo al cine. No quería que la voz de su novela terminase resumida en una sucesión de estereotipos sobre su gente, dos de los cuales exhibe claramente la adaptación de Lee Daniels: la gorda con su pollo frito, y la claridad de la piel de la profesora que ayuda a Precious, justamente la buena de la película. Pero lo que tranquiliza a Sapphire es que ha pasado mucha agua bajo el puente desde la publicación de la novela y que en la actualidad, con Obama en la Casa Blanca, hay toda clase de familias negras en los medios. “Así que estamos lo suficientemente seguros como para mostrar una situación enferma con el deseo de que se pueda ver algo que necesita ser curado, en vez de tener que ocultarlo de la vista del resto de la gente”, declaró la autora en una entrevista reciente, tratando de escapar a la polémica que ha despertado la película, que sólo logró estrenarse comercialmente gracias al apoyo que le han dado dos grandes figuras del espectáculo afronorteamericanas, como Oprah Winfrey –que apoyó en su momento a Sapphire con Push– y el productor cinematográfico Tyler Perry. Antes de la llamada de Oprah, que Daniels recibió justo cuando ganaba uno de los tres premios que la película recibió en Sundance, nadie quería saber nada con Precious. Un año más tarde, se estrenó con todo éxito y terminó acaparando seis nominaciones al Oscar.

Dos mujeres

Hay una escena en Precious que representa todo lo que es y lo que no es como película. En ella, madre e hija están sentadas ante la televisión. Están mirando una película italiana con subtítulos. Pero cuando Precious, que debe soportar los insultos denigrantes de su madre mientras come, se sienta a ver la película, lo que ve no es a Sofía Loren, sino a ella y su madre, en la pantalla. En blanco y negro y con subtítulos, su madre la insulta en italiano mientras ella come en silencio. A pesar de que su historia es bestialmente realista, Precious no pretende ser realista en la forma en que está filmada. No hay naturalismo ni en uno de sus fotogramas, sino todo lo contrario. “Daniels cultiva una estética que es más grotesca que artística, algunas veces incluso grotescamente artística, y rara vez la entrega con otra cosa que no sea la delicadeza de un martillo neumático”, escribió Scott Foundas en el semanario Village Voice. “Pero todo lo que le falta como realizador, lo redime en su entrega para poner las vidas de estas mujeres abusadas y vencidas en la pantalla con candor y sin sentimentalismos”, agrega Foundas, que afirma sagazmente que si la novela original tenía como referencia a El color púrpura, su adaptación cinematográfica es algo así como un correctivo a la película de Spielberg. Lejos de aquella corrección política cinematográfica, Daniels no tiene culpas que lavar sino una historia que contar, y se nota que hace lo posible por hacerla. Conocido por su casting creativo –no en vano se cita como referencia su trabajo en Monster’s Ball, que le valió un Oscar a Halle Berry–, Daniels tiene a Lenny Kravitz haciendo de enfermero, a Mariah Carey de asistente social. Y a una comediante como Mo’Nique en el papel más delicado de todos, el de la bestial madre de Precious. Película de mujeres negras ante el mundo, Precious brilla cada vez que aparece esa voz. Y ese rostro. El de Gabourney Sibide, Gabby. Porque el cine siempre es mucho más que la suma de sus partes, y es en su mugre, en sus deficiencias, donde Precious encuentra una credibilidad que permite que su historia se desarrolle y su mundo cobre vida. No es una película hecha para dejar tranquilos a sus espectadores, sino para contar una historia. Y la suya es una de esas historias que merecen ser contadas. O al menos una de esas voces que tienen que ser escuchadas.

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