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Domingo, 25 de julio de 2010

PERSONAJES > SALMA HAYEK LO HACE OTRA VEZ

Salma mía

 Por Mariano Kairuz

Los protagonistas de Son como niños, la última película de Adam Sandler y varios de sus compañeros generacionales, están mentalmente oxidados. Habiendo pasado los 40, reunidos durante un fin de semana, se esfuerzan bastante en vano por recuperar algo de la gracia y la espontaneidad que los unía cuando eran chicos. Puede que al personaje de Salma Hayek (que interpreta a la esposa de Sandler, una diseñadora de alta costura cuyos modelitos se estrenan en Milán) le pase lo mismo, pero... ¡qué lomo! A los 43, casi 44, la actriz mexicana más conocida del mundo, lo tiene, lo sabe, lo explota. Siempre lo hizo, siempre supo hacer de ese escote desbordado un artefacto explosivo, y siempre fue algo más: un encanto natural, una personalidad arrolladora. Pero acá es más notable: ésta es una película sobre cómo los años nos pasan por arriba –e, involuntariamente, sobre cómo les pasan por arriba también a los comediantes que la protagonizan– y a aquella chica que ingresó a Hollywood 15 años atrás usando su cuerpo como arma todavía le quedan varios cartuchos en el cargador.

Ya lo había demostrado unos pocos años atrás, a los 39, en ese desnudo inesperado entre el frío y la espuma de las olas, en aquella cosa un poco vergonzante que fue la adaptación de Pregúntale al viento, novela de John Fante, protagónico de Colin Farrell. Un papel –de mesera mexicana en Los Angeles en los años ‘30– que ella ya había rechazado una década antes para no quedar pegada al estereotipo latino en un cine al que todavía le estaba costando más que ahora incorporar estrellas que hablaran castellano. Ese desnudo, como ahora, como cada ocasión en que vuelve a exhibir la contundencia sinuosa como la S de Salma de su cuerpo, nos reenvía a una escena, a esa escena, a aquella vez que reventó la pantalla.

El año era 1996; la película, por supuesto, Del crepúsculo al amanecer; y su director, Robert Rodríguez. “Y ahora, para su placer visual, la amante de lo macabro, el epítome del mal, la mujer más siniestra que jamás haya danzado sobre la faz de esta tierra. ¡Arrodíllense a los pies de Santánico Pandemonium!”, la presentaba el feo de Danny Trejo, y quién se olvida: la silueta hipnótica que se recorta sobre las luces rojas del Titty Twister de mala muerte en medio del desierto, su avance serpenteante sobre la pasarela vestida con poco más que plumas, bikini violeta y esa serpiente amarilla, hasta incrustar su pie en la boca de un joven e impávido Tarantino, dándole de beber de la catarata alcohólica que baja por su pierna, y que ella misma se lame justo después contorsionándose como un animal salvaje. Rodríguez le había dado su primera gran oportunidad, como coprotagonista de Antonio Banderas en Desperado, tras verla en un talk show hispano de la televisión norteamericana en el que ella contaba lo difícil que se le estaba haciendo encontrar trabajo en Los Angeles. Por primera vez en su vida, decía en el programa, supo lo que era pasar hambre. Justo ella, la hija consentida de una cantante de ópera mexicana y de un rico petrolero libanés, que había vivido parte de su infancia en una escuela de Nueva Orleans y había llegado a conocer la fama nacional en su país gracias a la telenovela Teresa. Rodríguez quedó hipnotizado por su actitud, la vio imparable, y así la filmó. Si la carrera de Salma Hayek se hubiera reducido a esa escena de vampiresa, puf, hubiera alcanzado para convertirla en un personaje de culto, su metro 57 de estatura estirado a proporciones sobrenaturales.

Pero no: Salma trabajó duro para generar las oportunidades que la industria no le daba, se convirtió en productora (estuvo detrás de la exitosa versión norteamericana de Betty la Fea y ya compró los derechos de otras dos telenovelas latinas) y consiguió llevar al cine una imaginativa biografía de Frida Kahlo, con la ayuda de Edward Norton (su novio de entonces) en el guión, la dirección de Julie Taymor y ella en el papel principal, renguera, ceja única, bigote y todo. Fue su momento de gloria ante la Academia, que la nominó a un Oscar, convirtiéndola en una de las pocas latinas de su generación en recibir esa distinción. Y en una de las únicas estrellas latinas de verdad en Hollywood, porque, todo bien con Jennifer López, dice, “su éxito es muy importante porque representa una cultura diferente, pero ni siquiera tiene acento; creció en Nueva York hablando inglés, no español”.

Ahora, 14 años después de Santánico Pandemonium, Salma es la hermosa mujer barbuda del circo en la película Cirque du Freak: el asistente de vampiro. Testamento de su gracia y de una actitud frente a la industria en la que, dice, “todavía estoy esperando conocer a un tipo que tenga más pelotas que yo”.

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