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Domingo, 7 de agosto de 2011

TELEVISIóN > JUSTIFIED TEMPORADA 2: RAYLAN GIVENS SIGUE EN PIE Y EN PANTALLA

El brazo largo de la ley

El año pasado llegó la primera temporada de este marshall americano que es devuelto a su pueblo como castigo, y debe enfrentar todo lo que pensó había dejado atrás para siempre. Por suerte, no se convirtió en una de esas series buenísimas que no llegan a la segunda temporada. Mañana a la noche, Raylan Givens, un héroe de la mejor estirpe, vuelve a aplicar la ley en las calles de Lexington.

 Por Guillermo Piro

No debe haber nada más difícil de inventar que un héroe. Hay casi tantos héroes como nubes, y hay casi tantas nubes como dioses, de donde se deduce que héroes y dioses se disputan el número. A veces el número de dioses crece y a veces crece el de héroes. Hay héroes de todos los tipos, de todos los colores y de todos los tamaños. Hay héroes blandos y tiernos, rubios y morochos, cretinos y admirables. Hay héroes duros, pero es notable la carestía de héroes duros y rubios. Pensemos un poco: Paul Newman, Nick Nolte, Steve McQueen, Lee Marvin. Eso es todo. Los rubios son blandos, digan lo que digan de Robert Redford, James Dean o Clint Eastwood. Un nuevo rubio ha llegado a la troupe de los duros: Timothy Olyphant.

No hacía falta ver Justified para saber eso, ya lo habíamos comprendido viendo Deadwood, e incluso un poco antes, haciendo del malo malísimo de Duro de matar 4.0. Pero aquí parece haber conseguido cierta, digamos, expansión de sus capacidades.

Hay varias razones que hacen que Justified sea, en varios aspectos, una de las mejores series que pueden verse hoy día. La serie está concebida a partir de las características de un personaje secundario esbozadas por un escritor. Uno de esos personajes que aparecen en las novelas cuando no quedan recursos, esas salidas de circunstancias que pueden consistir en que aparezca un oso en el medio de la trama o que de pronto, sin que se sepa muy bien cómo, aparezca una mano sosteniendo un revólver. Los lectores de Elmore Leonard tenían una vaga idea de un personaje llamado Raylan Givens que aparecía en el capítulo 4 de Pronto, una novela de 1993. Harry Arno, director de un negocio de apuestas clandestinas, está metido en un lío que requiere ser vigilado y protegido. Al entrar al edificio donde vive divisa en el vestíbulo a un marshal sentado, leyendo el diario, intentando parecer una persona normal. El agente lleva un sombrero de vaquero. No de esos que usan las estrellas del country, sino uno más pequeño, como esos Stetson que llevaban los policías cuando Jack Ruby mató a Lee Harvey Oswald. Con traje azul oscuro y corbata, es de esos tipos que parecen campesinos, flaco y curtido. No pasa los cuarenta años. Y lleva botas texanas, marrones, con adornos de alas color marfil. Ese es el retrato de un héroe de nuestro tiempo.

El Cuerpo de Marshals de Estados Unidos (United States Marshals Service) es la institución encargada de la ejecución de las órdenes impartidas por las cortes federales. En un sentido amplio garantiza el funcionamiento del sistema de justicia. A través del tiempo, los marshals fueron requeridos por el gobierno estadounidense para tomar a su cargo diversos eventos históricos. A diferencia de las Fuerzas Armadas, fueron considerados el poder civil de las autoridades gubernamentales y una organización local con regulación federal. Es la institución más antigua de los Estados Unidos, encargada de ejecutar las provisiones legales emanadas de una autoridad gubernamental. Nació a raíz de una ley emitida por George Washington el 24 de septiembre de 1789 conocida como Judiciary Act. A través de los años, los agentes se encargaron de hacer funcionar adecuadamente las cortes federales: desde mantener los jarrones llenos con agua hasta perseguir prófugos, asegurar la presencia de testigos o ejecutar las órdenes de sentencias de muerte. Los marshals tuvieron protagonismo en la era de prohibición del alcohol, en los años ‘20 y en la década del ‘60 fueron actores privilegiados en los altercados ocasionados por la lucha de los derechos civiles, especialmente en la protección de menores afroamericanos que trataban de ingresar en las escuelas (a propósito, ¿recuerdan el cuadro The problem we all live with, de Norman Rockwell?).

Toda esa data no es inútil, ayudará mucho a comprender por qué Raylan Givens se ocupa de tareas tan disímiles. Pero eso estará lejos de comprender a Raylan Givens. Porque lo que hace que sea difícil de comprender a Raylan Givens es su ambigüedad moral. Y eso es lo que lo hace un héroe de nuestro tiempo. Porque si hay algo que somos los que no somos héroes, es moralmente ambiguos.

Los dos primeros minutos de la primera temporada (tal vez los dos primeros minutos más dramáticos de cualquier serie hecha hasta ahora) dejaron en claro varias cosas de Raylan Givens, a saber: es discreto, reticente, reservado y un poco taciturno; tiene cierta tendencia a la melancolía, pero deja que fluya, como cuando una bandada de pájaros pasa delante de nuestro campo de visión; no olvida; si saca el arma es para dispararla, si quiere amedrentar o amenazar recurre a su voz y sus palabras y, en el peor de los casos, a los puños; y siempre que mata tiene una justificación.

Su historia comenzó en la terraza de un hotel de la soleada Miami, donde a plena luz del día se cargó a un gangster a quien se la tenía jurada. Como castigo es devuelto a su ciudad natal, Lexington, la capital del caballo, en el condado de Harlan, en el corazón de Kentucky, al sur del país, donde vuelve a encontrarse con viejos amigos y enemigos (en realidad más enemigos que amigos), un padre, una ex mujer... cosas así, que uno cree haber dejado atrás para no volver a ver nunca más. Y enemigos que se vuelven circunstancialmente amigos, y ex mujeres que pasan a ser novias, y amantes que terminan enamoradas de los amigos enemigos. Padres a los que es necesario esposar y llevar a la cárcel y mafiosos sin ningún parentesco a los que hay que sacarse de encima. Es como la vida.

Raylan sufre de muchas cosas, pero la serie se edifica sobre su incapacidad para mentir. Cuando le avisa a un reo encaramado detrás de una mesa con una rehén a la que le apunta a la cabeza con una pistola que el hombre que está detrás de él cuidándole la espalda es Tim Gutterson, un francotirador que acaba de volver de Afganistán, no miente. Raylan se baja del auto porque sospecha que otro lo está siguiendo, se acerca a la ventanilla y pausadamente le habla al conductor con palabras que, más o menos, dicen esto: “Sospecho que me está siguiendo, así que en la próxima esquina voy a doblar a la derecha. Si usted dobla a la derecha también, voy a tener la certeza de que es así, y entonces no voy a bajarme del auto para conversar”, y en esos momentos uno tiene la certeza de que está hablando en serio.

En la segunda temporada de Justified, que emitirá Space a las 21 a partir de mañana, Raylan llega a una conclusión inesperada, que como toda conclusión inesperada lleva a una promesa que es difícil de cumplir: no va a matar a nadie más sólo para evitar el papeleo que viene después del tiroteo. En los nuevos episodios, los Crowder dejaron de ser la principal amenaza para la tranquilidad del condado de Harlan, y como nuevos enemigos aparecen los Bennet, una familia enfrentada desde tiempos inmemoriales con los Givens, compuesta por una madre y respetada cabecilla con aires de Pepita la Pistolera, Maggs Bennet, y sus tres hijos: Doyle, Dickie y Coover. Los Bennet son reconocidos productores locales de marihuana y, además de dirigir la tienda de comestibles, Maggs elabora un licor al que llama “tarta de manzana” que comparte con mucha alegría y con el que pone a dormir para siempre a quien resulta indeseable.

No importa lo que Raylan se proponga, tarde o temprano terminará llenando papeles.

Mañana lunes a las 21.00 empieza por Space la segunda temporada de Justified. A partir de las 13.00, el canal programó un Especial Western como para ir calentando motores: Tombstone, Una misión de justicia (Missionary Man), Perseguidos por el pasado (Seraphym Falls) y Conspiracy.

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