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Domingo, 4 de septiembre de 2011

Padre nuestro, por qué me has abandonado

Cómico hasta lo hilarante, ácido por desencanto y leve pero no superfluo en la intimidad más dolorosa, Nanni Moretti ha venido expresando en su cine su rabiosa desilusión con la izquierda italiana. Ahora, después de esa pequeña joya del sufrimiento de cámara como La habitación del hijo y la polémica película sobre Berlusconi El caimán, se traslada al otro gran centro de poder de su país: el Vaticano. Pero lejos de la gracia previsible al enfrentar un psicoanalista y un Papa que no quiere asumir, Habemus Papam salva la discusión entre alma e inconsciente con una exploración silenciosa y demencial de la fe en uno mismo.

 Por Mariano Kairuz

El alma y el inconsciente no son compatibles, se le advierte al psicoanalista mandado llamar del Vaticano para enfrentar en una primera (y única) sesión al Sumo Pontífice recién elegido. El terapeuta que interpreta Nanni Moretti en su última película, Habemus Papam, es ese personaje que, como nos ha acostumbrado en su obra previa, funciona un poco como la conciencia graciosa y casi sin filtro del autor: un psicoanalista agnóstico y vanidoso (se considera a sí mismo el più bravo de su profesión) al que, sorpresa, a nadie en la Santa Sede se le ocurrió palpar de creencias antes de convocarlo. El analista de Moretti es un tipo, acaso por puro aburrimiento mientras su misión fracasa y el Vaticano lo obliga a permanecer entre sus muros, capaz de leer freudianamente a los cardenales pasajes de la Biblia.

¿Qué le pasa al Papa? Le pasa que es, además del representante de la Iglesia, un hombre, y que el hombre (Michel Piccoli, a los 84 años) ha entrado en crisis apenas después de que ocurriera lo inesperado: que el Colegio de Cardenales lo eligiera a él, justo a él, que mantenía hasta ese momento el bajísimo perfil de quien se consideraba totalmente descartado como candidato, para ser el nuevo mensajero del catolicismo ante el mundo. Mientras se prepara para salir a saludar a los fieles congregados en la plaza de San Pedro, paralizado tras soltar un grito de desesperación, el Papa sentencia que no puede con la misión que ha caído sobre él. Poco después, el hombre estará escapando de la guardia del Vaticano para mezclarse casi como un civil más, por las calles de Roma, en busca de lo que tal vez se aloje en el fondo de su subconsciente, o de su alma, que acaso sean lo mismo.

Lejos de lo que, al parecer, esperaba buena parte de la prensa internacional cuando se enfrentó a la película por primera vez, en abril de este año, en Italia, y en la competencia oficial del último festival de Cannes en mayo, Habemus Papam no es una película “política” en el sentido previsto, el del comentario directo al que Moretti nos acostumbró con las apelaciones en primera persona –munido muchas veces de recortes de diarios– de Caro Diario y Aprile, y que luego profundizó por afuera de su cine, en sus diatribas públicas contra la izquierda italiana a principios de la década, cuando la acusó de entregar Italia al Cavaliere. Es decir, Habemus Papam no es la sátira anticlerical que muchos habrán ido a ver, ni la denuncia de los tópicos más conocidos –los casos de abuso sexual, la corrupción financiera–. La crítica que se le hizo a la película es hasta cierto punto análoga a la que se lanzó en su momento, cinco años atrás, sobre El caimán, cuyo “gran problema” consistía en que era menos una película sobre Berlusconi que sobre la imposibilidad de filmar en Italia una película sobre Berlusconi. “Esa es la película que los demás esperan, la previsible, pero yo hago la película que quiero”, ha dicho Moretti en sus primeros encuentros con la prensa. Habemus Papam fue filmada sin apoyo del Vaticano –usando como sets el Palazzo Farnese, que es la sede de la embajada francesa en Roma, y la Villa Medici, y reproduciendo la Capilla Sixtina en los estudios Cinecittà– pero también sin su oposición: aunque cierto sector de la prensa católica no se privó de condenarla antes de verla, lo cierto es que el consejo cultural vaticano no objetó el guión tras su lectura. La resistencia más importante que encontró fue la de aquellos que fueron a verla cargados de expectativas mal encaminadas.

Michel Piccoli como Melville, el Papa renuente que camina, de civil, por las calles de Roma.

Pero una vez sacudidos los prejuicios, se vuelve innegable que Habemus Papam efectivamente es una película política, desde sus primeras escenas, en las que centra su conflicto en el desajuste irresoluble entre el individuo –esa cosa tan complicada de definir y comprender, con sus deseos, miedos y frustraciones– y la Institución. Como en El caimán, Moretti sí se interroga sobre la naturaleza del poder, pero descartando el lugar común de la descripción de sus negociaciones, y tomando caminos que al principio pueden resultar –además de extrañamente divertidos–- misteriosos: si arranca con imágenes documentales, referencias directas y reconocibles tomadas de la muerte de Juan Pablo II, inmediatamente después narra el proceso de elección del nuevo Papa de un modo inesperado e inusitadamente emocional, mientras nos sumerge casi sin solución de continuidad en un océano de voces mentales superpuestas –las de los cardenales congregados en el conteo de sufragios– pidiendo por favor no ser elegidos. A partir de ahí, todo es el cruce entre la crisis de sucesión de la Iglesia y los deseos, miedos y frustraciones personales: las del Papa elegido y fugado y las de los cardenales que, mientras esperan que se resuelva el conflicto, se comportan con la torpeza y ansiedad de un grupo de chicos.

La penúltima secuencia de Habemus Papam es una propuesta delirante, casi digna de Tarantino, en la que una misión del Vaticano rescata (o secuestra, como ha mantenido secuestrado al psicoanalista que conoce la secreta crisis de sucesión) al Papa elegido, en un teatro romano. La misión consigue su objetivo, pero para entonces no hay vuelta atrás: el hombre ya ha encontrado, tirando de la punta del ovillo de su propia confesión, un deseo largamente reprimido, lo más verdadero que lleva dentro de sí mismo. Ha encontrado su alma, y para él la misa ha terminado.

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