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Domingo, 25 de noviembre de 2012

HISTORIETA > ALFREDO ZITARROSA HECHO HISTO RIETA

De la A a la Z

Alfredo Zitarrosa no es sólo uno de los compositores rioplatenses más reverenciados, sino también una leyenda uruguaya que, como toda leyenda, está hecha de versiones, recuerdos e historias en cada uno de quienes lo conocieron, lo oyeron o incluso alguna vez lo vieron. El guionista Rodolfo Santullo y el dibujante Max Aguirre buscaron esas mil y una caras del músico para escribir e ilustrar Zitarrosa, un libro asombroso, lleno de libertades pero que nunca falta a la verdad del mito.

 Por Martin Perez

Un libro lleno de anécdotas, pero con sólo una historia para contar. Un libro lleno de nombres, pero con un solo nombre que importa. Un libro en el que se cuelan todas las canciones, que en realidad es siempre la misma. Un libro sobre Zitarrosa, pero según es recordado por quienes apenas si le pasaron cerca. Eso es lo que se atrevieron a escribir –y dibujar–- Rodolfo Santullo y Max Aguirre, respectivamente. Un pequeño, pero hermoso volumen que permite acercarse desde una nueva perspectiva a uno de los grandes mitos de la música rioplatense, inimitable puente –al decir de Fernando Cabrera– entre la cultura campesina y la urbana. “Hizo estremecer por igual tanto a un criollo del interior como a un bancario de la Ciudad Vieja”, explica el cantante uruguayo en una declaración que preside los testimonios incluidos hacia el final de un libro lleno de recuerdos y homenajes, pero también plagado de riesgos, que Santullo y Aguirre logran esquivar para llegar a buen puerto.

Al mejor de los puertos, en realidad, que es el de un trabajo respetuoso, pero al mismo tiempo repleto de libertades, que termina siendo fiel tanto a la obra de ambos creadores como a la del artista que se propusieron retratar. Un libro que confirma el “método Santullo”, que parece ser especialista en tramas históricas, dejando la historia para los libros, y dedicándole la historieta a eso que justamente suele quedar a un lado de la historia oficial, que es la narración oral. Luego de dos años de recopilar anécdotas e historias recordadas por gente que lo conoció, este Zitarrosa es fiel al histórico y a la vez es otro. “Nuestro Zitarrosa es uno creado a partir de la mirada de terceros, y por la idea mítica que tenemos de él –explica Santullo–. Pero en todos los relatos de terceros es el mismo tipo, y esto sucede porque el Zitarrosa real dejó en todos una impresión muy fuerte.”

Separado en capítulos, cada uno de ellos dedicado a una anécdota diferente, el guionista asegura que nunca terminó de sacarse el peso de la historia y de semejante personaje cada vez que terminaba uno de ellos y se lo enviaba al dibujante. “Quedaba tenso –cuenta Santullo–. ¿Había escrito bien los diálogos? ¿Se parecían a lo que los protagonistas podrían haber dicho?” Aguirre confiesa que sintió algo parecido al empezar a trabajar en el libro. “Era todo un problema poner en movimiento a nuestro Zitarrosa porque, si bien no es una biografía, no me interesaba faltarle el respeto.” Paradójicamente, la solución gráfica llegó cuando decidió transformarlo decididamente en un personaje de historieta, siempre con el mismo traje negro, un pucho en la boca, y el mismo peinado rematado en mechón colgando frente a su rostro. A medio camino de Nick Cave y Johnny Cash, así termina siendo el Zitarrosa del libro, una descripción ante la que asiente Aguirre con una carcajada. “En la presentación realizada en la Feria del Libro de Montevideo, estaba dibujando mis Zitarrositas cuando descubrí a Serena Zitarrosa mirándome con una sonrisa. ‘Me encanta cómo dibujas a mi papá’, me dijo. Fue la mejor confirmación posible de que no me había equivocado”, confiesa Aguirre, que casi de casualidad fue el encargado de contactarse con la familia del músico, conocida por proteger celosamente su legado.

“Encontré a Serena a través de Internet –cuenta–. Les acercamos a ella y a su madre las primeras páginas que hicimos, las que sirvieron para presentarnos a los fondos concursables, y les gustó lo que vieron. Fue mucho más sencillo de lo que nos podíamos imaginar. Y hubiese sido aún más sencillo si le hubiésemos preguntado a la madre de Rodolfo, que resultó conocer personalmente a la familia –se ríe–. Para mí tanto su padre como su madre fueron como agentes secretos del libro. Cada vez que nos faltó algo, ellos nos lo revelaron.” Aguirre se refiere a que tanto el primer capítulo como el último parten de sus recuerdos. De hecho, para Max, un libro como Zitarrosa se inscribe en una suerte de trilogía familiar de Santullo, que se inicia con Acto de guerra (2010), y sigue en Valizas (2011), ambos con dibujos de Marcos Vergara. “De hecho, hay personajes que se repiten de un libro al otro”, concede Santullo, y explica que la episódica Acto de guerra se realizó casi de la misma manera que Zitarrosa, a partir de recuerdos de sus padres y sus amigos sobre la dictadura en Uruguay. Y la admirable Valizas, sobre cómo el gobierno militar altera la vida en el balneario de la costa de Rocha, aún mas solitario y perdido en los ’70, si bien es una sola historia, también parte de la misma inspiración.

“Pero Zitarrosa en un principio iba a ser otra cosa –revela Santullo–. Lo primero que se me ocurrió fue usarlo como detective privado, usar el personaje y llevarlo para el lado del policial.” Habla de una idea que se vincula con las aventuras del increíble Piria, el fundador de Piriápolis, que planean junto a Aguirre, un delirio totalmente alejado de lo histórico, que según Max convertirá a Piria en una suerte de Tintín deambulando por Europa. “Pero me quedé trabado con Zitarrosa como detective, y ahí me acordé de una anécdota que me había contado mi padre, y empecé a acercarme al personaje desde otro costado.” Cuando la idea fue más concreta, Santullo cuenta que le propuso a Aguirre –fanático de Zitarrosa– encargarse del dibujo. Y la primera respuesta fue negativa. “Es que tenía mucho trabajo –se excusa Max aún hoy–. Pero a los dos días le dije que sí. Porque si no iba a ser como ver a tu mina irse con otro. No lo iba a poder soportar.” En el estudio de Aguirre, cerca del Parque Centenario, quedan las pruebas del esfuerzo que significó haberse sumado al proyecto en una suerte de calendario en el que las horas del día dedicadas a Zitarrosa son las últimas, lo que significó dos meses de dibujar hasta altas horas de la madrugada. El último capítulo tachado, señalado el final, tiene fecha en septiembre y la hora es poco antes de las 5 de la mañana.

“Para mí, haber hecho este trabajo fue algo importante, significó la posibilidad de devolver muchas de las cosas que he recibido”, intenta explicar Max, que revela una infancia muy particular al enumerar sus primeros tres discos preferidos: el inicial de Troilo-Grela, el lunfardo de Edmundo Rivero y el disco en vivo Zitarrosa en Argentina. Para Santullo, nacido en México, donde sus padres estaban exiliados, el fanatismo llegó recién de grande, a los 30 años. Pero asegura estar escuchando a Zitarrosa en su hogar montevideano mientras contesta por Internet estas preguntas sobre un libro que confiesa deudor de la biografía de Guillermo Pellegrino, porque ordena la cronología de su personaje. Por su parte, Max Aguirre destaca la de Enrique Estrázulas, porque se acerca más al personaje, y también señala haber curioseado el Gardel de Muñoz y Sampayo. “Pero después dejé de mirar, porque si no te quedás quieto, como una liebre ante una luz”, confiesa. Acepta también que su dibujo resulta cada vez mas deudor del de los admirables maestros modernos franceses Dupuy & Berberian. “Pero siempre fue así –se disculpa–. Lo que puede haber sucedido es que ahora se nota más porque me fui despojando de otras influencias, como las de Hugo Pratt o Milton Caniff, que antes se mezclaban. Pero cuando tengo problemas para resolver algo, sigo volviendo a Viuti, Caloi o Fontanarrosa para ver si me doy cuenta cómo hacerlo.”

El resultado final, en todo caso, es un libro hermoso, y de vuelo propio. Un libro en el que Zitarrosa está vivo, y al mismo tiempo convoca a la leyenda. A su obra, y también a unos tragos. Con lo que no hay mucho más que decir, salvo pedir una más que no jodemos más. Y una vuelta para todos.

“Aprovechando mi pasado como caricaturista, Santullo empezó a llenar los capítulos con personajes conocidos del Río de la Plata”, se queja y enorgullece a la vez Max Aguirre, celebrando los momentos en que aparecen en la historia desde el Menchi Sábat hasta Daniel Viglietti. La historia de Sábat se la contó a Aguirre su hijo Alfredo, en un encuentro casual en el diario La Nación, donde ambos trabajan. Con el correspondiente permiso del padre, Santullo la incorporó al libro. Pero la verdadera joya atípica del volumen es el encuentro con Juan Carlos Onetti, que adapta el reportaje que Zitarrosa le hizo, respetando el diálogo al pie de la letra.

Al recordar el proceso de compilar anécdotas para el libro, Max Aguirre se sorprende de que un testigo llevase a otro. “Cuando empezamos a decir que estábamos armando el Zitarrosa, no había reunión en la que no apareciese alguien que, o nos contase una anécdota, o nos dijese que teníamos que hablar con tal o cual.” Santullo dice que terminaron teniendo material para una enciclopedia de anécdotas, pero que muchas de las historias se repetían. Había muchas como la del capítulo 7, en que el organizador del concierto intenta pagarles menos a los músicos, por ejemplo. “Pero la que resultó ser una joya, fundamental para terminar de armar el libro, fue una que me contó mi gran amigo Washington Castillo, actor del Galpón, que estuvo muy cercano a Zitarrosa durante su exilio en México. Fue cuando se cruzaron con él en un pueblo perdido y se preocuparon porque lo vieron algo borracho antes de salir a escena. Pero cantó ‘Adagio en mi país’, y el teatro se vino abajo.” Resulta fundamental para el capítulo la decisión de ilustrar la letra con dibujos a toda página, lo que transmite parte de la emoción que debe haber invadido a los presentes en ese teatro. “Una idea que fue toda de Max”, concede Santullo.

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