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Domingo, 30 de enero de 2005

Fuga de cerebro

¿Dónde están las 240 partes del cerebro de Einstein?

 Por Federico Kukso

Ni en una ni en dos: el cerebro de Albert Einstein fue rebanado en 240 piezas luego de que muriese de una aneurisma a la 1.15 de la madrugada del lunes 18 de abril de 1955, a los 76 años, en Princeton (Estados Unidos). Su última voluntad había sido que todo su cuerpo fuera vuelto cenizas, pero al forense, un tal Thomas S. Harvey, no le importó el deseo final escrito en el testamento. Lo tenía ahí, enfrente; y no lo pensó dos veces y empezó a serruchar. Años más tarde, Harvey –enemigo número uno de la familia Einstein– se defendería diciendo que lo había hecho por el bien de la ciencia, y como un acto de amor (“Tuve la suerte de estar en el lugar preciso a la hora indicada. Fue el mejor momento de mi vida”).

Luego de trozarlo, el patólogo envolvió cada una de las piezas en celoidina, un material transparente e impermeable (que 40 años después permitiría examinar microscópicamente lo que quedó del cerebro), las guardó en un tupperware de cocina y se fue a su casa. El cuerpo –ya sin cerebro– fue cremado, y nadie se enteró del faltante hasta que a mediados de la década del ‘70 un periodista de la revista New Jersey Monthly hurgó en el archivo de la casa de sepelios y descubrió la tramoya. La historia no paraba de sumar aditivos bizarros: Harvey aún conservaba en su casa de Titusville (Nueva Jersey) las piezas del cerebro de Einstein en dos frascos dentro de una caja marcada con las palabras “Costa Cider”. Lo acosaron durante años, pero el patólogo nunca devolvió del todo los sesos. Sólo accedió a repartir un poco el botín entre un instituto científico en Osaka (Japón), la Universidad de Princeton y un laboratorio en Berkeley (California).

Y entonces, cuando todos tuvieron su libra de materia gris, comenzaron a llover los papers de psiquiatras y neurólogos que se deleitaban con las maravillosas curiosidades de los sesos de Einstein. El primero, publicado en 1985 en la revista Experimental Neurology y firmado por Thomas Harvey, decía que el genio alemán tenía más neuronas y más conexiones que el común de los mortales en la región que procesa el pensamiento matemático y las relaciones espaciales; el segundo –de 1996– revelaba que el cerebro en cuestión pesaba sólo 1230 gramos (mucho menos que la media de 1400 gr); y el último, de 1999, publicado en la prestigiosa The Lancet, afirma que el órgano es 15% más ancho de lo normal.

Aunque ahí no termina todo. Aquel día de abril 1955, había alguien más en la sala de la morgue: Henry Abrams, oftalmólogo de Einstein, quien no quiso perder la ocasión y se llevó también a casa un souvenir: los ojos del alemán. “Cuando uno los mira profundamente, se ve en ellos lasbellezas y misterios del mundo”, dice Abrams, sin avisar antes que ya no los quiere más y que escucha ofertas.

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