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Domingo, 15 de abril de 2007

Taner Ackham,el intelectual valiente

En un territorio donde ciertos tabúes operan como leyes, pocos son los intelectuales que se atreven a hablar. Es que, en Turquía, pronunciar algunas palabras significa estar cometiendo un crimen. No es necesario ir muy atrás en el tiempo para entender los riesgos de emitir una opinión “impropia” en ese país: Hrant Dink, periodista y editor de Agos (el diario para la minoría armenia que se distribuye en esa región), fue acribillado a principios de este año en la puerta de su trabajo mientras era sometido a un juicio bajo el cargo de haber denigrado la integridad turca al haber utilizado, presuntamente, la palabra genocidio. El Nobel de Literatura Orhan Pamuk, por su parte, debe vivir actualmente en el exilio por haber respondido en una nota periodística que “30 mil kurdos y un millón de armenios murieron en estas tierras”. Y aunque ni Pamuk ni Dink pronunciaron jamás la terrible palabra, el temeroso gobierno turco debe enfrentarse hoy en día a un intelectual que no sólo lo dijo en una columna del Agos sino que lo repite cada vez que puede: “Lo ocurrido entre 1915 y 1917 no puede ser llamado de otro modo que como un genocidio”. Taner Ackham es el nombre de este sociólogo e historiador turco que viene investigando el tema desde hace más de 15 años. Profesor del Centro de Estudios sobre Holocaustos y Genocidios de la Universidad de Minnesota en Estados Unidos y del Instituto Internacional de Estudios sobre Genocidios y Derechos Humanos de la Universidad de Toronto en Canadá, Ackham ya había sido condenado bajo el artículo 301 en 1976. Pero fue específicamente por el caso Dink que volvió a tener problemas legales en Turquía. Antes de la muerte de su colega, él había escrito una columna en su defensa en la que decía que “Dink nunca utilizó la palabra genocidio. El no se involucraba en esas discusiones. Si alguien le preguntaba, sólo decía: ‘Pueden llamarlo como quieran. Yo sé lo que sucedió con mi gente’. Entonces, si decir genocidio es un delito y el que lo dice merece ser perseguido, Hrant debe ser tachado de esa lista. Pero, y aquí viene el lado cómico de ese hecho –y lo que considero una ofensa personal–, yo soy una persona que comúnmente utilizo la palabra genocidio en mis artículos en Agos porque creo que lo que ocurrió entre 1915 y 1917 debe ser llamado de esa forma. Espero que este artículo sea utilizado como una prueba de mi culpabilidad”. Que Taner Ackham se jugó la vida al escribir esas palabras es una obviedad. El clima de linchamiento generalizado no lo amedrentó entonces, ni lo hizo una vez asesinado Dink. Con ese temple que adquieren quienes se mueven en el camino de la verdad, en una entrevista telefónica Ackham despersonaliza la causa en su contra considerándolo “un caso contra un individuo que no tiene implicancias prácticas –de hecho puedo caminar libremente por Turquía hasta que sea dictada la sentencia–, pero sí políticas. Hay un sector muy conservador en Turquía que no está interesado en que el país ingrese a la Unión Europea y este tipo de cosas sirve para que eso no ocurra. Ellos quieren radicalizar a la opinión pública en este aspecto”. Desde ese mismo punto de vista, se mantiene escéptico con respecto a un futuro reconocimiento del genocidio por parte del gobierno turco: “Están tan alejados de reconocerlo que ni siquiera ocupa un lugar en sus agendas. Son firmes en su negación y se pudieron mantener en esa postura porque recién ahora puede ser un problema para diplomáticos o interesados en ingresar a la UE. Y precisamente el hecho de que ahora sea un problema para ese proyecto es lo que lleva a los sectores conservadores a reafirmar aún más su postura negacionista”. Con respecto al lugar que ocupan los intelectuales para que la situación cambie, Ackham es claro a la hora de marcar lo que lo diferencia de la tendencia generalizada: “Los intelectuales turcos no tienen una posición clara en este tema. Es más: creo que ni siquiera les preocupa”, plantea con una resignación triste. “Generalmente centran la discusión del genocidio alrededor del problema de la libertad de expresión porque creen que, una vez que se pueda hablar del tema, el problema estará resuelto. Pero yo estudio el tema desde hace más de 15 años y he escrito un libro como A Shameful Act, que fue publicado en Turquía y agotó una primera edición, porque creo que son cosas como ésas las que contribuyen a que se aprenda sobre este genocidio”.

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