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Domingo, 23 de marzo de 2008

La ciudad de los muertos

Al cruzar la ciudad silenciosa y casi desierta, que ahora nos parecía desconocida, vimos cazos con comida podrida abandonados, cadáveres, muebles, ropa y toda clase de enseres tirados por todas partes. En un porche había un anciano sentado en una silla como si durmiera. Tenía un agujero de bala en la frente, y bajo el pórtico yacían los cadáveres de dos hombres cuyos genitales, extremidades y manos habían sido cortados con un machete que quedaba en el suelo junto al montón de sus partes. Vomité e inmediatamente me sentí enfebrecido, pero teníamos que seguir. Corrimos de puntillas lo más rápida y cautelosamente que pudimos, evitando las calles principales. Nos apoyamos en las paredes de una casa e inspeccionamos las callejuelas de grava hasta pasar a la otra. Cuando hubimos cruzado la calle, oímos pasos. No había un sitio cercano donde ocultarse, de modo que tuvimos que subir corriendo a un porche y escondernos detrás de los ladrillos de cemento. Fisgamos a través de los agujeros y vimos a dos rebeldes con vaqueros holgados, chancletas y camisetas blancas. Llevaban bandas rojas en la cabeza y las armas colgadas a la espalda. Escoltaban a un grupo de chicas que cargaban cazos, sacos de arroz, morteros y manos de mortero. Los observamos hasta que desaparecieron y volvimos a movernos. Finalmente llegamos a la casa de Khalilou. Todas las puertas estaban rotas y el interior patas arriba. La casa, como toda la ciudad, había sido saqueada. Había un agujero de bala en el marco y cristales rotos de cerveza Star, y paquetes vacíos de tabaco en el suelo del porche. No había nada útil dentro. La única comida que quedaba eran sacos de arroz demasiado pesados para cargar. Pero, por suerte, el dinero seguía donde lo había dejado, en una bolsita de plástico debajo de una de las patas de la cama. Me la metí en la deportiva y nos dirigimos otra vez al pantano.

Nos reunimos al extremo del pantano tal como habíamos quedado y empezamos a cruzar el claro de tres en tres. Yo estaba en el segundo turno, con Talloi y otro. Empezamos a arrastrarnos a través del claro en cuanto el primer grupo que había llegado al otro lado nos dio la señal. Cuando estábamos a mitad, nos indicaron que nos detuviéramos, y en cuanto nos pegamos al suelo, que siguiéramos arrastrándonos. Había cadáveres por todas partes y las moscas se estaban dando un festín con la sangre coagulada.

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