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Domingo, 14 de diciembre de 2008

Todo el dolor del mundo

 Por Daniel Handler

Cuando supe que la cantante folk y activista Odetta había muerto tuve la misma reacción que tengo cuando la escucho cantar: siento escalofríos.

Y recordé la primera y única vez que sentí esos escalofríos al escucharla en persona, en un estudio de grabación del centro de Nueva York. Fue hace poco más de 10 años, cuando yo me acababa de mudar a Manhattan y había conocido al compositor Stephin Merritt de la banda pop Magnetic Fields. Tontamente le dije que tocaba el acordeón con negligencia, no agregué que lo tocaba mal y me encontré sin remedio aceptando participar en el proyecto que él tenía en ese momento: tocar una canción para una colección en la que el vocalista se acompañaría de un único instrumento. Mi baqueteado acordeón iba a ser el instrumento. La vocalista iba a ser Odetta.

Para contribuir a mi crisis nerviosa, Odetta había aceptado participar con la condición de que se grabara en vivo en un estudio profesional, lo que significaba que yo tenía que tocar frente a ella en vez de hacerlo una y otra vez en la privacidad del estudio de Merritt hasta que saliera bien. La voz de Odetta me había paralizado con apenas escucharla en uno de sus discos. No imaginaba lo que podría pasar si me encontraba frente a ella en la realidad.

Odetta llegó un poco tarde, con vestiduras flotantes de reina y brazaletes que de seguro iban a ser un problema con los micrófonos. A Merritt se lo consideraba largamente como un músico indie zaparrastroso, y yo era su nuevo acordeonista amateur, lo que me hacía diez veces más zaparrastroso. Había aprendido la canción lo mejor posible, pero estaba nervioso, sabía que todo me sobrepasaba y que el reloj marcaba la hora. Odetta fue imperial y un poco brusca; despreció instrucciones de su manager y de Merritt, y echó al ingeniero de sonido de la habitación. Pero después se sentó, nos miró al compositor y a mí, y con gentileza nos contó de qué se trataba la canción.

Compartió la historia de dos soldados, los dos negros y los dos gays, durante la Segunda Guerra Mundial, una historia que apenas podía desprenderse de la letra de la canción y completamente desconocida para el hombre que la había escrito. La historia era un poco rara y un poco triste, pero su voz la vendió, con paciencia, resonancia y un temblor que implicaba el gran dolor del mundo y la sabiduría que hace falta para navegarlo. El tenor de la habitación cambió, y nuestra confusión y resistencia se volvieron nebulosas. Todos nos volvimos nebulosos. La historia, mientras la contaba, se hacía realidad.

Y después empezó a cantar.

Si escuchan esta grabación ”Waltzing Me All the Way Home”, del álbum de The 6ths Hyacinths and Thistles se pueden escuchar los chirridos de mi asmático acordeón, emparchado con cinta de embalar, y algún nervioso acorde mientras rezaba para no equivocarme. Pero eso no es, espero, lo que van a oír. Lo que van a oír es la voz de Odetta, fuerte y extraña, haciendo lo que hizo por más de 50 años: encontrar una narrativa en una vieja canción o en una lucha política y llevarla a la gente que necesitaba escucharla, usando su voz para vender una historia a gente que ni siquiera sabía que estaba ahí, y dándoles escalofríos cuando escuchan lo que tiene para decir.

Daniel Handler es autor de las novelas The Basic Eight, Watch Your Mouth y Adverbs, y más conocido como Lemony Snicket (de la popular saga Una serie de eventos desafortunados).

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