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Domingo, 28 de junio de 2009

La inocencia perdida

 Por Andrew Sullivan

Hay dos cosas para decir sobre él: fue un genio musical y fue un niño abusado. Por abuso, no me refiero al sexual, me refiero a que fue usado brutalmente por dinero, y prisionero de un padre tiránico. No tuvo una verdadera infancia y pasó buena parte de su vida adulta tratando de conseguirse una. Fue espiritual y psicológicamente violado a una edad temprana –y nunca se recuperó–. Viéndolo cambiar de color, de edad, casi de género, uno veía un alma torturada buscando lo que el resto de nosotros daba por sentado: una vida normal.

Pero no tenía brújula para encontrarla: ningún amigo de verdad que lo apoyara y lo aconsejara; y el dinero y la fama lo atrapaban en los desvaríos del narcisismo y la autoindulgencia. Por supuesto, es responsable de su vida bizarra. Pero el daño causado por su familia y después por los interesados en el dinero y el poder más que la fe y el amor, resultó irreparable. Murió hace poco. Pero fue durante tiempo una cáscara humana que caminaba.

Amé su música. Su voz joven fue casi un milagro; su alegría, atemperada por el dolor, insoportablemente estimulante. Hizo el mejor video de la historia, y algunos de los mejores discos también. Fue todo lo que nuestra cultura adora, y sin embargo, era evidente y desesperadamente infeliz, torturado, asustado –y estaba solo–.

Lo lloro. Pero también lloro por la cultura que lo creó y lo destruyó. Esa cultura es nuestra y es letal y brutal: con la fama y la celebridad como valores centrales, con el dinero como su único motivo, se masticó a este chico y después lo escupió.

Espero que ahora tenga la paz que no tuvo en vida. Y rezo por que un genio así no sea abusado nunca más.

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