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Domingo, 2 de enero de 2011

La muerte de su hijo Tara

Estaba en París con mi hijo mayor, Marlon, de gira, en 1976, cuando me enteré de que mi hijito Tara, de apenas dos meses, había sido encontrado muerto en su cuna. Recibí la llamada cuando me estaba preparando para hacer el show. Y empezó con un “lamento informarle...”, palabras que son como un disparo. Y después, “sin duda querrá cancelar el concierto”. Y lo pensé durante unos segundos y dije, por supuesto que no cancelamos. Hubiera sido lo peor, porque no tenía ningún otro lugar adónde ir. ¿Qué iba a hacer? ¿Manejar hasta Suiza para averiguar qué había pasado? Ya pasó. Se terminó. O sentarme y llorar y volverme loco y entrar en ¿qué? ¿Por qué? Llamé a Anita (Pallenberg, mi mujer) y ella estaba deshecha y los detalles eran confusos. Anita se tuvo que quedar ahí y ocuparse de la cremación y todas las molestias de los burócratas suizos antes de poder venir a París y todo lo que yo podía hacer entonces era proteger a Marlon, tratar de que no le cayera todo el drama por la cabeza. Lo único que me hizo seguir adelante fue Marlon y el trabajo de cuidar a un chico de siete años todos los días estando de gira. Subí al escenario esa noche. Me apegué a Marlon con locura. Había perdido a mi segundo hijo, no iba a perder al primero.

¿Qué pasó? Sé muy poco sobre las circunstancias. Todo lo que recuerdo de Tara es a ese niño hermoso en su cuna. Le dije, mierdita, te veo cuando vuelva de la gira, ¿sí? Parecía perfectamente robusto, un Marlon en miniatura. Nunca lo conocí, o muy poco. Le cambié los pañales dos veces, creo. Fue insuficiencia respiratoria, muerte súbita infantil. Anita lo encontró a la mañana. No le hice preguntas en el momento. Solamente Anita sabe. Yo siento que nunca debí dejarlo. No creo que sea su culpa: fue una muerte blanca. Pero abandonar a un recién nacido es algo que nunca me voy a perdonar. Es como si hubiera abandonado mi puesto de vigilancia.

Anita y yo no hemos hablado del tema jamás, hasta el día de hoy. Yo lo dejé, no quiero abrir viejas heridas. Si Anita quiere sentarse y sacar el tema quizá pueda hablarlo, pero yo nunca tomaré la iniciativa. Es demasiado doloroso. Ni ella ni yo lo hemos superado. Uno no supera cosas así. En el momento erosionó más nuestra pareja y ella se hundió todavía más en el miedo y la paranoia. No hay duda de que perder un hijo es lo peor que puede pasarte. Al principio te anestesiás. Muy lentamente aparecen los sentimientos de cariño por el chiquito. No se puede lidiar con eso al principio. Y no se puede perder un hijo sin que esa pérdida te persiga. Nunca te deja descansar. Ahora es un espacio frío dentro de mí. Es un pensamiento egoísta pero pienso que, si tenía que pasar, me alegro de que haya pasado entonces. Cuando era demasiado pequeño para que tuviéramos una relación. Su recuerdo me golpea una vez por semana, más o menos. Me falta un chico. Podría haber sido un compañero. Escribo el día de su cumpleaños en mis anotadores. Tara vive dentro de mí, pero ni siquiera sé dónde está enterrado, si es que lo está.

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