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Domingo, 16 de enero de 2011

Big

 Por Rodrigo Fresán

UNO María Elena Walsh es para mí –y para muchos– La Voz, del mismo modo en que –para tantos otros– Frank Sinatra es La Voz.

DOS Una vez, cuando era más chico que ahora, mis padres me llevaron a ver a María Elena Walsh. Y me acuerdo que fui y la vi con la misma sensación con que otros fueron a ver a... ¡Elvis!

TRES Otra vez, cuando era un poco más chico que la vez de más arriba, mis padres me presentaron a Rodolfo Walsh, amigo suyo. Entonces –tendría unos ocho años, conté esto otra vez– yo ya quería ser escritor y me lo presentaron como eso: un espécimen desarrollado de mi raza. Pero lo que a mí en realidad me interesaba era averiguar qué era ese Rodolfo de la María Elena.

CUATRO Y la noticia de la muerte de María Elena Walsh –más allá de la tristeza de que se muera quien tanto se conoció sin conocer pero, inolvidable, habiéndosela aprendido de memoria– me produce esas emociones que trascienden al tiempo y al espacio. Un poco como lo que le sucedía a Tom Hanks en aquella fantástica y walshiana película llamada Big y que se estrenó entre nosotros con el más explícito y torpe Quisiera ser grande. Allí, el personaje de Hanks era un niño mágicamente agrandado y, como adulto, más y mejor niño que nunca. La muerte de María Elena Walsh –escucho, mientras escribo estas líneas, un par de cds de sus canciones que me trajo un amigo a Barcelona, y sus canciones funcionan un poco como marielenas... perdón... magdalenas proustianas– me produce un efecto similar aunque en otra dirección: el adulto desea ser chico y, escuchando y viendo Canciones para mirar, descubre que nunca dejó de serlo. Así le va. No le va mal.

CINCO Y así era/soy: a mí me gustaban/gustan las películas de terror. Y mis canciones favoritas de María Elena Walsh eran “Los castillos” (que asociaba a los Hammer Studios británicos) y la tradicional “Romance del enamorado y la muerte”, en Canciones del tiempo de Maricastaña (que sobreimprimía sin problemas con las, sí, tan infantiles adaptaciones de Poe by Roger Corman). Nada ha cambiado: Los castillos se quedaron solos sin princesas ni caballeros y se rompió el cordón de seda, la muerte que ahí venía.

Ahí viene.

SEIS Y con los años me llegaron otros casos de clásicos para pequeños (no confundir con pequeños clásicos), claro. Cri-Crí en México (más sensiblero y, por momentos, involuntariamente perverso) y el Dr. Seuss (más alucinógeno y freak). Pero María Elena Walsh –que apenas roza lo cursi y cuya locura siempre es amable– me pareció, siempre, la mejor ecualizada de todos y, sí, la más apta para todo público en el mejor sentido del asunto.

SIETE Mucho menos me interesa –la culpa no es del todo suya, está claro– la María Elena Walsh que siempre me pareció como abducida por los adultos que crecieron con ella y que la sacan a pasear como metáfora de lo que nos pasa y no deja de pasarnos. Me refiero a esos cantautores e intérpretes que, combinando varias voces, cantan “Como la cigarra” con una mezcla de éxtasis y estreñimiento; a los que politizan “El país de Nomeacuerdo” o “El reino del revés”; y a esos compañeritos que, rasgándose los delantales, invocan una y otra vez aquello del “País Jardín de Infantes” y quienes, demasiadas veces, son los que después te esperan en el recreo o en la placita para fajarte.

Lo de antes, lo de siempre: para mí María Elena Walsh es grande para chicos. Big Extra Small.

OCHO Nací a principios de los años ’60; por lo que tuve una niñez irradiada de primera mano por la obra de María Elena Walsh. Después, imposible no leer aquel capítulo de Alicia en el País de las Maravillas con “Canción para tomar el té” como música de fondo o, ahora, escuchar a Regina Spektor y decirme que, sí, “On the Radio” o “Eet” bien podrían ser tracks perdidos de Canciones de Tutú Marambá o Cuentopos.

Y siempre pensé en ella como uno de los tres únicos e inmortales fenómenos argentinos multi-nter-generacionales.

Los tres, claro está, son infantiles; pero nos acompañan y nos acompañarán toda la vida.

El primero es María Elena Walsh.

El segundo es Mafalda.

El tercero es el peronismo.

NUEVE Confesión: jamás soporté a “Manuelita la tortuga”.

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Sus adorables criaturas: MEW según Rep. En la otra página, la Reina Batata: MEW según Maitena.
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