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Domingo, 22 de septiembre de 2013

> LA HISTORIA INTERMINABLE, DE MICHAEL ENDE

El infinito

 Por Isol

Ya desde el título, este libro se permite jugar con nuestros delicados anhelos lectores: promete sin ambages una historia infinita. Está diseñado primorosamente para que la magia suceda: las guardas con grabados a dos colores de unicornios y pájaros adornados al abrir el libro, la tipografía gótica del título, ¡el texto interior en rojo y verde, dónde se ha visto! Un objeto un poco raro ayuda bastante para convencernos de suspender la incredulidad por un rato.

Además, nos adivina algunos deseos profundos e inconfesados: encontrar un libro maravilloso, robarlo (indispensable) y esconderse de todos en un lugar tranquilo para sumergirse en él. Eso le pasa a Bastián, el joven protagonista a quien acompañamos en su derrotero, un chico un poco acomplejado por ser diferente (¿quién no?) de sus compañeros de escuela, que se burlan de él a veces. Dice el texto:

Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárserlas, y los que no las han vivido no pueden entenderlas (...).

La pasión de Bastián Bux eran los libros.

La manera en que se cuenta una historia es tan importante como lo que se cuenta, y en este caso cada párrafo es entretenido y sorprendente, aunque sea otra historia épica, con aventuras y monstruos y emperatriz. Esta Historia tiene la mezcla exacta entre lo que deseábamos encontrar y lo que celebramos no haber previsto. Las ideas que corren por debajo de la narración son bien poderosas y excepcionalmente poéticas para un libro de aventuras; cómo se enlazan para mantener el suspenso creando un mundo con sus propias leyes, fantástico pero con espesor y coherencia propia, es puro gozo para soñar. Las descripciones son atrapantes (y yo suelo aburrirme mucho en las descripciones) como la de Goab, el desierto de colores donde vive y muere cada día el león Graógraman, que me produce la emoción de estar conociendo otro planeta, de sentir la fuerza de correr sobre un león. Hay muchos sitios, seres increíbles en Fantasía, cada uno con sus detalles y particularidades, y pasan muchas cosas; es un prodigio de la imaginación.

El primer habitante del reino en aparecer es un fuego fatuo “infatuado”. Yo no sé si sabría reconocer algo así, pero está tan bien descripto que lo seguí encantada, y ya en la primera página me llevó al Bosque de Haule, hasta una hoguera entre gigantes comerrocas (“que afortunadamente, eran muy frugales”).

Pero la gran aventura, la más deseada por esta que escribe, de niña y de adulta curiosa de otros mundos y experiencias, es esa que no queremos ni osar imaginar de tanto que la quisiéramos, porque es imposible y da vergüenza y no tiene sentido: poder entrar al libro junto con Bastián, conocer y ser parte protagonista junto a Atreyu, cabalgar sobre Fujur, sortear peligros, resolver juegos de palabras y encontrar a la Hija de la Luna. El autor, Michael Ende, logra que traspasemos esa puerta de una manera sorprendentemente eficaz mezclando los dos planos de la narración: en rojo está “lo real” (el mundo que compartimos con Bastián), y en verde lo que está(mos) leyendo (con) él. Simple y gran idea. Cuando los planos empiezan a mezclarse y el libro “llama” a su joven lector, es imposible no sentir cosquillas, porque estamos con Bastián, fuera de la historia de Fantasía, y eso de que el libro nos esté necesitando no puede pasar, ¿o sí? Ay, qué vértigo.

Bastián miró el libro: “Me gustaría saber –se dijo– qué pasa realmente en un libro cuando está cerrado. Naturalmente, dentro hay sólo letras impresas sobre el papel, pero sin embargo...”

De pronto sintió que el momento era casi solemne.

Se sentó derecho, tomó el libro, lo abrió por la primera página y

comenzó a leer

La Historia Interminable.

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