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Domingo, 21 de septiembre de 2003

Desperdicio de pintura

Tengo un amigo que está hecho de dolor / Se levanta, maneja hasta el trabajo, y después vuelve a casa otra vez. / Una vez cortó una de mis pesadillas de un pedazo de papel. / Yo creí que era hermoso, y lo puse en la tapa de un disco. / Y traté de decirle que tenía un magnífico sentido del color y la composición. Pero él me dijo: “Gracias, pero tus halagos no me llegan. Tus ojos son pobres. Estás ciego. Nada bello puede salir de mí. Soy un desperdicio de aire, de espacio, de tiempo”. / Conocí a una mujer, era digna y verdadera. El amor que sentía por su hombre era una de sus muchas virtudes. Hasta que un día descubrió que él le había mentido, y decidió que el resto de su vida, desde entonces, también sería una mentira. Estaba agradecida por todo lo que había sucedido, y ansiosa por lo que tenía por delante. Pero entonces lloró, ¿qué esperaban? Lloró en esa enorme casa vieja, con todos los autos que guardaba. / “Oh!”, y “así es la vida”, decía con frecuencia. Un día la llevaba al otro día, y estaba cada vez un poquito más cerca de la muerte, lo que estaba bien para ella. Nunca se enojaba, y para el resto de sus días decidió nunca más limpiar la mugre ni doblar sus camisas ni arreglarse. / Era libre, libre de echarse a perder. / Anoche mi hermano se emborrachó y salió con el auto. Y un policía lo paró y lo obligó a parar al costado de la ruta. Él le dijo: “Oficial, atrapó al hombre equivocado. Soy un estudiante de medicina, hijo de un banquero, usted no comprende”. El policía dijo: “Nadie salió lastimado, deberías estar agradecido. Y tu descuido es algo horrible. No puedo dejarte ir. Aunque sé quién es tu padre, tus decisiones te pertenecen. Sos sólo una piedra en un camino de deudas, de pérdida, de vergüenza”. / En los últimos meses estuve viviendo con una pareja. Son del tipo que compran todas las cosas de a pares, encajan perfectamente, como un rompecabezas. / Me encanta su amor, y agradezco que alguien realmente pueda disfrutar del premio que nos prometían todos esos cuentos de hadas.Pero estoy enfermo, solo, sin ningún laurel, sólo verde de envidia. / ¿Saldrá mi número alguna vez? Como si el amor fuera una lotería, o una raspadita. Raspo, y debajo sólo encuentro “lo siento”, o una cereza, o “siga participando”, o “juegue otra vez”. / Ultimamente visito la estación de trenes. No, no los tomo. Sólo me siento y miro a la gente. Me recuerdan a autos a cuerda, por la forma en que giran y dan vueltas y pelean por sus lugares. Y quiero gritar que es una tontería, que sus vidas van por un solo carril. ¿Por qué no se dan cuenta que nada tiene sentido? Pero entonces me fallan las rodillas, mi cabeza se debilita y de repente queda claro que no son ellos, soy yo el que perdí la identidad. / Me escondo detrás de estos libros que leo, mientras mamarracheo poesía, como si el arte pudiera salvar a un desastre como yo con algún ideal que nadie tiene esperanzas de conseguir. Nunca soy real; soy un bosquejo de mí mismo. Y todo lo que tengo es barato y banal, y un desperdicio de pintura, de cinta, de tiempo. / A veces estaciono el auto cerca de la catedral, al lado de los focos que iluminan las cúpulas. El ensayo del coro está repleto de gente, y escucho el sonido que se escapa, como un eco. Cuando las voces se mezclan suenan como ángeles. Y espero que quede un lugar libre. Pero cuando elevo mi voz para alcanzarlos, el arco es demasiado alto, llega hasta el cielo. Entonces me callo la boca, olvido la canción, me ato los zapatos y me alejo caminando. Y trato de seguir moviéndome, con el corazón roto y mi Dios ausente. No tengo fe, pero todo lo que quiero es ser amado y creer en mi alma.

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