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Lunes, 5 de noviembre de 2007

CULTURA / ESPECTáCULOS › "LUCES AL ATARDECER", NOTABLE FILM DEL PROVOCADOR AKI KAURISMÄKI

Historia de bares y de tangos

El título evoca esa zona crepuscular, agónica, fin de algo y principio de otro que se asoma en cada personaje

 Por Emilio A. Bellon

"LUCES AL ATARDECER" ("Laitakaupungin valot").

Finlandia-Francia-Alemania, 2006.

Guión, montaje y dirección: Aki Kaurismäki.

Fotografía: Timo Salmimen.

Música: Melrose.

Intérpretes:Janne Hyytiainem, Maria Heiskanen, Maria Jarvenhelmi, Sergei Koivula, Andrei Gennadiev.

Duración: 78 minutos.

Distribuye: Alfa en el Village.

Calificación: 10 (diez).

En 1987, como acto de protesta, el realizador finlandés Aki Kaurismäki, de quien hemos visto hace algunos años "El hombre sin pasado", realizó un videoclip con la participación del grupo musical "Leningrad Cowboys" que se dio a conocer como "Rocky VI", definido por él como "una venganza contra Stallone y lo que representa, ya que todo ese cine es una infamia". En el mismo, que despertó la ira de fanáticos de esa historia serial, se enfrentaba un raquítico boxeador, nacido en el baño de un Mc Donald's, a un gigante victorioso, que había crecido en la estepa siberiana. Si pensamos este provocador divertimento, con una de sus últimas decisiones, la de impedir que la Academia de su país seleccione "Luces al atardecer" para el premio Oscar como "mejor película extranjera", podemos afirmar que el cine de los hermanos Kaurismäki, uno de ellos, Mika, productor, el otro guionista y realizador, rechaza de plano todo aquello que caracteriza y define el cine industrial de hoy.

En cambio -siguiendo de cerca de su director-, Aki Kaurismäki elige el cine de europeos y orientales, particularmente el de Robert Bresson, Luis Buñuel, Yausjiro Ozu y, en parte, el de Jean Luc Godard. Y esto es lo que hoy podemos seguir en éste, su último film, "Luces al atardecer", un relato que se caracteriza por su ajustado rigor narrativo, por el despojo de su puesta en escena, por el laconismo que vuelve protagonista a la misma pausa, por ese modo tan particular de pensar al espectador.

Sólo en circuitos de cine-clubs hemos podido conocer la obra de este realizador, que hoy a sus cincuenta años, nos ofrece otra historia sobre el desamparo y la soledad.

Con ciertos rasgos de atemporalidad -sólo ciertos elementos externos fijan un perfil de mundo de hoy-, Kaurismäki nos lleva a mirar los espacios vacíos, una arquitectura deshumanizada, una ausencia de roce, de vínculos. Su protagonista, un guardia nocturno de una galería comercial, solitario, a la espera de algo que no termina de definirse, se verá envuelto en una red cómplice. Pero sobre todo esta situación argumental, planteada a través de grandes interrogantes que golpean, asordinamente, a las puertas de la existencia.

Hay una necesidad de su director de reducir la trama a un delineado centro conceptual, de diseñar una abstracción libre de sospechas estilísticas de ir revelando un mundo sin voces, distante, gélido. En el paisaje helado en el que transcurre este pasar el tiempo, un hombre espera. Y es una mirada de mujer la que le saldrá al cruce. Todo se centra allí, con esa precisión que fija un sentido que atraviesa cualquier pequeña anécdota. Leemos en "Notas sobre el cinematógrafo" de Robert Bresson, uno de sus maestros: "Una sola palabra, un solo gesto inadecuado, o simplemente no colocado como se espera, impide todo el resto".

"Luces al atardecer", título que evoca esa zona crepuscular, agónica, fin de algo y tal vez principio de otro algo que se asoma, abre y cierra con un tango. Y en ambos casos, es la voz de Carlos Gardel la que otorga ese aire melancólico que viven sus personajes. Es una historia de bares y de tango, de disentimientos traicionados, de largas ausencias. Con "Volver" el espacio que se abre al paso del tiempo y "El día que me quieras" alcanza a unas manos que se acercan aunque aceche un último instante.

Pero, igualmente, el film de Aki Kaurismäki no es una obra que presente momentos de creciente exhaltación. Por el contrario, en la construcción de personajes no está subrayado "el actuar". En tal caso, lo que representan sentir, como afirma el mismo director no debe acompañarse con todo el cuerpo, no debe estallar en el juego de emociones.

Si seguimos de cerca la banda sonora, que como señalamos opera simétricamente desde dos composiciones conocidas para nuestro público, observamos que lo que los personajes no pueden expresar, aquello que oprime su minuto a minuto, está metaforizado por las arias de las óperas que escuchamos, particularmente de Puccini, quien con su verismo nos sigue conmoviendo respecto de las grandes pasiones humanas. Nuestro personaje, gris silueta de un local nocturno, vestido en su uniforme azul oscuro, en un escenario de fríos grises y azules, siente interpretado su dolor, su imposibilidad, su deseo de despertar, a través de esta música. Igualmente, canciones finlandesas van escribiendo lo que está allí, callado.

En tan sólo setenta y ocho minutos, Aki Kaurismäki nos ofrece esta obra que revela una estructura minimalista que mira hacia la soledad y el vacío de nuestro tiempo, que nos lleva a este personaje que aún no ha encontrado un significado en su vida. Hay otra mujer en el film, que en soledad, que en esa franja que separa el día de la noche, también espera. Allí está un hombre que aún no puede romper con cierto fatalismo que lo lleva a no preguntarse porqué está ahí, que no puede gritar su inocencia. Está ahí, simplemente. Y él también espera.

Y volvemos, sobre el cierre, a Bresson: "Un suspiro, un silencio, una palabra, una frase, un estrépito, una mano; tu modelo entero, su rostro, quieto, en movimiento, perfil de cara, una vista inmensa, un espacio restringido. Cada cosa exactamente en aquellos que es su lugar: tus únicos medios". Un instante del film: Koistinen, el guardia nocturno, sentado en el cine junto a la rubia Mirja, la observa, la mira. Mirja, sentada junto a él, fija atentamente sus ojos en la pantalla. Otras palabras de Bresson a sus discípulos: "Asegúrate de haber agotado todo lo que se comunica por la inmovilidad y el silencio".

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La voz de Carlos Gardel abre y cierra esta historia de desamparo y soledad
 
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