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Miércoles, 25 de febrero de 2015

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. INMEMORIAL, TERCER LIBRO DEL NICOLEñO DIEGO COLOMBA

Instantáneas poéticas del paisaje

Radicado en Rosario desde 1990, el autor se centra en un entorno rural, con el que forma un universo recurrente que accede al texto desde la memoria de la niñez. El paisaje recordado toma la forma de un apunte veloz del natural.

 Por Beatriz Vignoli

"Menos es más", reza el adagio minimalista en el que los poetas de la región insisten en confiar desde hace décadas. El tercer libro de poesía de Diego Colomba responde a esa lógica. Se titula Inmemorial y es la primera novedad del año en la Colección Poesía del sello rosarino Baltasara Editora. Se presenta el jueves de la semana que viene a las 19.30 en Lúcuma bar (Zeballos 1165). Con la presencia del autor, hablarán sobre su obra dos poetas de dos generaciones: Jorge Isaías y Leandro Llull. Tocará el guitarrista Julián Scampino.

Lo rural, tanto en el enorme poeta Isaías como en Colomba, forma un universo recurrente que accede al texto desde la memoria de la niñez. En Colomba, proverbialmente parco, el paisaje recordado toma no obstante la forma de un apunte veloz del natural. Ya en su segundo libro de poesía, Desaire (Ediciones en danza, Buenos Aires, 2014), Colomba dejaba de lado la temática urbana de su poemario inicial, Baja tensión (Editorial Municipal de Rosario, 2011, publicado por mención especial del jurado del premio Felipe Aldana de ese año) para ingresar a aquellas otras profundidades bucólicas de la memoria. Que el buceador resurja de la rememoración con las manos casi vacías no aparece como un problema. A diferencia del santafesino Juan Manuel Inchauspe (que incluía la exasperación ante el propio laconismo como acento patético de la enunciación del poema) o de su coterránea Beatriz Vallejos (quien hacía del modo haiku la forma espiritualizada de un nuevo regionalismo de vanguardia), Colomba asume la mezquindad verbal del breviario con naturalidad; como si al mismo tiempo no fuese necesario escribir nada más y no se pudiera escribir de otra manera.

Menos que una opción, pareciera una sobredeterminación estilística, respaldada por toda una tradición regional que a su vez se autoriza en la fuente señalada por Carlos Battilana en el prólogo: "Los poemas ínfimos del hermetismo italiano que tiene a Giusseppe Ungaretti como uno de sus modelos". Modelo que vino a legitimar una mirada metafísica sobre el horizonte y los alambrados, cultivada con mucho más ahínco por un ensayista de la región, en los años 30: Ezequiel Martínez Estrada. Si la mirada de Estrada era una radiografía de la pampa, la de Colomba sería un Instagram: ese formato de foto digital que se saca al instante con el teléfono móvil y ya nace vieja, teñida de raros acentos borrosos y colores desleídos por el tiempo.

La sonoridad proviene del cuidado sumo por la eufonía, pero también en gran medida (en un cansino gesto preciosista lugoniano ya recurrente hasta el hartazgo entre muchos poetas de la zona) del inventario de nombres vernáculos de la fauna avícola autóctona: "jilgueros/ tacuaritas/ benteveos", con sus correspondientes personificaciones ("murmura la oropéndola") y onomatopeyas ("Ululan las palomas"). O los de la flora ("el lila inalcanzable de las malvas"). La belleza de los poemas emerge de la imagen sorprendente ("el aire verde") o la rápida nota antropológica: "Los hombres creen en la bondad de la ceniza"; "ídolos de metal en las vizcacheras". Son recursos probados, muy bien empleados pero con poco riesgo estético.

Más acá de toda metáfora quedan los diminutos talismanes ideogramáticos en que se convierte cada imagen; "anotaciones aéreas", apunta Battilana. En virtud de esta economía extrema que se rige por la convertibilidad uno a uno entre imagen y poema, "el blanco de la página sostiene la inscripción de ese conjunto de signos", advierte el prologuista. Al cabo de las páginas se agota la liturgia fragmentaria de esta "epifanía materialista" (Battilana dixit). Otro tópico es la figura del padre: "A espaldas de un hombre/ que arrastra los pies/ contemplo su camisa pasada de moda/ demasiado grande para esos hombros/ el pelo entrecano que ralea y el esmero/ de la navaja para quitar la pelusa de la nuca/ las orejas que se desmadran enrojecidas/ por las patillas de los anteojos/ y el contorno ahora/ que caminamos juntos/ y el sol nos pega de frente/ de una misma sombra" ("Ecos").

Hacia el final, la voz elige el largo aliento; más distendida, la imagen gana en riqueza pictórica. "Rancho abandonado: Cimbra el amarillo en el arrojo del azul. Restos amarronados en la linde. Todo lo salvará el silencio", escribe Colomba. La foto ha mutado en cuadro.

Nacido en 1972 en San Nicolás (provincia de Buenos Aires), Diego Colomba vive en Rosario desde 1990. Es profesor y licenciado en Letras y Doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura. Coordina el proyecto Salón de lectura, que registra a poetas en audio. Es autor de ensayos críticos, algunos de los cuales fueron reunidos el año pasado por la Universidad Nacional del Litoral en Mesa de novedades.

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Colomba nació en San Nicolás y vive en Rosario desde 1990
 
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